Marlon Brando como Kurtz

Marlon Brando como Kurtz

A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El mono exterminador

'Apocalyse Now' es, además de un homenaje a Conrad, una biografía del mono exterminador en el que puede convertirse (revertirse) el ser humano

22 enero, 2020 10:22

He vuelto a ver Apocalypse Now. Una vez más: incontables ya. Incontestable película. Es verdad lo que dicen los inteligentes: si el cine no sirve para reflexionar, suele ser una nadería. Como la literatura. Por eso el verso es culminante. Coppola se sirve de la película como homenaje, dicen a Conrad y a El corazón de las tinieblas. Han escrito que el guión cinematográfico sigue la novela de Conrad casi al pie de la letra. Es verdad. Conrad dibujó la vida del mono exterminador en el Congo; Coppola utiliza la guerra del Vietnam. Pero en realidad es una biografía del mono exterminador en el que puede convertirse (revertirse) el ser humano en un momento determinado. Lo lleva en el ADN, guardado en el cerebro y en la sangre: es un destructor absoluto, un exterminador. Y un caníbal. El poder lo lleva a la locura y el poder absoluto a la absoluta locura: Kurtz, el coronel Walter E. Kurtz, ha traspasado todas las leyes escritas y no escritas. Prófugo en Camboya, sus hordas cumplen sus órdenes delirantes en los bosques asiáticos: matar, violar, destruir, incendiar, exterminar. Exterminar incluso a los propios, a los que no obedecen sus mandatos demenciales. ¿Cómo ha llegado hasta ese estado infernal y macabro? Por evolución revestida: ha caminado hacia atrás, buscando el mono que lleva dentro, el asesino insaciable a quien tienen que mandar a matar los mandos militares y políticos. Ahí está el capitán Willard: se cree un soldado, un hombre que cumple, como la policía, las órdenes de la ley. Él mismo ha sido elegido para la misión suicida de matar a Kurtz porque se le suponen dotes extraordinarias para exterminar incluso a los mejores. Y Kurtz es un principal: el mejor de los principales. Es el hombre-mono exterminador que comete el pecado de hybris, el pecado de la soberbia suprema en el que la locura ya no vuelve atrás, y no hay medicina que lo cure salvo la muerte. Y el mono exterminador lo sabe. Él es un profesional de la muerte: lleva la muerte al mundo entero con tal de mantenerse en la locura de su soberbia. Es el general aquel Ayante en la Iliada homérica y en la tragedia de Sófocles que lleva su nombre. Le corresponden las armas de Aquiles, al final de la guerra de Troya, pero la diosa Atenea lo vuelve loco, loco de hybris, de soberbia divina, para que cometa el error por el que su demencia lo convierte en un exterminador: se ensaña con el bagaje alimenticio de su ejército, y destruye los sacos de trigo y el agua de los suyos creyéndolos miembros del ejército enemigo. Lo mismo hace el Quijote (loco o cuerdo) en la novela de Cervantes, en un episodio memorable que recuerda mucho al texto de Sócofles (es el mismo, traído a la novela cervantina). Kurtz: el mono exterminador en la cúspide de su poder; en la selva, su lugar de origen; en la muerte constante e insaciable, que señala su evolución (y, en este caso, su vuelta atrás, a la locura del mono exterminador); en la creencia de que, en ese lugar y en esa época, él no sólo es un rey único sino el único Dios. El mono exterminador: el único Dios.

Es para reflexionar, tanto la novela de Conrad como la película de Coppola. No es sólo una metáfora de la guerra, como se ha escrito miles de veces: es una metáfora de las andanzas y aventuras del mono exterminador sobre el Paraíso de la Tierra. Salgan de la película ahora y vayan a la realidad de nuestras vidas: la guerra es la regla general, el mecanismo satánico por el que el Hannibal Lecter que todos llevamos dentro resolvemos el problema. La guerra es un recuerdo constante del pasado y un espejo del futuro. O viceversa. La guerra está en el ADN del mono exterminador, que regresa al pasado que tuvo hace miles de años, cuando su apariencias no era la de ahora; cuando vagaba buscando caza, desnudo y ansioso, por todos los lugares que pisaba, desde la estepa a la selva, su procedencia inicial; sus verdaderas señas de identidad, ahí está Kurtz, ahí está Willard (el destino del coronel), en la lucha de hombres que se creen dioses.

En la cueva del dios, allá donde no entra nadie ni llega nadie sin permiso de Kurtz, Willard llega para cumplir su misión: matar al monstruo desde la misma monstruosidad. Kurtz sabe que Willard está allí para matarlo. Ve en él al oficial joven que fue en otro tiempo, antes de su regresión. Ve en él otro tiempo, otro lugar, un recuerdo que viene a cumplir con su futuro, con su suicidio. Se deja matar, porque ese es su destino final, como Áyax se suicida con su propia espada. "¿Tú eres un militar o un asesino?", le pregunta Kurtz a Willard, en el mismo centro del corazón de las tinieblas, el santa sanctorum del dios-mono, del exterminador del mundo, el amo de la selva. "Yo soy un soldado", contesta Willard. "No, tú no eres ninguna de las dos cosas. Tú eres el chico obediente al que envían los tenderos a cobrar las facturas".

Esta conversación, que no estaba en el original del guión, y que es un añadido repentino de Marlon Branco en su interpretación, es la clave de la película, la que demuestra que Kurtz está, de todas maneras, en su sano juicio. Y mata y destruye como lo que es el ser humano: un mono exterminador.

Benito Pérez Galdós leyendo galeradas de su discurso de ingreso en la Academia Española. 6 de febrero de 1897. Colección Sáenz de San Pedro. en los salones del doctor Tolosa Latour

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