Iba al despacho del expresidente Suárez, en la calle Antonio Maura, Madrid, todos los viernes a las 12 de la mañana. Era la cita que teníamos para "hablar de sus memorias escritas", que yo -desde la hipótesis- tenía que redactar para su publicación. Un amigo común le recomendó que yo era el indicado para ese recado de escribir y cumplíamos la cita con una disciplina casi militar. ¿Café o whisky?, me decía nada más sentarnos. Él tomaba café, yo whisky. Y comenzaba a hablar con los papeles que había emborronado durante la semana. Desgranaba recuerdos, uno detrás de otro, y me los contaba. Poco, muy poco del mundo y la vida anteriores a cuando llegó a la presidencia. Casi todo se basaba en eso, en su tiempo como presidente del gobierno, aunque algunas cosas iba introduciendo del tiempo anterior a su mando y tenían también su interés. Cuestiones familiares, sobre todo.
Un día decidió hablar de la lealtad, un bien muy escaso en el tiempo que corría. Movió los dedos índice de las manos en el aire, de un lado a otro. "La lealtad o es mutua o no es nada", dijo. De uno y otro lado, añadió. Lo demás era admiración, cercanía, empatía, pero la lealtad iba mucho más allá y no tenía comparación con nada.
Recordaba cómo lo habían traicionado en su propio partido: democristianos, socialdemócratas, azules, toda aquella panoplia que constituía la UCD, un conglomerado milagroso que el propio Suárez había amasado y convertido en una fortuna política. Para el país y para él. Hasta que llegó la deslealtad y Suárez fue decayendo poco a poco. "El Rey estaba loco por gobernar con los socialistas", le dije uno de aquellos viernes. "Sí, le venía muy bien al país y a él. Imaginaba que así se cerraba la transición y se solidificaba la monarquía. Si antes de llegar los socialistas hubiéramos hecho un referéndum, la Monarquía lo habría perdido", me contestó.
Era incluso divertido verlo diseñar con palabras algunos capítulos difíciles de publicar, sobre todo con respecto al Rey. "Pero esto no se puede publicar", me decía. "Esto tampoco se puede publicar", me repetía con otro episodio. Alguna vez se lo reproché como editor: si no se publicaban las cosas que él decía que no se podían publicar sus memorias tendrían un valor mínimo para la Historia, porque casi todo lo que no se podía publicar era lo más importante de su experiencia. Un día me contó que, en los últimos momentos de su presidencia, las cosas entre el Rey y él se habían complicado mucho, todo era una discusión entre los dos, por cualquier cosa. En medio de una de esas, el Rey le hizo un reproche y le llamó la atención cuando ya salía del despacho real. "No te olvides, Adolfo, que yo te he puesto ahí, en la presidencia del gobierno", casi le gritó don Juan Carlos. "Y tú no te olvides", le contestó un Suárez crecido, todavía presidente, "que yo te he mantenido en tu trono". "Pero eso", me dijo, "no se puede publicar". Lo miré con cierta ironía, como no comprendiendo del todo su postura. "Por lealtad", me dijo.
Bueno, ahora que he escrito el capítulo de Suárez en mi segundo tomo de memorias, en plena redacción, me he sentido satisfecho de poder contar yo por escrito aquellas conversaciones con Suárez de los viernes al mediodía. Muchas de las cosas que él expresidente me decía que no podían publicar, yo las guardaba en archivo, también "por lealtad", por lealtad hacía Suárez, que me había otorgado toda su confianza sabiendo que yo ni venía de dónde él había llegado al poder ni iba a coincidir con él en lo que entendía por ideología. A veces he contado algunas cosas de esas conversaciones privadas con Suárez en el diván, pero nunca he publicado hasta el momento asuntos que él consideraba no publicables. Y, sí, ahora los he escrito todos en el capítulo de mis memorias para honor de Adolfo Suárez que fue mi amigo después de ser presidente. Cuento de lleno la carne que tuvo lugar en mi entonces casa de Las Rozas, en pleno verano, con Benet, Hierro, Edwards, Garmendia, Torrente, Conte (que lo contó también en sus memorias, "Pasado imperfecto" o "Pretérito imperfecto", no recuerdo bien) y algunas escritores más. Aquella cena se extendió en una sobremesa hasta casi el amanecer del día siguiente. Recuerdo la discusión de Suárez y Benet, durante horas. El ingeniero lanzando la pelota de tenis y Suárez contestando con sabiduría a cada golpe imaginativo del escritor. "Adolfo", dijo al final Benet, "yo creía que venías a solucionarle problemas al país, pero ahora veo que los vas a crear de nuevo". Se refería al proyecto frustrado del CDS, en el que Benet, escritor al fin y al cabo, veía un partido político que iba a traerle problemas al PSOE gobernante.
Las memorias de Suárez nunca se publicaron. Después, un tiempo después, se metió por medio aquella periodista a quien llamábamos "La Monja" y quiso tomar ella las riendas del proyecto y finalmente escribirlo. Al final, fuese y no hubo nada. Ni siquiera aquellas confidencias de Suárez que acabo de escribir en mis memorias en el capítulo dedicado al expresidente. Están contadas con lealtad y sin faltar a la verdad, cosa difícil en estos y en todos los tiempos.