Galdosiana (4)
En 'Crónica de Madrid', Galdós relató la pandemia de cólera que asoló España en medio del desajuste político del país en el siglo XIX. Otra época, pero el mismo miedo y la misma incertidumbre
Un día de estos que ya estamos esperando aparecerá un héroe con la vacuna contra la peste del murciélago. Aplaudiremos más que nunca, nos alegraremos como jamás, nos aprenderemos de memoria su nombre por una temporada y le pondremos al remedio fantástico contra la muerte el nombre del héroe. Más tarde o más temprano, lo olvidaremos, aunque no sea justo. Patrick Deville vino a recordarnos con su celebrada Peste & Cólera el nombre de Alexander Yersin, su epopeya, su profundo sentido de la ciencia, su incansable capacidad para conseguir lo imposible, la vacuna, su lucha total contra la muerte recurriendo a lo que fuera con tal de llegar al fin, al éxito: se trataba de encontrar un veneno contra el veneno. Tuve ocasión de hablar con Deville de este libro y de otros de los suyos en una reunión de escritores que celebramos en Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, en medio de una felicidad que ahora nos falta. Yersin era un hombre único, de esos en los que hay que creer que algún día, mañana mejor que pasado, aparezcan en el horizonte humano como llamados a resolver la pandemia que podía asolar el mundo en su momento.
He pensado estos días en las pandemias que han destruido glorias, dolores, ansias y penas de la Humanidad. He pensado con pesimismo, con escepticismo pesimista, con el que ni siquiera estoy de acuerdo, pero todo ello me ha dado pie a leer Crónica de Madrid, de Pérez Galdós, a regresar al gran Galdós en estos momentos de incertidumbre.
Crónica de Madrid es un conjunto de artículos que iban siendo publicados por Galdós en La Nación, el periódico-revista de Pascual Madoz, otra gran personalidad olvidada en medio de esta fiesta interminable que fue el tiempo anterior al virus que ahora nos mata. Ahí, en las páginas de Crónica de Madrid, Galdós, un joven Galdós deseoso de llegar a ser el escritor que luego llegó a ser, escribió sobre la pandemia de cólera que asoló España en medio del desajuste político del país en el siglo XIX. Es asombroso, mutatis mutandis, el paralelismo que se puede ver con la lectura de esta crónica y los acontecimientos vividos entonces con los que ahora estamos viviendo: otra época, otro tiempo, otra cosa, pero la misma cosa, el mismo asunto, el mismo miedo, la misma incertidumbre. A veces, bastantes veces, las descripciones de Galdós de aquellos "campos de batalla" en la guerra contra el cólera, la huida de los nobles de Madrid para encontrarse en Aranjuez con la muerte de la que huían a toda prisa, son terribles y dan idea del talento del escritor que hace periodismo frente a quienes simplemente escriben hoy en los periódicos de referencia y con eso creen que ya son periodistas y escritores.
Unas semanas antes de que se iniciara esta tragedia de ahora, uno de los escritores más aburridos de España (aburrido él y aburrida su escritura) declaró en público que la literatura de Galdós era muy aburrida. Tengo para mí que nunca lo leyó. Me estoy refiriendo a uno de los escritores de mi generación, si no el que más, a quien el establishment intelectual ha mimado desde los 70, cuando saltó a "la gloria" de la tribu con dos novelas que son, de verdad, somníferos contra el insomnio más endemoniado. Sin embargo, el engreído, que —repito— no creo que tenga las luces suficientes para leer a Galdós, dice que Galdós es aburrido. No es lo mismo soplar que hacer botellas. Conozco la literatura de escritores aburridos que son de la mejor literatura que se ha escrito, pero no es el caso de este mimado de la mediocracia literaria que nos inunda por los cuatro costados de la vida, y hasta por el quinto, el del alma. Galdós, lo sabe todo el que se haya acercado a él con respeto y con curiosidad intelectual, tiene un sentido del humor, entre el isleño de su origen y el inglés de sus lecturas y formación, difícil de adquirir, pero se dibuja en sus escritos, en todas sus novelas, incluso y sobre todo en aquellas que son más dramáticas y más trágicas.
Todo esto viene a cuento por las situaciones que estamos viviendo, la angustia del virus asesino, la necesidad de aislarnos y vivir en nuestra vida más interior las aventuras de la felicidad que hemos dejado atrás, esperemos que por poco tiempo. Tomar un café en una terraza de nuestra ciudad, ver pasear a la gente, hablar con los amigos con un cigarro en los labios, sonreír a las mujeres guapas, criticar al gobierno en alta voz, respirar libremente en cualquier parte del país. Deville, en esa reunión de La Palma, al hablar del Yersin de su libro, me dijo que hablaba de tiempos pasados, pero que los tiempos pasados en su repetición suelen ser arúspices del futuro. Eso creo yo también: el pasado mostrándonos la peor cara del futuro. Eso hizo Galdós, ahora que se cumple el centenario de su muerte, en Crónica de Madrid: escribir de su pasado inmediato, describir la mortandad, el desorden del hombre ante el miedo a la muerte, la tragedia colectiva de la peste. Y resulta que para aquel escritorzuelo al que me refiero Galdós es un aburrido. A peor la mejoría, como dice el mago isleño.