El perfecto idiota norteamericano
La estupidez suele traer malas consecuencias y termina por cobrarse sus deudas: el Emperador, enfermo de estupidez, termina también enfermo del virus
Hablar de la infinidad de imbéciles que pueblan el mundo se está convirtiendo en una moda peligrosa entre los columnistas de prensa. Sobre todo, porque quienes hablamos de los imbéciles lo hacemos hablando siempre de los demás y, por eso mismo, nos excluimos de la imbecilidad cada vez que hablamos de los otros. "Vade retro, Chumpitaz". Chumpitaz fue un inmenso futbolista peruano que se caracterizaba por el "doble salto" que todo el mundo le reconocía y aplaudía. Los adversarios temían el "doble salto" de Chumpitaz como al mismo Satanás, por eso lo uso en esta especie de columna cómica de nuestra imbécil actualidad. El "doble salto" consistía en un fantástico salto que Chumpitaz daba en el aire mismo, después de haber dado el primer salto. De modo que, al final, saltaba majestuosamente más que nadie. Desde que lo vi hacer esa fantasía contra ley de la gravedad, siempre repito lo mismo: en lugar de Satanás uso Chumpitaz, que el futbolista peruano y amigo me perdone.
Regreso, tras esta estupidez del diablo, al perfecto idiota norteamericano. Hace unos años, tres "arriesgados" escritores hispanoamericanos publicaron un panfleto titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano. Con ese pequeño tomito querían demostrar lo evidente: que también en América Latina, ni más ni menos que en otras partes del mundo, hay imbéciles (o idiotas) perfectos, capaces en su obstinación por conseguir todo lo contrario, para sí y para los demás, de lo que proponen con sus sueños y ensueños. En líneas generales, diré que tienen razón, sin entrar en matices y detalles. Lo que me sorprende de la imbecilidad de ahora, que se parece en todo a la de siempre, es que no haya algún escritor o periodista que nos escriba el Manuel del perfecto idiota norteamericano. No digo ni insinúo que tal asunto no se produce porque haya muchos escritores pagados por el poder al que sucumben con suma facilidad, pero sí confirmaré una vez más, en tiempos de pandemia, mi asombro al no ver la evidencia del perfecto idiota norteamericano en la era que vivimos: sale todos los días en los periódicos, en los telediarios, en la prensa sensacionalista, en las noticias de economía y política, y hasta en las revistas y programas televisivos del corazón. Lo tienen (lo tenemos) a mano y nos conformamos con despreciarlo. El perfecto idiota norteamericano es aquel que niega desde su alto estrado de poder la existencia de una enfermedad viral que se lleva por delante a medio mundo. Va por todo el universo proclamando que ese nuevo desastre es falso, "fake news, fake news", que es una gripe sin importancia, y no sólo no hace caso de los científicos que tiene a su alrededor, sino que los despide porque no piensan con la estupidez que a él lo domina. Ni el peor de los emperadores romanos, ni el más ciego ni vanidoso, ni el más torpe de todos negaría la evidencia que observa con estupor pavoroso el resto de la Humanidad, salvo él y sus seguidores, los que lo votan y le hacen creer que sigue siendo el Emperador del Mundo.
Sucede que la contumacia en la estupidez suele traer malas consecuencias y termina por cobrarse sus deudas de la manera más evidente del mundo: el Emperador, enfermo de estupidez, termina también enfermo del virus. Hay que sacarlo rápido de la burbuja en la que vive y llevarlo a un hospital entra algodones. Todavía sus seguidores no se explican cómo ha podido suceder tal desastre, todavía no se han dado cuenta de que la evidencia de la enfermedad es más poderosa que aquel imbécil que se cree el más poderoso del mundo, un mono blanco con traje azul marino que no puede finalmente ocultar que las fuerzas de la imbecilidad que lleva dentro y lo dominan terminan por demostrarse mortales. Y, entonces, hay que echarse en manos de la ciencia, despreciada siempre por los imbéciles reaccionarios, para que le resuciten los pulmones repentinamente enfermos y lo lleven otra vez en volandas hasta el Palacio del Poder.
Mientras tanto, en su país, y en el resto del mundo, el virus evidente sigue haciendo de las suyas, aunque los imbéciles, los del mundo entero y los de su país, siguen tratando de creer y de hacer creer que el virus es mentira. El "doble salto" de Chumpitaz era, en su momento y sobre un campo de fútbol, tan evidente como la pandemia que nos acucia, pero los negacionistas siguen confirmando su estupidez vanidosa, con el Jefe a la cabeza, despreciando los consejos de la ciencia.
Ya lo sé: esto está visto para sentencia. El mundo no puede soportar la cantidad de imbéciles que pululan por su superficie, por tierra, mar y aire, y ha terminado por estallar poco a poco con un enorme golpe de mano. Tanto que los arúspices científicos, despreciados por la estupidez contumaz del ser humano, pronostica que este virus mortal será cada vez más común, que hay que tener mucho cuidado y seguir los consejos de los médicos, no sea que la imbecilidad, ese virus insaciable que en nuestros tiempos se multiplica al infinito entre la Humanidad, termine por comernos también a nosotros la poca esperanza que nos queda. "Vade retro, Satanás", por lo menos esta vez.