En mis tiempos juveniles, cuando Eugenio Padorno y yo "inventamos" Inventarios Provisionales, un poeta autodidacta se acercó a nosotros con la idea de publicar en esos inventarios una traducción suya de unos poemas de Cavafis. Le pregunté si sabía demótico y me contestó que no; que la traducción que había hecho de esos poemas era del inglés. "Tradutore, traditore, por dos veces en este caso". Se molestó mucho conmigo, diría que para todo el resto de su vida, aunque yo me lo tomé a risa. Entonces me pareció una desvergüenza que se tradujera a Cavafis no desde su lengua propia, en la que había escrito sus poemas, sino de otra traducción. Luego supe que esta 'práctica' era más común de lo que me imaginaba, pero no por eso dejé de escandalizarme por el 'método', que siguió hasta hoy pareciéndome un desacato a la honestidad intelectual.
En mis estudios universitarios contaba yo con dos años de demótico, el griego moderno, y llegué incluso a leerlo aunque no a producirlo del todo, ni siquiera en parte. En algunos viajes a Atenas, y a Grecia en general, los taxistas se admiraban de que yo supiera demótico porque en los trayectos iba leyendo en alta voz todos los anuncios que veía por las calles, desde hoteles a farmacias y restaurantes, pero tuve una y otra vez que decirles que no sabía griego, que sólo lo leía. En esas épocas universitarias de estudios clásicos aprendí, desde el principio, que en la traducción de una lengua a otra se quedaban muchos pelos en la gatera y, en general, no se podía trasladar con absoluta certeza espiritual una palabra de una lengua a otra sin cometer al menos una pequeña traición. Eso es lo que se quiere decir cuando se dice que en todo traductor hay un pequeño o un gran traidor: "Tradutore, traditore".
Sea dicho de paso: leo casi todo lo que leo en español, y me hago cargo de que en el traslado de los materiales se han quedado atrás muchos conceptos de una lengua a otra. Uno de mis entretenimientos intelectuales a estas alturas es traducir del griego clásico al español durante un rato y cuando me siento muy inquieto. Me calma los nervios: un milagro. Y me provoca una gran satisfacción espiritual. Casi tanto como escribir. Pero tengo la convicción de que, desde el principio, hay en la traducción una traición. De modo que sí, la traducción es un mal necesario mientras no conozcamos todas las lenguas, o al menos la traducida y la lengua a la que se traduce, pero incluso de esa manera estamos traicionando. Que la heroína trágica Antígona decida en griego clásico enfrentarse al poder de Creonte se ha convertido en un prototipo de la rebeldía y la ética personal, pero cuando leemos la Antígona de Sófocles en español, y a pesar de que el español procede merced al latín de esa lengua madre, intuimos que algo de la esencia de la lengua, algo muy esencial y por tanto principal, en la que fue escrita se queda en el camino antes de llegar a la traducción española.
Es leyenda que el novelista, periodista y traductor cubano Lino Novás Calvo (autor de Pedro Blanco, el negrero, plagiado un par de veces por escritores visibles e invisibles, sin que nadie diga aquí estoy yo ni se atreva a denunciarlo) tradujo al español Santuario de Faulkner a los dos años de salir en inglés. Y en qué inglés, porque Faulkner creó toda una lengua literaria única, además de una geografía y una historia (unas historias) que, aunque ya estaban, eran completamente nuevas y únicas en la literatura universal. Después, el mismo Lino Novás Calvo tradujo El viejo y el mar de su amigo Ernest Papa Hemingway. Y es leyenda, y a eso me refería antes, que sus amigos cubanos, y el mismo Hemingway, celebraron la traducción -de El viejo y el mar y de Santuario, haciendo correr la voz en los circuitos culturales y literarios de La Habana que Novás Calvo había mejorado los originales de los dos premios Nobel con una mejor literatura.
Era una broma, porque si alguien respetaba la lengua inglesa literaria, tratando de traducirla sin que se le escapara la esencia de lo que cada novelista quería decir, ese era Novás Calvo, que murió en el exilio americano luego de salir de Cuba muchos años antes. Murió y, claro, fue silenciado durante décadas por las órdenes de la nomenklatura castrista, hasta que el tiempo lo va poniendo en su lugar exacto, en lo más alto. Antes dije que plagiarios: lo son. Uno, un notable escritor inglés 'copió' el más conocido texto literario de Novás Calvo del español a su inglés; el otro, no hace tanto tiempo, es español, y publicó su novela como si tal cosa, como que -tengo esa certeza moral para salvarlo- que no sabía que su historia ya está escrita por el gallego-cubano. Pero así se escribe la historia. Se traduce a Cavafis desde el inglés al español y a otras lenguas y se traduce Doctor Zhivago del inglés al español (y otras lenguas) cuando todo el mundo sabe que fue escrito en ruso. Y no pasa nada. Sin transit gloria mundi.