Brindemos
No sabíamos que la normalidad de hace un año formaba parte de una felicidad que no estábamos dispuestos a reconocer
Brindemos por el orgiástico futuro que se aleja cada vez que pasa un año. Es un brindis del gran borracho Scott Fitzgerald, no sé - escribo de memoria- si en El Gran Gabsby o en Suave es la noche (Tender Is the Night). Gran borracho y gran novelista: una cosa no quita la otra, pero no siempre van juntas. Conozco y he leído a grandes escritores que fueron grandes borrachos y a grandes borrachos que no fueron grandes escritores, sino todo lo contrario. Lo Cortés no quita lo Atahualpa, como explicaba una vieja amiga panameña, ya fallecida, que solía repetir, durante los malos tiempos, una frase inolvidable: "estamos jodidos todos ustedes".
Tal vez íbamos demasiado deprisa. Quizá la velocidad nos había enloquecido más de la cuenta y seguíamos un ritmo delirante que nos conducía al desastre y a la irremisible añoranza: no sabíamos que la normalidad de hace un año formaba parte de una felicidad que no estábamos dispuestos a reconocer. La vida parecía mucho más fácil que ahora y la libertad era un asunto de mercado, de todos los días, a tanto el cuarto y mitad de libertad, se cambia medio quilo de libertad por sonrisas clavadas en las puertas de las casas. Tal vez íbamos demasiado rápido y no nos dábamos cuenta de que la estampida podía llevarnos al fracaso que había pronosticado Malthus hace ya siglos: crecemos geométricamente, mientras el mundo lo hace aritméticamente. Tal vez Malthus tenía toda la razón y ya no hay remedio. La demencial subida demográfica descubre que la Casandra -en singular o plural- de cada época veían el futuro, lo descubrían y dibujaban con palabras y nos lo servían en bandeja para que entendiéramos que los peligrosos lobos ya estaban al llegar. O hablaban en futuro inmediato y ya estaban hablando de presente, para que entendiéramos la velocidad luz que llevábamos en nuestra carrera suicida, hasta estancarnos en ese futuro que es la gran ignorancia que nos arrastra. La ignorancia: esa es la verdadera miseria de la Humanidad. Es la ignorancia absoluta la que nos lleva al desastre con la lentitud y la certidumbre de una máquina insaciable. Emilio Lledó tiene razón, aunque no se le haga caso, aunque sea una voz que clama en un desierto inmenso en el que las tormentas de arena no dejan ver las dunas.
Malthus predijo la superpoblación y señaló una de las soluciones para evitar el suicidio colectivo. Resolvió problemas mentales que nosotros no nos habíamos ni siquiera planteado. Mientras los frívolos pensadores de todas las épocas se preguntaban por el motivo de la vida y los sinsabores de los días y los trabajos del ser humano; mientras nos quejábamos de los sufrimientos y las enfermedades, los cuatro jinetes de San Juan en Patmos galopaban por vías universales acercándosenos peligrosamente. Cuatro jinetes que avisaron desde hace tiempo del Apocalipsis que no entendimos. Creíamos que ese auspicio era un brindis al sol en una tarde de casino que nos fue mal, que ya cambiaría todo al día siguiente, cuando el sol brillará de nuevo sobre la Tierra y fuéramos otra vez tomando la velocidad de crucero loco que nos ha llevado hasta esta hora del tiempo, al borde de la desolación que monta en caballo negro con los ojos inyectados en sangre, sudor y llanto: la guerra ya no es la guerra como antes. Ahora es una guerra aquí y allí, y las bacterias sueltas en un simple laboratorio donde hormigas humanas trabajan no en resolver la vida de sus congéneres sino en encontrar el veneno definitivo, el asesinato colectivo de los millones y millones de gente que sobra en el mundo. Lo cantó Orwell y creíamos que era una novela. Otro Casandra inutilizado por nuestra velocidad insaciable.
El año que viene 40 millones de desplazados por los cuatro jinetes cabalgando en el aire que vio San Juan en Patmos estarán en peligro de muerte. La mitad de ellos son niños. Miraremos esta profecía delante de la televisión, como escribió José Saramago, con su pesimismo de sabio: vemos tantas y tantas imágenes que ya no vivimos la realidad y creemos que todo es una ficción servida por la televisión y el cine. Podría ser al revés y no nos hemos dado cuenta, o estamos despistados o no hemos reparado en ello: que la realidad lo es todo, más allá de la ficción; que la realidad es lo que creemos ficción y que la ficción es parte de una realidad que creemos que no existe.
El año que viene, este en el que ya estamos, vino con una esperanza bajo el brazo. Siempre viene así el año: como algo nuevo, que viene a renovar la esperanza de la vida, que viene a calmarnos nuestra irremediable sed de velocidad, nuestro afán por estamparnos de frente con la muerte. En fin, brindemos por el orgiástico futuro cada vez que un año se aleja de nosotros: el futuro que nunca llegará. Aunque corramos tras él a toda velocidad, nunca lo alcanzaremos. Nuestra ignorancia nos lo impide, año tras año, esperanza tras esperanza.