En algunos diccionarios de Canarias el término soyajo se define como sinónimo de un "don nadie", pero Ulises Rejón, el viejo profesor de griego protagonista de Ulises en la playa (novela que escribo en los ratos que dejo de lado mi obsesiva Cuatro veces mariposa) desarrolla a su manera y con su experiencia la teoría del soyajo y sus prácticas más tremendas.
Cuando era un adolescente, Ulises Rejón vio en la playa de piedras negras de su barrio de Salbago, peleando en un tubo de desagüe que desembocaba en el mar, a dos tiburones que le parecieron inmensos. La mar estaba alta y brava, y tiraba de las piedras negras y grises al gusto de su fuerza, mientras los tiburones se daban golpes contra el desagüe. Rejón estaba fascinado. Al día siguiente, después de hacer gimnasia en un polideportivo de un barrio de pescadores cercano al suyo, bajó a escuchar las historias y las leyendas de los viejos "chacalotes" que se reunían en una cantina así llamada: 'El chacalote'. Como pudo le contó la historia al pescador que mejor conocía. Esos no son tiburones, son marrajos. El tiburón de verdad no se acerca a menos de cuatrocientos metros de la orilla, navega en altamar, el marrajo no tiene la misma fuerza, es un bicho que no tiene memoria y se mete en la boca del lobo, en las orillas, donde lo pescamos. Y después está el soyajo, dijo el pescador, que es un pobre marrajo que se cree tiburón cuando no es más que un bobo de mar.
Ulises Rejón entendió aquella historia. El viejo pescador estaba haciendo una metáfora de la especie humana. El marrajo es malo, pero el soyajo es lo peor, terminó por decir.
A lo largo de su vida en Salbago, y luego en la ciudad de Seattle durante cuarenta años, Rejón llega a escribir sobre esa metáfora y desarrolla la teoría del soyajo que le enseñó el viejo pescador en su adolescencia. El soyajo para Rejón no sólo es un don nadie, sino que, como le explicó el pescador de sus años jóvenes, se cree en todo momento un tiburón. Es un figurante que se cree el protagonista y el director -al mismo tiempo- de la obra que se desarrolla en el escenario; hace y deshace sin hacer nada, y como el marrajo nada en arenas movedizas creyéndose el rey del mambo. Hay soyajos, según Ulises Rejón, que se creen tanto la mentira propia y la de los demás, que de verdad termina creyéndose que es un tiburón. Inermes e inertes, ni hacen ni dejan hacer, todo tiene que pasar por hechos, pura fachada, muy poco talento para nada, pero capaces de devorar a todos los que se fían de su falta de ideas y comerse cualquier proyecto en el que su empresa ande metido. Van por la vida de directores de sus almas cuando no son otra cosa que lamebotas de sus jefes y esclavistas de sus inferiores. El mundo está lleno de ellos y figuran como jefes del desastre en el que andamos metidos desde hace unos siglos más o menos.
En la novela, Ulises Rejón recuerda con dos de sus amigos, sobre todo con Sosa, algunos soyajos que conoció en Salbago antes de marcharse a América del Norte y cuenta la historia de sus vidas aparentemente frenéticas y activas, en realidad llenas de traiciones y falsedades. El auge de los soyajos, según Rejón, se produce en las grandes crisis. Entonces se hacen los dueños del juego e imponen una normativa arbitraria que se cambia a cada minuto del juego y de la vid sobre la que tienen fuerza temporalmente. Más temprano que tarde, el soyajo cae en la trampa de su propia soberbia y termina por volver anonimato del que no debió salir nunca. Lo que pasa es otro desastre: cuando cae un soyajo, más de diez aspirantes a falsos tiburones huelen la sangre del que ha caído y corren a ocupar su puesto de falso jefe, de gánster de lo peor, de delincuentes en cada ocasión que la ley se despista. Porque el soyajo es legión en el cuerpo social del degenerado ser humano, que ha hecho de casi todo el mundo un infierno bíblico de dimensiones salvajes.
Ulises Rejón recuerda esas historias y acude, pues, a contar las historias de dos de esos especímenes que harán, sin duda, las delicias de los pocos e improbables lectores de la novela. Uno es un ingeniero que comienza en la izquierda más atrevida en la Universidad y termina en la ultraderecha más reaccionaria. Se acaba de jubilar y ha llegado sólo a soyajo en su empresa pero él cuenta sus hazañas bélicas como si hubieran sido batallas de tiburón. El otro es un músico frustrado que, en los ratos libres, vende pollas de goma y condones de colores y sabores diferentes. Su profesión: gestor cultural, según él. Dos soyajos de envergadura. Tal vez ya se hagan ustedes idea de los soyajos que han conocido. Y quizá, ya veremos, en las próximas semanas, les cuento la historia completa de estos dos soyajos, simples y vulgares marrajos que se creyeron tiburones.