Había oído hablar de Blanca Luz Brum a varios escritores y académicos peruanos. Detalles, detalles y detalles que fueron abriendo mi apetito intelectual por conocer a fondo el personaje excepcional de una mujer excepcional. Pero fue de la mano de Alonso Cueto y, sobre todo, de Marco Martos, poeta y director de la Academia de la Lengua peruana, que supe a fondo de Blanca Luz e ingresé en el personaje hasta poder hablarle en la soledad de la literatura.
Comenzaré diciendo que es un personaje único, más propio de una novela que de la historia real. Aunque abarcar su vida en una novela sería igualmente una aventura peligrosísima. A ella le dijeron de todo: mujer de todos, cuando no era de nadie ni de ninguno; hechicera, poeta, aventurera, comunista, revolucionaria, puta, intrigante, conspiradora, estratega, fascista. De casi todo fue bastante en su vida. Se casó cinco veces, escribió poemas bellos y manifiestos políticos, anduvo arriba y abajo toda América Latina y sus delirios incesantes. Mujer bella, enamoraba hasta el hechizo a los hombres más importantes y su existencia está llena de leyendas que se mezclan con realidades y de realidades legendarias.
Se casó con dos poetas peruanos, Juan Parra del Riego y César Miró Quesada, con un muralista mexicano a quien Picasso llamaba "el pintor de pistola", David Alfaro Siqueiros, con un millonario argentino y, finalmente, con un chileno, para acabar viviendo en la isla de Juan Fernándes, la isla de Robinson Crusoe en el Océano Pacífico.
Vanguardista al pie de la letra, era uruguaya de nacimiento y anduvo en todas las revueltas, revoluciones de salón americanas, salió y entró de intrigas palaciegas, tiempo hubo en que la vemos con Lorca y Neruda en Buenos Aires, y después muy cerca de Perón. Pero antes y después con Huidobro en Santiago de Chile. Con Perón entró poco a poco en el populismo fascista, aborreció del izquierdista, y terminó afirmando en público, en una reunión del Pen Internacional, que en el "Chile de Pinochet no había desaparecidos".
Es suficiente, pero hay mucho más. Para sacar de la cárcel en Santiago de Chile a un peronista famoso lo disfrazó con sus ropas y ella se quedó en la celda del prófugo. Terminó tan odiada como amada había sido y bailando y paseando desnuda por las arenas de las playas de la isla que la hizo suya a la vez que ella hizo suyo aquel diminuto territorio que fue al final su corazón humano en los últimos años.
Miguel Albero ha dado con la tecla literaria y ha escrito un libro fantástico, mitad biografía, mitad novela, más biografía que novela, en la que trata, y en la medida de lo posible lo consigue, de atrapar a un personaje tan excepcional en unas pocas cien páginas llenas de esencia fascinante. En algunas trata de tú a tú a la gran hechicera y parece que llegan a un entendimiento intelectual que los hace mirarse como en un espejo. Un triunfo de la escritura contra el olvido que todos seremos más temprano que tarde.
Albero, muy buen escritor, publica en ZUT Blanca Luz Brum, una suerte de conversación llena de postales para toda una vida que era muy difícil de narrar y que, lo más probable, es que esté esperando la llamada de un buen novelista que la haga leyenda. Su vida, y lo prueba Albero con rigor y literatura, está lleno de extraños episodios y milagros sorprendentes que asombran al lector aunque éste ya esté avisado del personaje con el que se va a encontrar en las páginas del libro, su propia vida llena de historia, de historias y leyendas.
Albero nombra a Mercedes Pinto, mi pariente escritora, que llevó una vida paralela a la de Blanca Luz. Novelando como estoy a partir de la vida de Mercedes Pinto, en la novela se encontraron un par de veces Blanca Luz y mi personaje, África Mercedes Rejón (en mi novela), que ya no es Mercedes Pinto biografiada sino un personaje de ficción que ha originado una novela y una leyenda. Se encontraron las dos en la realidad de la vida tanto en Uruguay como en México, cuando Blanca Luz llegó de la mano de Siqueiros a ese país, en el momento en que México era el mundo entero en ebullición.
Pero durante toda la vida las dos se siguieron los pasos, una delante primero y la otra detrás, y la otra delante después y la una detrás. Y ahí está la vaina: la sincronicidad junguiana de la literatura de dos escritores, Albero y yo mismo, que perseguimos en silencio o no tanto fantasmas eternos que se han convertido en nuestros acompañantes de escritura. Agradezco a Miguel Albero este texto suyo, que consigue hechizar al lector tanto como Blanca Luz hechizó una y otra vez todas las épocas en las que vivió como protagonista de su propia vida, única, llena de exigencias y desgracias, caminando sobre vidrios ardientes para dejar su huella en ellos y en la historia y la literatura de América Latina.