Para Elsa López la poesía fue siempre un gran momento. Dicen los que saben mucho del tesoro de la vida que la felicidad no es un lugar constante, sólido y perpetuo, sino la suma de instantes en los que la exaltación vital confluye con el aire limpio del recuerdo y con la conciencia de ser lo que cada uno quiere ser. Elsa López está ahora en un gran momento, aunque ella misma, en cada uno de sus poemas escritos, es un momento de felicidad poética, un instante de fuerza verbal, un sonido eléctrico que queda en el aire libre como un vértigo que puede llevar, de seguir el camino exacto, la infatuación intelectual.
Debo decir, para quien no lo sepa todavía o todavía cometa el error de lo leerla, que Elsa López es una poeta integral, sin matices en la consagración del poema y sin subterfugios en la imagen. Es eso, esencial en la vida, en cada uno de los pasos que, con delicadeza y paciencia, ha regalado a la poesía española e hispanoamericana. Pero no se ha conformado con escribir y trascender del contexto geográfico, ni con hacer volar por el mundo cada uno de sus poemas, sino que se ha interesado, desde hace muchas décadas, por la poesía de los demás, de los que están en su generación y de los que vinieron después de ella.
Así fundó premios y editoriales literarias y dio cobijo a quienes empezaban entonces a balbucear sus poemas y merecían apoyo madre de esta poeta extraordinaria. Ahí está el catálogo largo y profundo de Ediciones La Palma, con el nombre de la sagrada isla donde vive, el corazón verde del Archipiélago Canario. Ahí están los nombres de poetas sin distinción de género, religión, escuela, condición, ideología y origen; poetas, en fin, a los que Elsa López publicó en sus catálogos con un instinto literario y una excelente generosidad intelectual, fuera de duda alguna.
Digo todo esto porque me congratula sobremanera que le hayan concedido por fin el Premio Canarias de Literatura a Elsa López. Por fin. Dicen que nunca es tarde, pero casi siempre en esa frase tópica se esconden oscuras injusticias, tan evidentes como abusivas, sobre todo porque el tiempo no es infinito para nadie, y menos para los poetas, cada uno tiene el suyo y su proyecto de vida. Su esfuerzo y su talento son el resultado del trabajo del poeta, en este caso la labor poética de Elsa López, dentro y fuera de su entorno geográfico, dentro y fuera de España. Había sido candidata hasta el final en tres ocasiones (el galardón es trienal), pero siempre ocurría algo turbio, alguna pantanosa incidencia que le impedía a Elsa López alzarse con el premio que ahora justamente ha recibido por toda su obra. Por eso digo que tarde fue, pero llegó, al fin.
La he leído a fondo para saber desde hace tiempo que Elsa López es un animal poético completo y lleno, y que su poesía es la enumeración de sensaciones ocultas y extraordinarias que salen a flote con cada palabra poética, esas palabras a las que Octavio Paz, en un momento de desesperación, llamó “putas” (“¡Chillen, putas!”, escribió el poeta mexicano, exigente deidad).
La he leído hasta descubrir entre líneas lo que quiere decirnos a los elegidos de su poesía y ella no escribe sino en dibujos invisibles que traducen una más profunda semántica, la significación escondida de la poesía concedida sólo a quienes buscan la joya en la contumacia de la lectura del poema. La he leído una y otra vez para comprender y aclarar hoy y siempre la distancia estética y ética que hay entre la poesía de Elsa López y la de quienes luchan desesperadamente por enmarcarse en un contexto geográfico limitado, en la gloria local y las redes sociales, que acaba destruyéndolos antes de empezar la aventura poética, a ellos y a su supuesta poesía.
La he leído tanto que he aprendido en su poesía lo que se aprende en los verdaderos poetas, que la palabra poética es eterna, que la lírica escrita tiene miles de caminos que se bifurcan y multiplican en otros miles, como una Medusa gigantesca y creativa que no se acaba nunca. La he escuchado una y otra vez hablar en público sus poemas, decir su verso en medio de la gente, a la intemperie, con la sensación de estar viendo y escuchando a una sacerdotisa de una rara religión que tal vez camina hacia la extinción total o, por el contrario, asciende a los cielos como Remedios La Bella en Cien años de soledad, en medio de piedras, humo sagrado, resurrección constante y música sobrenatural.
Hoy he vuelto a sumergirme con placer en los poemas de Elsa López, en la celebración de su gran momento. He vuelto a leer los poemas de Elsa López y a escuchar su voz de diosa intemporal.