Ernesto Sabato recomendaba leer hasta que esa acción se convirtiera en una costumbre. Explicaba que era una manera de ser libre. “Leer”, decía, “aunque sea un periódico”. Una vez al año el libro se transforma en el sujeto de todas las preferencias. Entre mayo y junio se llenan las plazas de todas las ciudades y pueblos de ferias del libro que hace que los libreros, esa resistencia activa, vuelvan a vivir la ilusión de estar vivos. Una vez al año, los escritores se pavonean con justicia de su libro, lo llevan bajo el brazo, lo manosean, lo muestran al sol y las estrellas, lo sacuden y firman a sus lectores.
Jorge Luis Borges vivió desde pequeño en una feria perenne, su biblioteca, la biblioteca de su padre donde lo aprendió todo leyendo libros hasta quedarse ciego. Borges se miraba en El Quijote, que es un libro eterno e interminable, una biblia laica y un tesoro inabordable. No creo que Cervantes tuviera idea de la trascendencia de lo que estaba escribiendo (y descubriendo al mundo) en una cárcel lóbrega que no le ofrecía ya ninguna esperanza. No creo que Alicia en el país de las maravillas, el libro que más me ha impresionado en toda mi vida junto a la Odisea de Homero, muera algunas vez de inanición lectora, ni ahora ni en el futuro, lo creo eterno, como el agua y el aire.
Son libros que siempre están en feria, pero en esta época del año la ocasión la pintan calva y todo el mundo se declara lector, sin saber que un lector no se hace en una hora ni en una semana ni en un año. De todos modos, incluso a los lectores más encarnizados se les encuentra algunas lagunas siempre perdonables. ¿No han hablado ustedes a veces con un lector que dice serlo, aunque no lo sea, sólo porque eso parece darle prestigio en según que barrios de su propia sociedad?
Un lector no se hace en una hora ni en una semana ni en un año
Ahora está de moda escribir más que leer y se hacen bromas e historietas con escritores que aspiran a serlo aunque no pasarán de los primeros metros de la carrera. “Quiso ser escritor. Terminó siendo escritor chileno”, dice el epitafio de Juan Tejera, según recuerdo de mi querido amigo Jorge Edwards, que hace escarnio irónico de aquellos escritores que se circunscriben a su nacionalidad para ser más chileno que escritor. Al fin y al cabo, no todo El Monte es orgasmo y no es lo mismo soplar (el mero hechizo de redactar un texto) que hacer botellas (el hecho rotundo de ser un escritor de vocación).
En esto de las ferias del libro se pone siempre mucha ilusión. Decenas si no cientos de escritores se aprestarán a firmar sus libros a sus improbables aunque hipotéticos lectores, los mismos que ahora los observan desde fuera de la casilla en la que el escritor trata de no pasar inadvertido cuando llegan las ferias. Les confieso que a mí esa espera hasta que llega un lector a adquirir tu libro me parece incluso humillante y huyo como gato escaldado de la ocasión que me brindan todos los años algunos amigos editores y libreros de asistir a la fiesta como protagonista de postín.
Y luego están los “famosos” que se han atrevido a escribir “su” libro y están ahí, en la feria, con una sonrisa televisiva, llamando al ganado a comprar su libro. Es un espectáculo. Cada feria tiene sus famosos y, al lado, cubriendo ese flanco de la batalla, sus escritores, quienes ven cómo los “famosos” firman y firman sus libros y a él no se le concede siquiera una limosnera.
Así es la vida. O, como decía Camarón de la Isla ante algún suceso injusto, “la vida la vida es”. Exacto, la vida es la vida con todas sus consecuencias y una de ellas es la manía del bastardo por meterse en camisa de once varas o en territorios a los que no ha sido llamado y no le corresponde.
Esa espera hasta que llega un lector a adquirir tu libro me parece incluso humillante
En esto de las ferias preveraniegas hay visitantes, compradores, curiosos y paseantes. Estos últimos son los peores: hacen masa, ganado, van de un lado a otro deteniéndose donde más gente ven. Todo el mundo diría que son los más curiosos, pero transitan como si tal cosa por el polvo de la feria y sin ninguna consecuencia. Los compradores son los menos, pero a veces se saltan las fronteras y sucede el milagro y entonces un libro o dos se convierten en galgo corredor de las ventas y parece que está a punto de alcanzar al conejo eléctrico que corre incansable delante de él.
Tengo para mí que eso forma parte del espejismo y a pesar de la propaganda no creo que haya tantos compradores de libros como se dice hoy. Pero ahí está la feria, con sus paseantes y sus compradores, los reclamos por altavoz, sus escritores con la cabeza alta y sus negocios. En fin, ya lo dijo hace tiempo el Crisóstomo con toda su sabiduría y lo encerró en una sola frase, tan eterna como el agua y el aire: vanidad de vanidades y todito vanidad.