Es difícil enhebrar en palabras el milagro de los libros que se repite todos los años en la FIL de Guadalajara. En medio de dificultades, polémicas absurdas, discusiones de poder y otras tonterías que son condición del género humano, la FIL siempre sale a flote. Es un trasatlántico que, como los buenos vinos y las obras de arte, mejora con los años. Un equipo de treinta mujeres y dos hombres forman el ejército activísimo de la FIL de Guadalajara, México, y funcionan, año tras año, como una máquina alemana de los años sesenta. Y el milagro se está repitiendo otra vez este año.
Tengo para mí que el Premio de la FIL a Mircea Cartarescu lo honra a él y al jurado que le concedió el galardón. Todos salimos ganando: sólo pierden los malos, aunque sean legión poderosa. En el lobby del Hilton, como siempre, los escritores nos paseamos durante nuestro tiempo en la FIL como si fuéramos estrellas de Hollywood. Al lobby del Hilton yo lo llamaría para siempre el Salón de los Abrazos. Aquí se abraza todo el mundo, todos los escritores del mundo, y hacen (hacemos) las paces enemigos que parecíamos irreconciliables. Claro que hay de todo como en botica, pero no abundan los indeseables. Todo lo contrario.
Las estrellas españolas son este año Pérez-Reverte, con su Revolución, e Irene Vallejo con su junco infinito, que gana lectores todos los días. Ya sabes: más que lectores son “leyentes”, porque su libro es una llamada al placer de la lectura y los libros eternos que se han dado en el mundo desde que se inventó la escritura.
Yo me siento viejo porque lo soy. Soy de la generación Gutenberg, que ya se está marchando y yendo proa al marisco, pero aguanté las dos horas de charla con los alumnos del Instituto Esperanza, en Guadalajara y en el apartado Ecos de la FIL.
“No, tú todavía estás en edad de aprender, de leer todo lo que puedas y diferir una visión del mundo más amplia y madura”, le contesté a una de mis alumnas al final de la clase; una alumna atrevida, como debe ser, que dijo que ella era poeta y que quería saber, y que yo se lo dijera, cómo podía publicar ya sus libros. Apenas tenía 15 o 16 años, según mi cálculo. Le advertí también de las prisas, de los errores de la velocidad al escribir y, sobre todo, la prisa y la velocidad por publicar. Así está asegurado el fracaso de enamorarse de la escritura y la palabra literaria.
Los escritores nos paseamos durante nuestro tiempo en la FIL como si fuéramos estrellas de Hollywood
Algunos otros alumnos me hicieron preguntas sobre el terrorismo, especialmente el de ETA, sobre Arabia Saudí y el tratamiento a las mujeres. Me hicieron preguntas muy maduras, que tal vez yo no esperaba, pero creo que supe contestar. Les confesé, cosa de la no quería hablar, que mi nombre estaba en la lista que la Guardia Civil y las otras fuerzas de la Seguridad del Estado le arrebataron, en su tiempo, al canallesco y criminal Comando Madrid de ETA. En esa lista estaba mi nombre, como posible víctima.
Se me vigiló durante más de cuatro años, pero finalmente la Guardia Civil dio con la biblia maldita de los etarras, me pusieron una custodia durante más de seis meses y un par de geos venían a buscarme a mi casa a las siete y media de la mañana los días que yo iba a hablar en las mañanas de Radio Nacional. Aunque nunca, ni en los peores momentos, he aceptado en toda mi vida ser víctima de nada, y tampoco he tenido lo que ahora parece que tienen todos (traumas), sí tengo la suficiente empatía para oponerse siquiera un segundo en el papel de una verdadera víctima. En todos caso, ni olvido ni perdono. Que los demás piensen como quieran.
Mi nombre estaba en la lista del canallesco y criminal Comando Madrid de ETA, como posible víctima
Pasé un rato agradable con los alumnos del Instituto Esperanza y tuve una de esas experiencias que se repiten para mí cada año en la FIL de Guadalajara: una suerte de epifanía literaria. Ojalá pueda mantener durante años el entusiasmo que me queda por vivir, que se reproduce cada vez que hay una de estos acontecimientos como el de la FIL de Guadalajara.
Ah, claro! El Mundial. Hay escritores futboleros (yo soy uno de ellos) y otros que detestan el deporte de la pelotilla y el gol, además de aquellos a los que les resulta indiferente el jueguito. Borges detestaba el fútbol y afirmaba, con una rotundidad intelectual fuera de serie, que era un deporte de tontos para tontos. Bueno, sin excedernos, yo también creo que hay algo de eso. A todos los tontos que he conocido, y son cientos y cientos, les entusiasmaba el fútbol, normalmente sin tener ni idea de la realidad del juego, de ese ajedrez casi matemático, ágil, talentoso y genial de los mejores.
Pero, en fin, para gustos se hicieron laureles y, como escribió T. E. Lawrence en Los sietes pilares de la sabiduría, no hay nada escrito todavía… Tal vez haya sido también una afirmación exagerada, como la de Borges, pero a mí, lo siento mucho, me siguen gustando las exageraciones intelectuales que nos hacen pensar y sacar los pies el tiesto por lo menos de vez en cuando.