He pasado esta semana leyendo en profundidad y con mucho placer el volumen de la poesía completa de Andrés Sánchez Robayna titulado En el cuerpo del mundo, publicado por Galaxia Gutenberg. Gracias Joan Tarrida por este regalo literario. Y enhorabuena por su edición. Siempre estuve convencido, desde que leí su primer libro de poemas hace ya décadas y décadas, de que Sánchez Robayna perseguía con su verso la luz de las estrellas que hay en el fondo de la palabra, cuya búsqueda es el exacto objeto de su poética.
Lo conozco personalmente desde que era casi un adolescente y sé de su pasión total por la poesía. Le enseñé en mis clases de latín y griego en el Instituto de Agüimes, isla de Gran Canaria, los rudimentos de la gramática y la literatura griega y latina, hasta que el franquismo me quitó la carrera universitaria y me condenó al ostracismo docente. Seguí desde entonces a Sánchez Robayna: sus libros, sus artículos, sus polémicas, sus ensayos y libros de poemas, sus guerras con el mundo a cuyos frentes fue siempre vestido de fino espadachín, pero duro como un esgrimista sabio en la defensa de sus criterios poéticos.
Este volumen de poesía completa, En el cuerpo del mundo, es el resultado máximo de esa lucha pasional constante por la libertad y la búsqueda de la palabra. ¿Quiero decir, y no termino de decirlo, que Sánchez Robayna es un gran poeta? Si no lo es, está muy cerca de serlo; si no lo es, lo conseguirá en los próximos libros; si no lo es, lo parece.
Hay, en la poesía de Sánchez Robayna, muchas raíces, y verdaderamente profundas, de Valente y Paz, de Rimbaud y Dante. En primer lugar, la lucha es contra el silencio; la guerra es contra toda aquella poesía de farsantes y mediocres; el resultado es la solvencia de una palabra poética personal, que abre luz en el desconcierto del mundo contemporáneo. La poesía de Sánchez Robayna no tiene geografía definida, nunca tuvo la ambición de ser un héroe de barrio repitiendo canciones conocidas de West Side Story.
Mientras muchos autodenominados poetas se dedicaban a ser bailarines de los medios informativos en las páginas de Cultura, y se conformaban con eso, Sánchez Robayna trabajaba con su cincel poético cada una de las palabras que la poesía le trajo a su destino de estudioso poético. En el cuerpo del mundo es ese gran resultado que les espera nada más que a los verdaderos y grandes poetas después de mil trabajos hercúleos, tras un millón de pulsos con uno mismo y con los demás: su propio pulso poético que late a la vez, creciente y profundo, en cada uno de sus libros de poemas; el resultado es una poesía no sólo completa, aunque siga sin descanso la creación poética, sino rotundamente clara, profunda, sólida, definida.
[Las tres cumbres de la literatura occidental]
No busca nuca el límite de la geografía en la que respira todos los días sino volar todos esos mismos días al mundo, traspasar sin demora la esclavitud del territorio y de la zona de confort para buscar la intemperie del mundo como destino poético; no quedarse en el festín del sol, en el aplauso fácil del territorio y de las tribus poéticas que cruzan la vida del poeta, o en la repulsa mezquina de esas mismas tribus, nadar mar adentro y hasta el horizonte hasta encontrar la universidad de una poesía poco común en nuestro panorama nacional.
Por eso también, la poética de Sánchez Robayna, refrendada constantemente en sus ensayos, late viva en el mundo, incluso más allá de los límites y las barreras de la lengua en la que fue concebida y escrita.
He aprendido mucho de poesía y del poeta leyendo En el cuerpo del mundo, una de esas lecturas tan gratificantes que hacen sentirse al lector como protagonista de un descubrimiento distinto y distintivo. La poesía hoy parece estar al alcance de cualquiera que pretende ser poeta porque sí y no sabe dónde se mete. A las primeras de cambio, se les ve el plumero a los farsantes: en cuanto la luz de los focos descubre sus facciones risueñas y egolátricas. En cambio, el ego poético del verdadero poeta es un motor de viva y luz para enfrentarse, quijotescamente, a la intemperie de la poesía real, con palabras vivas, respiratorias, exigentes.
He sentido una gran satisfacción intelectual leyendo los libros de poemas de Andrés Sánchez Robayna, su pasión y emoción poética, la profundidad de su palabra poética. Aquel alumno casi adolescente es hoy un gran poeta o se acerca mucho a lo que es un gran poeta, con gran y contundente obra, con el canto propio en cada poema, con la fuerza del esgrimista en cada verso. A mis pocos pero fieles lectores, les doy un consejo: háganse con un ejemplar y léanlo en la soledad deseada para encontrarse con un poeta completo. A los malos poetas y los farsantes de la palabra, ganadores de premios trucados y limitados al cuidado de su fachada literaria, les doy el consejo de Dante: abandonen toda esperanza.