La caída del Muro de Berlín y el atentado de las Torres Gemelas marcaron el inicio y el final de una década, la de los 90, que en España vivimos con cierto optimismo. La Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos nos pusieron en el escaparate internacional, Induráin se hizo con el maillot amarillo del Tour de Francia durante cinco años consecutivos y Arantxa Sánchez Vicario se coronó en el tenis femenino.
Ya antes que Rosalía, los Del Río habían puesto a bailar a todo el planeta al ritmo de la Macarena, y en el mundo del cine, primero Fernando Trueba con Belle Époque, y más tarde Pedro Almodóvar con Todo sobre mi madre, conquistaron el Óscar. Con el nacimiento a finales de 1989 de Antena 3 y Telecinco, la televisión empezaba a multiplicar su oferta. Eran los años de series como Farmacia de guardia y Médico de familia, secundadas poco después por Compañeros o Al salir de clase.
Pero como explica el crítico cultural Chuck Klosterman (Breckenridge, Minessota, 1972) en el vibrante ensayo Los noventa (Península), "es difícil explicar las pequeñas diferencias entre la vida actual y la vida en la década de los noventa a cualquiera que no haya vivido estos dos periodos de tiempo siendo adulto. Mucho más que explicar la diferencia en el día a día entre la vida de los sesenta y los noventa".
Para hacerse una idea de esta evolución, fue en 1997 cuando una pequeña empresa en California acababa de ser fundada como un servicio de alquiler de DVD a través del correo postal. La empresa en cuestión se llamaba Netflix y hoy es una de las plataformas online más populares del mundo en un formato que solo en esencia tiene algo que ver con sus orígenes.
Sin embargo, como argumenta el periodista, la mayor disonancia entre los sesenta y los noventa "tiene que ver con el modo en que las cosas se diseñaban, producían y empaquetaban". Que se pasara del vinilo al CD con una diferencia de precio abismal (de 3 dólares a 13), es una evolución, según Klosterman, "fácil de comprender, a diferencia de la profunda disonancia estructural entre la experiencia de consumo en 1990 y la de 2020". En el siglo XXI, un adolescente sería incapaz de entender, sostiene el crítico, "por qué alguien pagaría 13,25 dólares por doce canciones preseleccionadas que solo podían reproducirse en un aparato eléctrico concreto". Bienvenidos a los 90.
Nevermind, el verdadero inicio
Pero para Klosterman no fue la caída del Muro de Berlín, sino un disco musical, lo que realmente marcó el inicio de esta década. "Nevermind es el punto de inflexión en el que acaba un estilo de cultura occidental y comienza otro, en gran parte por razones solo vagamente relacionadas con la música", sostiene. Periodista especializado en música, cultura popular y deportes, para el crítico "cualquier intento de entender a los jóvenes tenía que empezar por entender por qué el líder de Nirvana, Kurt Cobain, vestía y actuaba como lo hacía" y, en este contexto, "la resonancia pública de Nevermind es el momento en el que los noventa se convirtieron en un periodo de tiempo reconocible, con valores inmutables".
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La música rock, reflexiona más adelante, "había llegado a su conclusión lógica, no como género, sino como fuerza central propulsora de la cultura juvenil. Tras Nevermind, se grabarían centenares de discos de rock relevantes, pero ninguno tendría ni de lejos su misma importancia en lo extramusical. El dominio de la estética paradójica de Nirvana acabó con el dominio del rock como ideología".
La música, de hecho, cobra una relevancia importante en este libro que recuerda éxitos como Don't tell my heart –el No rompas más mi pobre corazón que en el mundo hispano popularizó Coyote Dax–, y que en Estados Unidos versionó Billy Ray Cyrus –sí, el padre de Miley–, en 1992. De la mano, precisamente, del padre de quien fuera Hannah Montana, este éxito, "se convirtió en el primer tema country en casi diez años en vender un millón de copias, a pesar del consenso general de que era espantosa".
Y si lo de Shakira con Piqué nos parece hoy mucho, en 1995 una canadiense de 21 años sorprendía al mundo con You Oughta Know. "Era una canción hecha desde la perspectiva de una mujer a la que le ha dejado su pareja y que necesita que su ex se dé cuenta de lo mucho que le ha dolido la ruptura –analiza Klosterman–. El tema no era original, pero la canción estaba plagada de detalles desarmantemente explícitos". En ella, una joven Alanis Morissette cantaba: "I want you to know, that I am happy for you / I wish nothing but the best for you both / An older version of me / Is she perverted like me?" ("Quiero que sepas que estoy feliz por ti. / No os deseo nada más que lo mejor para los dos./ Una versión mayor de mí misma, / ¿es tan pervertida como yo?").
"Hay muchas razones por las que You Oughta Know merece una reflexión –apunta el autor–. Una es la idea de que una ruptura es una forma legítima de trauma psicológico, que es un modo de ver el asunto que la mayoría de las personas de la época no se tomaba muy en serio". Pero otra era, afirma, "el empleo de la ira como una forma viable de expresión pop femenina". Algo que la revista Rolling Stone tituló como Mujer blanca enfadada. Sea como sea, con aquel éxito la cantante acabaría vendiendo 33 millones de copias de su disco Fagged Little Pill en todo el mundo.
Mala época para las aspiraciones
Cronista por excelencia de la Generación X, lo interesante del recorrido que Klosterman propone es que lo abarca todo en una mirada entre divertida y compleja, curiosa e histórica, al tiempo que plantea todo un viaje en el tiempo a una época en la que "no hacer nada a propósito era una opción válida" y "la clave estaba en el desinterés hacia el éxito convencional". Lo noventa, sostiene, "no fueron una buena época para los que aspiraban a ser algo".
Desde la Guerra del Golfo –la primera guerra televisada en directo–, hasta las elecciones en las que Clinton venció a George Bush padre, con la loca influencia de Ross Perot en aquellos resultados electorales –"¿cómo es posible que un cargo electo con un índice de aprobación del 89% en 1991 perdiera su puesto en 1992?", se plantea el autor–, o el caso Lewinsky después, así como el no menos loco intento de Michael Jordan de pasarse al béisbol, todo es relevante en esta década que potenció el acceso a internet y cambió nuestra relación con el teléfono.
"Todo el mundo se preocupa ahora por la adicción a los móviles –puntualiza Klosterman–, pero el teléfono fijo ejercía un control mucho mayor sobre su propietario. Si estabas esperando una llamada importante tenías que sentarte en el salón de tu casa a esperarla. No había otra opción (…). La vida estaba más pautada y era menos fluida, y la dictaba una máquina que no quería (ni podía) desvelar su ubicación".
Videoclubs y cintas
Lo que el CD era a la música el VHS lo era al cine. Aunque se inventaron a mediados de los 70 y se empezaron a comercializar en los 80, lo cierto es que los vídeos no llegaron a ser una opción válida para los hogares de la mayoría de la población mundial hasta los 90. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, no fue hasta 1990 que el 65% de las casas logró adquirir un reproductor de VHS. Y con él su negocio estrella.
"Ninguna película o director influirían tanto en el cine de los noventa como el advenimiento y la popularidad de los videoclubs. Cambiaron de arriba abajo el modo en que las películas se veían y se valoraban, y generaron un nuevo tipo de cinéfilo de clase obrera que llegaría a dominar el pensamiento crítico en torno al medio", precisa Klosterman.
A diferencia de las plataformas digitales de hoy, "la experiencia del alquiler –describe el autor– quedaba dentro de los límites del mundo físico, y no había ningún algoritmo que empujara a los consumidores hacia productos que estaban predispuestos a disfrutar. La forma más habitual de elegir una película era deambular sin rumbo por el videoclub, echar un vistazo a las carátulas, leer la breve sinopsis de la parte posterior y escoger la opción más apetecible de entre las disponibles. No había ningún sistema ni lógica".
De aquella experiencia nacerían películas como Clerks y directores como Quentin Tarantino, que "se convirtió en el cineasta más importante de los noventa haciendo películas pensadas en exclusiva para su propio placer" con filmes como Reservoir Dogs o Pulp Fiction.
Además, recuerda, Klosterman, esta década fue un periodo fértil para el cine independiente y "poco convencional". "Lon noventa estuvieron saturados de proyectos independientes contrarios a los clichés y definidos por la interioridad de sus creadores" con títulos como Trainspotting, Cómo ser John Malkovich, Pi, Las vírgenes suicidas o Memento.
El barco que no se hundió
En lo comercial, "una película horrible", en palabras del periodista, se convirtió en la líder de las taquillas a pesar de todas las expectativas. Pero Titanic, la película, al contrario que el barco, no se hundió. "James Cameron creía que la película perdería unos 100 millones de dólares", afirma Klosterman. Lo cierto es que ganó 1.800 millones y se convirtió en la más vista del momento.
A buena parte de aquel éxito contribuyó involuntariamente un joven Leonardo DiCaprio que despertó un interés casi obsesivo en fans y periodistas. "DiCaprio era más grande que la película más grande de todos los tiempos. Y lo más destacable de todo no es que algo así ocurriera, sino lo que DiCaprio hizo para conservar y expandir ese nivel hiperbólico de popularidad: casi nada".
En términos de recaudación, resume el autor, Titanic fue la gran triunfadora de la época. "La estrella de mayor éxito fue Tom Hanks, aunque podrían defenderse también las candidaturas de Mel Gibson, Tom Cruise, Denzel Washington o Julia Roberts". Sin embargo, añade más adelante, "viéndolo a través del prisma de todos los contextos posibles, tanto en el año de estreno como en todos los siguientes, puede decirse que no hay otra película de ese periodo de la importancia de Matrix".
Una modernidad casual
Si hablamos de cine, tampoco podíamos dejar de lado a las series. "Durante gran parte de la década, Seinfeld –reivindica el periodista– fue la serie de imagen real más popular y transformadora de la televisión. Cambió el lenguaje y el modo de entender la comedia, y la mayoría de sus episodios los vieron más personas de las que vieron el final de Juego de tronos en 2019. Pero si te perdías un episodio de Seinfeld, te lo perdías. Tenías que esperar a que volvieran a emitirlo en verano, cuando podrías intentar grabarlo manualmente en una cinta de VHS".
De los 90, fueron también éxitos como Urgencias, la popular Will and Grace o la laureada Los Soprano, –ya más de finales–, pero si alguno de los títulos americanos que menciona Klosterman marcó a una generación en España, esa fue Friends. Creada en 1994, Colegas, como se llegó a llamar en su primera temporada, aterrizó en España en 1997.
"Eran personas modernas, pero que compraban en una cadena de muebles de toda la vida –comenta el escritor–. Ninguno de los personajes estaba pensado para que molara, así que la audiencia no tenía que molar para entender su atractivo. No eran producto de su tiempo, eran un producto dentro del tiempo. Friends abordaba directamente las ideologías inseguras de los noventa sin reconocer que los noventa tenían su significado, o incluso, que los noventa era algo que estaba pasado. La suya era una modernidad casual".
A lo largo de sus 400 páginas, Klosterman, enlaza amenamente los acontecimientos históricos, como la clonación de la oveja Dolly en 1997 –"el mayor avance intelectual de los noventa"–, con la cultura. De la ciencia pasa a la ficción con películas como Mis dobles, mi mujer y yo, interpretada por Michael Keaton, o la más obvia Parque jurásico, novela de Michael Crichton, que en 1993 popularizó Steven Spilberg cuando la llevó a la gran pantalla.
Para el aumento actual de las teorías conspiranoicas el periodista tiene también una teoría: la influencia que ejerció Expediente X entre muchos de nosotros. "No era solo que Mulder estuviera convecido de que las conspiraciones eran reales, sino que él quería que lo fueran, tanto para explicarse el mundo como a modo de confirmación de su propio sentido del yo". Algo que casa perfectamente con una de las últimas noticias que llegan estos mismos días de 2023 del Pentágono: el avistamiento de posibles ovnis.