Una cosa es la moral del político y otra es la moral del ciudadano. Eso decía y escribía Ortega y Gasset que, en el fondo y en la forma, era un moralista. ¿Qué quiere decir Ortega? Está claro que algo es indiscutible, que el ciudadano tiene una moral y el político otra. La moral en política es o tiene que ser ejemplar, aunque en muchas ocasiones el mismo político tenga que hacer cosas contra su propia conciencia. Es lo que se llama vulgarmente tragar sapos.
He conocido a varios políticos importantes, más o menos morales en su comportamiento durante el ejercicio del poder, que tuvieron que desayunar sapos muchas veces y sin bajarse nunca del potro de tortura, un añadido al malestar que muchas veces se vive en el poder. ¿Pedía Ortega comprensión para el político, sometido a sapos y bailando en el potro de tortura del poder? No lo sé todavía.
Hablé en otro tiempo mucho y bien con Jorge Semprún, el escritor más brillante e inteligente de todos cuantos he conocido. Semprún era un hombre culto y experimentado en potros de tortura y en tragar sapos, primero en un campo de concentración nazi y después en el PCE, del que era dirigente. Semprún distinguía siempre entre moral y ética, atendiendo al sentido de cada uno de los conceptos y a su etimología. Porque la moral tiene que ver con las costumbres de cada época, con las modas cambiantes, con cierto sentido de la educación.
[Ortega y Gasset sigue vivo: un pensador en el campo de batalla de nuestros días]
Hoy lo moral es ser políticamente correcto, que es un sinónimo, a mi entender, del sometimiento al que estamos hoy entregados por un lago o por otro. En cuanto a la ética, su misma etimología lo dice: es la esencia, la sustancia del ser humano. Semprún era un hombre ético, un intelectual que pasaba todo su pensamiento abstracto y concreto por la ética, que es -también a mi entender- el estilo de cada ser humano.
La moral no nos caracteriza, la ética nos dibuja por entero. “No hay estética sin ética”, le escribió en un telegrama José María Valverde a Tierno Galván cuando Franco echó de su cátedra al Viejo Profesor. Acto seguido, Valverde, profesor de Ética, se fue por décadas a dar clases a Canadá, donde se exilió voluntariamente con toda su familia.
Y es que la ética es estética o no es. Tenía razón Valverde y su texto, escrito en latín en el original, ha pasado a la historia de los que seguimos teniendo memoria, que cada vez somos menos.
La moral del político, entonces, se pierde cuando se confunde lo público con lo privado, cuando se actúa según las conveniencias de una minoría y no de la ciudadanía en general, cuando la soberbia puede con todos los demás elementos que sustentan la ética personal y las leyes del mismo poder. La moral del ciudadano, ¿qué significa eso hoy en día? Casi nada, la verdad.
Nunca hubo ética en el colonialismo, nunca hubo moral profunda en el capitalismo y, desde luego, tampoco en el comunismo
Nos olvidamos muchas veces de que es de la ciudadanía, del conjunto de la sociedad, de donde salen las clases dirigentes y, por supuesto, la clase política. Nos olvidamos demasiadas veces de nuestras responsabilidades como ciudadanos, de nuestros deberes, y sólo actuamos reclamando con vehemencia nuestros derechos adquiridos después de una larga marcha histórica.
La sociedad de hoy, en todo el mundo, está más sujeta que nunca a aquel lema que llevaba cabo el Imperio Romano con notable éxito: “Panem et circenses”. Hoy, como nunca, hay circos por todos lados. Circos que nos entretienen en la nada, que nos hipnotizan en la estupidez, que nos sugieren, uno tras otro, que nos comportemos como cerdos. Y eso que hay más pan que nunca para unos y menos pan que jamás para otros.
[Jorge Semprún sube el siglo XX a las tablas]
A veces creo que estamos viviendo en su sistema esclavista que disimula su verdadero y profundo sentido pagándole una miseria a quienes llamamos trabajadores. Aunque la esclavitud a secas, sin adjetivos de ningún género, sigue rampando como un tigre insaciable por vastas regiones del mundo como si la moral y la ética nunca hubieran tenido asiento en esas mismas regiones. Tal vez esto sea exacto: nunca hubo ética en el colonialismo, nunca hubo moral profunda en el capitalismo y, desde luego, tampoco en el comunismo.
Caminamos hoy en un desierto de valores que pierde la memoria por conveniencia y se adora a sí mismo como la mejor de las tierras. Todavía hay gente optimista, hasta pensadores optimistas, que sostienen que vivimos en el mejor de los mundos que el ser humano ha vivido a lo largo de la Historia. Eso es posible que sea cierto, pero hay momentos de esa misma Historia del ser humano en los que se pierden los valores éticos y estéticos que tanto costaron poner en marcha y convertirlos en necesarios modos de vida.
Hoy, todos esos valores que hasta ayer parecían sólidos, están derrumbándose delante de nuestros ojos sin que hagamos nada por solucionar la debacle. Hoy, la moral del político no existe y la del ciudadano brilla por su ausencia. Vivimos un mundo ciego, según Saramago, que en muchas cosas de nuestro mundo de hoy tenía razón.