Mientras la ciencia nos señala que el universo se expande, el cielo va desapareciendo de Occidente. Una inminencia bélica lleva la memoria colectiva a episodios pasados ya muchas veces en la Historia del mono que parece no haberse terminado de convertirse en ser humano. La violencia surge en cualquier parte del mundo conocido, mientras el infierno crece en todos lados. Parafraseando al poeta Carlos Germán Belli, a quien se le ha negado una y otra vez el Premio Cervantes por esas cosas tan arbitrarias de la gente de la literatura, “en todas partes, el deterioro ejerce su dominio”.

El episodio corre de boca en boca desde hace décadas, enriquecido por unos y empobrecido por otros. Dice la leyenda que a José Bergamín le preguntaron en México (país que a él no le gustaba mucho) durante su exilio que si él era un contacto del Partido Comunista de España con otros grupos republicanos exiliados. Dicen que Bergamín contestó con claridad lúcida al desafío: “Con los comunistas hasta el abismo, pero ni un milímetro más”, dijo. El poeta Andrés Sánchez Robayna, en pleno esplendor y madurez en estos años últimos, mejoró esa versión reclamando que, como Bergamín era creyente católico, podía permitirse esta licencia religiosa: “Con los comunistas hasta la muerte, pero no más allá”, dijo Bergamín, según la versión enriquecida de Sánchez Robayna.

¿Está el mundo perdiendo definitivamente el cielo? ¿Acaso nos acercamos, en este aquelarre de guerra y muerte, al apocalipsis que vislumbró el profeta de Patmos?

Por todos lados, esa inminencia de las bombas, la guerra y la muerte, estalla sin pedir permiso, sin apenas avisar, y vuelven a repetirse los miedos agoreros a una Tercera Guerra Mundial mientras el universo se expande por encima de nosotros pero nuestro cielo a ras del suelo tiende a desaparecer. Como si estuviéramos caminando al borde del abismo, sin darnos cuenta de los riesgos y los peligros, los dirigentes del mundo se olvidan de sus repetidas reuniones diplomáticas y se enredan en la muerte tan temida de sus pueblos como el que se toma una botella de champán en una lúdica diversión. Poco a poco, hay más barro y queda menos plata, como escribió Rafael Alberti, a su manera y para sus maneras de aquella época que tampoco fue mejor que la que, a pesar de todo, estamos viviendo nosotros. O terminando de vivir, a un milímetro del abismo del que se dice que hablaba Bergamín en épocas terribles.

Escribo desde Cracovia, Polonia, país que sabe de ocupaciones extranjeras, de constantes esclavitudes, no sólo antaño, con el imperio austro-húngaro, sino ahora mismo, ayer si podemos hablar de ayer con el tiempo de la memoria, primero con los nazis que ocuparon el país hasta convertirlo en un campo de concentración para la muerte, y después con los soviéticos que hicieron de Polonia una cárcel en donde todo el mundo era sospechoso de cualquier delito que pudiera llevarlos a la celda.

El pensador polaco Alexander Wat se lo dijo a Milosz, premio Nobel de Literatura, en su larga conversación recogida en el libro Mi siglo (Editorial Acantilado), al hablar de Bertolt Brecht. Wat hace una sutil diferencia entre el superviviente y el resistente: “En todo superviviente hay un canalla, y Brecht lo sabe. El resistente no es un canalla ni un asesino”. El escritor polaco terminó su vida suicidándose en París y es un ejemplo de la destrucción de la resistencia en un mundo de canallas que ha llegado a su plenitud en los instantes que estamos viviendo ahora mismo, donde las guerras son estrellas de ese universo que se expande y llena de muerte el planeta entero.

Algunos nos tildarán de catastrofistas. Casandra en Troya: avisaba del desastre la bruja buena, avisaba de la derrota y de la perdición histórica. Desde entonces a hoy, y sobre todo en los últimos tiempos, cada vez nos quedan menos milímetros para caer en el abismo de que Bergamín hablaba cuando hablaba de los comunistas. Esta Tercera Guerra Mundial tal vez no está tan “claramente” expuesta al universo de nuestra percepción, a nuestra estupidez contemporánea, que nace de los años 60 del siglo pasado, cuando la vida entraba en un instante de felicidad y fiesta, y se embarra ahora en este infierno creciente. Un amigo me envía un mensaje sarcástico a Polonia: “No te vayas más allá porque allí están muy malhumorados”. Ya el sarcasmo no nos sirve de gran cosa: otro instante de sonrisa medio forzada y de reconocimiento de que nuestras fuerzas decaen ante la violencia de legiones de mediocridades que gobiernan el mundo de hoy. ¿Qué hacer? La leyenda dice que Lenin, harto de esa pregunta a la que le había dado tantas vueltas en su cabeza, cuando estaba ya a las puertas de la muerte, dijo balbuceando: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”. Pero, en fin, es una leyenda, no hay que hacerle mucho caso a esta extraña y última reflexión. Lenin, en el fondo, era un catastrofista (perdonen el sarcasmo…).