El caso de los Rabal, Paco Rabal y Asunción Balaguer, en Alpedrete, un pueblo de Madrid, es el último, hasta el momento, de la manía ideológica de la cancelación de la que los partidos políticos españoles abusan con una arbitrariedad insolvente e indignante.
A Francisco Rabal y Asunción Balaguer el pueblo de Alpedrete les dedicó en su momento un plaza de ese ayuntamiento. Ahora, otro ayuntamiento, del PP y Vox, se la quitan y los mandan a un “lugar más adecuado para ellos”.
Los Rabal llegaron a ser un patrimonio real en ese pueblo que tan bien conozco. Allí viven sus hijos Benito y Teresa; allí vivió su nieto Liberto; allí vivieron durante años y por largas temporadas Paco y Asunción, siempre risueños y cercanos, amables y respetuosos con la gente del pueblo. Nunca dieron que hablar ni se erigieron ninguno de ellos por encima de nadie. Y ahora viene la cancelación.
['Los santos inocentes', en el cortijo de la humillación]
Paco y Asunción fueron excelentes actores cuyo prestigio artístico llegó a muchos lugares del mundo. Toda España lo recuerda, eran y son memoria contemporánea pero hay algunos que todavía no saben lo que es la memoria, la historia y el mundo contemporáneo, y trabajan para ocultar el sol con un dedo. Inútil añagaza, pobre labor la de borrar la historia reciente.
Recuerdo que cuando las izquierdas más jóvenes ganaron la alcaldía de Madrid, creo que con la magistrada Carmena al frente de la institución, algunos ediles bastante analfabetos y caciquiles quisieron cambiar el nombre de la calle con el nombre del escritor Max Aub porque creyeron que ese magnífico personaje, autor de las mejores obras literarias de un escritor exiliado, era un alemán de pasado nazi.
A peor la mejoría. En todos los partidos políticos el deterioro ejerce su dominio, parafraseando el verso del poeta Carlos Germán Belli. Y citando al argentino Mario Trejo recordaré que de dos cosas debe librarse el hombre nuevo, de la izquierda cuando es siniestra y de la derecha cuando es diestra. Esta derecha de ahora en el ayuntamiento de Alpedrete es de verdad diestra, por serlo, y siniestra, por esta actuación contra los Rabal.
En la Cafetería Viena, en el centro del pueblo y a dos minutos de la Plaza del Ayuntamiento, desayunábamos mi mujer y yo todos los fines de semanas unos churros impecables que me reconciliaban con la vida. Y, a veces, muchas veces, pasaba ratos inolvidables conversando, cuando me encontraba con ellos, con Paco, Asunción y Benito Rabal.
Al principio del día, aquellos encuentros eran siempre fastuosos y llenos de amistad. Hablábamos de todo, hasta de política, y nunca discutimos con una palabra más alta que otra aunque no estuviéramos de acuerdo.
Mi amistad con Paco Rabal y su hermano Damián venía fundamentalmente de muchos años atrás. Venía de las largas noches de francachela, alcohol y libertad del Nuevo Oliver, entre las calles de Conde Xiquena y Almirante, en Madrid. A veces viajé con ellos a Andalucía, a Águilas, a Alicante, y una noche casi me convencen para ir a los casinos de Biarritz en taxi con Paco Marsó para jugar en los casinos con el dinero que no teníamos.
[¿Es el arte un arma contra el fanatismo?]
Tiempos viejos e inolvidables. Una vez fui jurado del Festival de la canción de Benidorm y otra del jurado de Miss España en el sur de Gran Canaria. Las dos veces ganaron nuestros candidatos y candidatas, que Damián proponía siempre. Nos divertíamos gloriosos con botellas de champán celebrando “nuestros éxitos”. Cosas del pasado inolvidable que no estoy dispuesto a cancelar.
Como aquella noche interminable en la que, siempre en el Oliver, a Fernando Fernán Gómez se le ocurrió que el invierno era muy crudo para soportar tantas horas bebiendo sin comer nada. Paco Rabal estuvo de acuerdo. Entonces, saqué mi argumento secreto y los llevé al Privé de Antonio Mantecón en la calle Villalar.
Amanecimos en el interior del Privé gozando de una inmensa pérgola de fabada caliente, por supuesto inolvidable y como si no fuera invierno, acompañada por bastantes botellas de buen mosto. Paco Rabal, cada vez que nos veíamos en la noche del Oliver, me recordaba esa noche llena de amistad y gloria gastronómicas, dueños de nuestro tiempo y de nuestra libertad.
[¿Está perdiendo libertad la literatura?]
Tuve un chalet en Alpedrete, en la calle de San José, durante casi treinta años. Allí, como he dicho, me encontraba con los Rabal, patrimonio popular del pueblo, y la alegría era inmensa. Había un solar a la entrada del pueblo donde Teresa Rabal guardaba su circo para niños y yo lo veía cada vez que llegaba a Alpedrete. Es decir, los Rabal y Alpedrete formaban un mismo cuerpo en la geografía y memoria del pueblo, y el mía, particularmente.
Ahora un alcalde, cuyo nombre no recuerdo ni quiero recordar, ha borrado a los Rabal de su plaza. Picámelo menudo que lo quiero para la cachimba que el alcalde de Alpedrete quiere llenar de barro. Quede aquí por escrito mi protesta más indignada como ciudadano con memoria libre. Luz, más luz, como diría Goethe. Salud, fuerza y unión para los Rabal, como decimos nosotros.