Margin Call se apunta a la "moda" de películas sobre la crisis, que por cierto tiene mucho más éxito de público que la anterior, la de películas sobre la guerra de Irak (hace poco una productora española cambiaba la sinopsis de una película que prepara ocultando que tenía como contexto esa contienda argumentando, por lo bajini, que "Irak no vende"). Punto. Queda claro, pues, que a la gente le importa bastante más su bienestar (hemos llegado a un límite en el que la palabra supervivencia es quizá más adecuada) que los muertos lejanos. No hay que rasgarse las vestiduras o moralizar sobre ello. Es lógico. Aunque en su momento tuviera algo de hipócrita.
En cualquier caso, Margin Call nos vuelve a sumergir en las cloacas del Capitalismo. En los albores de la crisis, un banco de inversión se deshace de sus activos tóxicos a sabiendas de que está vendiendo basura. Es lo que se llama, de toda la vida, dar gato por liebre. Planteada como un drama moral, Margin Call trata sobre la corrupción en un sistema económico que va por libre, o sea, en el que el Estado tiene una participación muy pequeña. Es corrupción pura en un sistema capitalista puro como el americano. Personas con un poder inmenso que engañan, que estafan y se enriquecen a costa de la miseria de muchos. Hay una frase muy significativa de Paul Bettany: "Los demás pierden; ellos, nunca".
Fotograma de 'Margin Call'
Esta frase podría resumir a la perfección otra buena película sobre la crisis, Cinco metros cuadrados, de Max Lemcke. Desde aquella fantástica Casual Day, Lemcke demostró un oído excelente para retratar un mundo muy mal explicado en el cine español: el de las altas esferas empresariales, de los "pijos", como se les ha llamado siempre con esa mezcla entre desprecio y admiración de los españoles por los poderosos. Si mucho cine social (recuerdo una escena especialmente horrorosa en la última película de Camus) se ha limitado a la caricatura izquierdosa, Lemcke acierta al ser, por una parte, mucho más demoledor y por la otra, utilizar un trazo menos grueso y dibujar verdaderos personajes identificables en el "lado oscuro".
Fotograma de 'Cinco metros cuadrados'
Si en Margin Call la corrupción no necesita de alcaldes codiciosos y ministros con sospechosos maletines, en España, nuestro amado sistema basado en la preeminencia de lo público los hace indispensables. Al final, uno podrá preferir en su fuero interno el capitalismo tipo estadounidense o el Estado del Bienestar socialista europeo, pero viendo ambas películas, más allá de constatar las diferencias culturales (apunto otra, los americanos no pierden los nervios tan fácilmente como en España y se expresan sin palabrotas ni brutalidad) el resultado es el mismo: los seres humanos somos una catástrofe y no hay sistema que valga para frenar el ansia de poder y riqueza de los tiburones que dominan nuestra sociedad, bien vendan bonos basura o licencias urbanísticas ruinosas.
Y robar, aquí da la impresión de que robamos todos. El nuevo informe del Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales, conocido hace una semana, es demoledor: el 98% de la música que se consume digitalmente en España (o sea, a estas alturas casi toda) es ilegal. Toma ya. El Spotify cuesta diez euros pero la gente prefiere ahorrárselos y meterse en el berenjenal de la piratería. En cine, el porcentaje es del 73%. Las pérdidas totales del sector son de más de 10 mil millones de euros en un año. Mientras, Tuenti anuncia que se lanza al Video on Demand y Netflix, se retrasa. Por cierto, que la Sinde dijo el otro día en Tokio que, hechos los cambios impuestos por el Consejo de Estado, la ley antidescargas se aprobará antes del 20N. O sea, el viernes. ¿Será verdad?