El señor ZP dice que no aprobó la Ley Sinde por el "debate en la red" sobre la conveniencia de que un Ejecutivo en funciones apruebe una norma de este calado. Es lo que pasa cuando uno espera hasta el último día. O el último truco de un gobernante que se ha aprovechado del mundo de la cultura para su promoción personal pero ha sido incapaz de mover un dedo por él. Lo que se dice en la red por los "internautas" (me encanta que se llame "internautas" a los ladrones, su éxito a la hora de confundir una cosa con la otra es asombroso) suele ser pura demagogia. Por ejemplo, que ellos trincan porque los artistas están forrados y se niegan a pagar para que Brad Pitt se forre o Alejandro Sanz se construya una mansión nueva en las Bahamas.
Los "internautas", que de piratear saben mucho pero del mundo de la cultura no tienen ni la más remota idea, desconocen, o lo hacen ver, un hecho: la brutal disminución de ingresos de las productoras no ha hecho menos ricos ni a Brad Pitt ni a Alejandro Sanz, que siguen estando forrados, sino que ha perjudicado, sobre todo, a las producciones pequeñas. En tiempos de tribulación no hacer mudanza es la consigna. Con las arcas vacías, las productoras se vuelven más conservadoras, porque el poco dinero del que se dispone se destina a productos de éxito garantizado para recuperar la inversión. Que nadie dude que seguirá habiendo pasta para la secuela de Fuga de cerebros, pero poca o ninguna para productos de riesgo, que hasta la fecha se financiaban con los pingües beneficios de unos blockbusters que también son ahora mucho menos rentables.
Por ello, una película como Open 24 H, de Carles Torras, es un pequeño milagro en la cartelera. Lo es en primer lugar por el simple hecho de existir. En un panorama adocenado en el que a la piratería se suma la escasísima inquietud de un público que da la impresión de ser cada vez más conservador y engullido por Hollywood (eso sí, luego odian a Estados Unidos con toda su alma), Open 24 H es una película que sorprende a primera vista por apartarse de los mecanismos trillados para ofrecer una propuesta si no cien por cien original, sí radical, personal y honesta. Y lo hace utilizando un lenguaje cinematográfico en el que una bella fotografía en blanco y negro se ve acompañada por un ritmo pausado, que no lento, que nos ayuda a ver lo que se nos está contando y no simplemente mirarlo. Una sola imagen estática, si es buena, lleva mucho rato descifrarla, claro que esperamos un estímulo detrás del otro en esta narrativa horrorosa de emociones fugaces a la que hemos terminado por habituarnos.
Open 24 H narra la historia de un chaval que ronda los 30 que trabaja como guardia de seguridad en un almacén. El actor, Amadís de Murga, pone rostro con una economía de recursos y, al mismo tiempo, una expresividad extraordinaria, a esa mezcla entre tedio y ansiedad que define nuestra época. El tedio de una vida vacía y cada vez más solitaria, en la que las jornadas laborales cada vez son más largas y los sueldos más miserables, obligando a cientos de miles de personas (en nuestro país de una manera especialmente acusada) a seguir conviviendo con los padres ante la imposibilidad absoluta de labrarse una vida medio digna de merecer tal nombre. Y la ansiedad que surge de ese contraste entre falta de recursos y una oferta ilimitada pero inalcanzable. Occidente, cada vez más, se está convirtiendo en un inmenso escaparate de placeres cada vez más sofisticados y apetecibles como irrealizables para una mayoría. El propio título, Open 24 H, expresa bien la dicotomía entre una sociedad frenética y al mismo tiempo inane.
Rodar la soledad no es fácil sin caer en el muermo y Torras logra transmitirnos la inquietud de su torturado protagonista con una puesta en escena que acentúa esa condición alienada del protagonista en un mundo en ruinas. Un personaje en el que se acumula una rabia y una frustración con la que es muy fácil identificarse, ese desgaste que nos produce a todos todos los días enfrentarnos a un sistema que resulta mucho más eficaz a la hora de hora de multarnos y censurarnos que de ofrecernos una ayuda. El teléfono nos lo cortarán ipso facto si no pagamos, pero si son ellos los que se equivocan uno sabe que le toca apechugar con una maquinaria kafkiana en la que la sensación final es que no pintamos nada. Esa capacidad de Open 24 H para reflejar nuestra angustia cotidiana y contemporánea es el principal logro de un filme que no debería pasar desapercibido.