Acaban de ser presentadas las conclusiones de la Comisión del Ministerio de Cultura para el fomento de la versión original. Es un documento de un rigor encomiable y quizá poco habitual en este tipo de asuntos. Con buenas palabras, el texto, de diez páginas, pone en valor tres cuestiones fundamentales: por una parte, el hecho incuestionable de que la versión original es infinitamente más respetuosa con la integridad artística de la obra audiovisual. Por la otra, que esta situación incide directamente en el vasto desconocimiento de los españoles de idiomas extranjeros, que tan gravemente afecta, por ejemplo, a nuestra economía, tan castigada ahora. Finalmente, que no es algo que pueda cambiarse de un momento a otro sino que requiere, como dice el documento: "con la implicación de las diversas administraciones, con la complicidad de los sectores directamente afectados y asumiendo una perspectiva temporal y generacional ineludiblemente amplia".



Por supuesto, la implantación de la versión original tiene todo el apoyo de educadores, cinéfilos, intelectuales y etc. pero en contra a la industria del cine, en el sentido más amplio. Muy particularmente, por supuesto, las televisiones. Si ya es sumamente complicado encontrar algún contenido remotamente cultural en muchas cadenas privadas, hablar de versión original, resulta, por supuesto, casi esotérico. En este sentido, el documento del Ministerio de Cultura, elaborado por una asamblea de notables de la que forman parte personas como la filósofa Victoria Camps, el presidente de la Academia de Cine, Enrique González Macho, o José Manuel Vélez Jeremías, catedrático de lingüística, puede tacharse de cierta ingenuidad al poner el acento en el fomento y no la imposición. Sin duda, es un mejor camino ayudar que sancionar pero resulta complicado creer que sólo con incentivos se pueda cambiar un hábito, que como también se indica, está sólidamente instaurado en casi la genética de los españoles.



La cuestión es compleja y desde luego hay muchos más factores. Por ejemplo, que si desaparece el doblaje muchos profesionales del ramo se quedarían sin trabajo. Además, buenos profesionales, porque el doblaje español es bueno. Desde luego, es una tragedia, no digamos en los tiempos que corren, que tantos actores se vayan al paro. Pero siempre he pensado que es mucho peor mantener puestos de trabajo a costa de no hacer lo correcto o detener el progreso. Dicho de otra manera, hubiera sido absurdo prohibir la lavadora porque las lavanderas no tendrían con que ganarse la vida. Una sociedad que avanza debe asumir que algunos puestos desaparecerán y cuanto antes y de forma más eficaz haga la transición, menor es el trago. Una idea inteligente del documento, en su voluntad de no ser impositiva, es desarrollar políticas flexibles que permitan, por ejemplo, que los cines opten por una fórmula u otra en distintas sesiones. Suena sensato.



Está claro que nada resulta más difícil que cambiar una costumbre. Eso lo sabemos todos. Los seres humanos, por definición, tendemos a repetir pautas como forma, en parte, de defendernos del caos del mundo. Pero los hábitos se pueden cambiar como también ha demostrado la Historia en muchísimas ocasiones. Además, el documento acierta al poner sobre la mesa un hecho incuestionable, y es que millones de ciudadanos de nuestro país que no viven en Madrid o Barcelona carecen de la libertad imprescindible para optar entre una opción u otra ya que la versión original en muchísimas partes de España, no existe. Es de desear que el próximo Gobierno del PP se tome muy en serio las conclusiones de este documento y las haga propias. Los beneficios de que en España la versión original sea lo frecuente son extremadamente amplios en todos los sentidos. Ojalá esto sea el principio de una verdadera revolución cultural.



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