Es despertarse de buena mañana y encontrarse con la terrible noticia del fallecimiento de Theo Angelopoulos. Maestro del cine, poeta de la imagen, creador de un universo propio plagado de significados ocultos y resonancias, la obra del genio heleno permanecerá en la historia de su arte por su profunda capacidad expresiva y su aparente facilidad para poner en relación los sentimientos íntimos con los grandes acontecimientos históricos. Todos los cinéfilos tienen su película favorita de Angelopoulos, la mía es La eternidad y un día (1998), ganadora de la Palma de Oro y uno de los filmes que mejor han retratado la volatilidad de la vida y nuestra necesidad de aferrarnos a los tactos, los olores, la luz y la finitud del universo para trascendernos. Sólo pensar en ese filme me emociono y me llena de lástima la muerte de ese señor con tanto talento y... tan mal genio.
Entrevisté a Theo Angelopuolos dos veces. La primera, en Berlín, en 2004 por Eleni, esa película en la que rescataba esas imágenes de grandes grupos humanos trasladándose de una punta a otra propias de sus inicios y en la que relataba la odisea de una familia que huye de la guerra y las bombas en una Grecia devastada. La cosa terminó bastante mal, para que quede claro desde el principio. Angelopoulos se puso furibundo cuando le dije (juro que con la mejor intención) que hubiera sido un gran pintor por su capacidad para crear imágenes estáticas de gran fuerza. No le hizo gracia. Menos gracia le hizo la mención a Costa Gavras, el otro faro del cine griego, por considerarlo un vendido. Según Angelopoulos, hacer películas al margen de Estados Unidos, o contra Estados Unidos, no sólo tiene que ver con el contenido también con el continente, y la querencia de Costa por resultar entretenido y liviano "le ponía de los nervios".
Y vamos al núcleo del asunto. Angelopoulos estaba completamente fuera de sus casillas por la política "imperialista" que entonces estaba llevando a cabo Bush hijo. Se tiró media entrevista poniéndolo a parir, y estaba el hombre realmente muy excitado, yo diría que al borde del ataque de nervios. El director estaba en contra no sólo de esa intervención, también de cualquier injerencia extranjera en un conflicto nacional, lo cual incluía su defensa de la no participación occidental en la matanza de hutus y tutsis. Yo pensaba, y sigo pensando, que Europa debería haber ido a la guerra de Iraq, no porque fuera lo mejor del mundo, sino para evitar la catástrofe y el coste en vidas humanas de los propios iraquíes. Se lo dije y no llegamos a las manos pero poco faltó.
Cinco años después, acudí a hacerle mi segunda entrevista con mi admiración intacta porque nunca he juzgado a un director por sus ideas políticas sino por sus películas (excluyo a Leni Riefensthal, todo tiene un límite) y un tanto acongojado por el recuerdo de nuestro primer y volcánico encuentro. Fue en el festival de cine de Huesca y pudimos charlar con calma durante más de una hora sobre lo humano y lo divino. Angelopoulos seguía siendo un cascarrabias pero estaba mucho más risueño y conciliador. No me resultó nada difícil compartir su crítica hacia la fugacidad y superficialidad del mundo de hoy y su reivindicación del cine como agente con capacidad para cambiar la realidad. Fue muy crítico con su generación, a la que acusaba de haber querido cambiar el mundo y haberlo hecho peor con su codicia. Me deslumbró su lucidez y su elocuencia, y en aquel segundo encuentro cerré mi pequeña frustración.
Nos quedan sus bellísimas imágenes y maravillosas películas. No se pierdan La mirada de Ulises, ni Los cazadores, ni aquella Eleni que desató la controversia ni prácticamente ninguno de sus evocadores filmes. El cine de Angelopoulos nos sitúa en ese punto fantástico entre el sueño y la vigilia en el que el arte es posible y se hace fantasía.