El Secretario de Estado de Cultura, el señor José María Lassalle, un hombre con un aspecto ciertamente simpático y un tanto quevedesco, anuncia hoy, en la que yo sepa es la primera entrevista que concede desde su nombramiento, que "el cine español ha de saber que tiene un presente complicado". En el cine español hoy ha habido una conmoción, todo el mundo pensaba que la situación es espléndida. A veces, la ironía es un buen atajo.



Mientras la nueva directora del ICAA, una señora conocida como Susana de la Sierra, a la que llaman "la desaparecida" (comparen su presencia mediática, ni una miserable foto, con la de Guardans y echen cuentas) no dice ni pío, Lassalle, al que por lo visto adornan numerosas virtudes, salta al ruedo y no desvela lo que todo el mundo está esperando, o sea, cuánto va a recortar el Gobierno el presupuesto en cine. Y ese misterio ha paralizado, literalmente, la industria del cine desde hace ya, como mínimo, tres largos meses. Sino desde septiembre.



En este momento, es bueno que se sepa, en España no se está produciendo ninguna película salvo las que llevan apalabradas desde hace meses cuando no años. Tras el recorte de TVE, aun por concretar, lo que supone cargarse de raíz el mejor sostén que el cine de calidad español (porque en España sí hay cine de calidad) ha tenido, el tijeretazo del ICAA puede suponer, textualmente, su sentencia de muerte como dice el presidente de la Academia, Enrique González Macho, en una revista internacional.



Fomentar el mecenazgo es bueno. Es cierto que el sistema español no ha funcionado pero quedarse con que la culpa de todo la tienen las subvenciones es arañar la superficie del problema. El cine español se enfrenta a muchos otros asuntos graves que no tienen nada que ver con que reciban dinero del Estado (como hacen infinitos sectores a los que nadie afea): el bajo nivel cultural y educativo general, la profunda división ideológica de la sociedad, los conflictos territoriales, el poco aprecio tan patrio por nosotros mismos o el hecho de que España es un país pequeño en el que es muy difícil rentabilizar, por bien que funcionen, películas "grandes" que aunque solo sea de vez en cuando puedan competir con Hollywood, con una maquinaria, empezando por la publicitaria, espectacular. Porque si hablamos de calidad, el cine español, proporcionalmente, es tan bueno y tan malo como ése.



No creo que haya ni una sola persona en todo el cine español que no estuviera encantada de que la industria fuera tan próspera y boyante que las subvenciones fueran innecesarias. La gente las utiliza como un mal menor, y son muchos quienes se arruinan y lo pierden todo por perseguir el sueño de hacer una película. En un panorama dominado de forma escalofriante por el standard estadounidense, la existencia no solo de un cine español, afgano y finlandés es absolutamente necesaria porque este no es un mundo en el que solo sucedan cosas dignas de ser contadas en un solo país del mundo, por mucho que acumule un poder que utiliza, en cuestiones de cine, con trazas monopolísticas y rayanas en lo dictatorial (por ejemplo, colar en cines películas menores cuando no malísimas a cambio de superproducciones que reventarán taquillas).



Ojalá funcione la política de mecenazgo que fomenta el PP, sería una excelente notica que el tejido empresarial español apostara por su cine. La realidad, sin embargo, es que para que eso suceda tienen que pasar muchos años. El ministro pone el ejemplo de Estados Unidos (un país que estrena sus películas en 50 países a la vez y gasta en una sola lo mismo que el Estado español en todo el cine durante un año) o Brasil, con una economía a todo gas y una población mucho mayor que la de España. Plantearse como fin el mecenazgo es un loable empeño. Imponerlo por la fuerza de un día para otro supondría reducir, de un plumazo, la producción de películas a menos de un 25%, el cierre de muchas productoras y la más que probable fuga al extranjero de los excelentes profesionales que tenemos en España en todos los ámbitos del cine. Sería, sin dudarlo, una fuga de talentos sin precedentes, por lo menos en democracia.