Hay pocos productores, o ninguno, como Lluís Miñarro, un hombre peculiar en todos los sentidos. Forjado como publicista de éxito, Miñarro comenzó a principios de esta década una fulgurante trayectoria como productor que le ha llevado a parir muchas de las películas más interesantes de la última década. La realidad es que gracias al entusiasmo y el empeño de este idealista han podido nacer películas como El somni, Aita o El Brau Blau, por citar tres que se exhibirán en la Cineteca del matadero de Madrid a partir de hoy en un homenaje de Matadero al cineasta. Hoy y mañana estará el propio Miñarro de cuerpo presente presentando dos películas que ha dirigido él mismo, Family Strip, en la que un retrato familiar se convierte en una apasionante aventura que recorre las últimas décadas de historia en España desde la óptica de una familia de emigrantes en Barcelona. Debo confesar que no he visto la otra, Blow Horn, en la que retrata a un grupo de practicantes de budismo en la India, un lugar que el propio Miñarro conoce bien.



Cuando se habla de los "subvencionados" sería bueno que se tuvieran en cuenta cosas como que las películas de este singular y necesario productor son imposibles sin subvenciones. Y sin subvenciones no habríamos visto, por ejemplo, Honor de cavalleria y El cant dels ocells, los filmes que han convertido a Albert Serra en una estrella del panorama internacional y han contribuido notablemente al prestigio de nuestra cinematografía y nuestro país. Entre las películas de Miñarro, las hay peores y mejores, claro. Nunca entendí Escuchando a Gabriel, que me parece un rollo de mucho cuidado. Y lamento no compartir el entusiasmo de algunos de mis colegas críticos por Liverpool, de Lisandro Alonso, que me parece incomprensible.



Pero el cine no solo avanza con películas buenas y perfectas. El cine avanza tomando caminos extraños e imprevistos como el de Guerín en la estupenda La ciudad de Sylvia o de Agustí Vilà en La mosquitera. Son filmes valientes, llenos de talento, que ensayan nuevas fórmulas e inyectan vitalidad y entusiasmo en una "industria" a veces demasiado deudora del enorme costo que supone hacer una película y las consiguientes "obligaciones" comerciales. La vanguardia es un lugar apasionante y sin personajes como Miñarro en este país se hubiera escrito de otra manera y probablemente peor. Además, por qué no decirlo, siento un enorme afecto en lo personal por Lluís, que como saben quienes le conocen es un hombre risueño y extremedamente simpático, muy lejos quizá de la imagen "intelectual" que algunos podrían pensar que lo convierte en un tío sesudo y coñazo. Ya lo decía Montaigne, cuando veas a un grupo de filósofos hablando, no lo dudes, el más inteligente es el que ríe.