El director más taquillero de España se llama Fernando González Molina. González Molina es posible que quede mejor ponerlo mal que ponerlo bien si uno va, como es el caso, de cinéfilo "serio" por la vida. Desde luego, no es Haneke ni Kiarostami ni mucho menos lo pretende. Curtido en la serie Los hombres de Paco, sobre la que lamento no poder opinar porque nunca la he visto, el director navarro debutó con Fuga de cerebros en 2009 tuvo casi un millón de espectadores; al año siguiente, A tres metros sobre el cielo, o A 3MSC, por decirlo en lenguaje teen, y alcanzó la impresionante cifra de un millón y medio de espectadores. Con estas películas, González Molina no solo arrasaba, también creaba un fenómeno mediático y una histeria adolescente reservada a los personajes televisivos o al cine de Hollywood. Por fin, el cine español conquistaba al público más esquivo.





El otro día vi, con suma curiosidad, y por qué no decirlo, cierta intriga por la suerte de los personajes, Tengo ganas de ti, que llega a los cines el 22 de junio dispuesta a dar un soplo de vida al cine patrio en taquilla. La industria, sin duda, espera que González Molina incluso mejore sus resultados anteriores, como ya sucedió, y se convierta en algo así como el Rey Midas del cine, al estilo Spielberg, o quizá mejor sería decir John Hughes patrio. En este sentido, es muy posible que a los productores de Tengo ganas de ti les importe un bledo lo que opine la crítica más o menos sesuda sobre su película: aquí la cuestión es ganar dinero. Soy un chico capitalista y me parece estupendo que la gente haga películas para forrarse, tampoco dudo que sientan ese cierto orgullo que uno tiene cuando gana pasta a base de emocionar a cándidos corazones adolescentes y no vender salchichas o tornillos. Con esto quiero decir, que quienes van por la pasta, también tienen su corazoncito. En este país, el cine, incluido el más comercial, se hace con amor o no se hace.



A un mes del estreno, el tráiler tiene ya casi 500.000 visitas en YouTube y subiendo

La saga de González Molina, protagonizada de forma absoluta por Mario Casas (a eso iremos más tarde) es un a ratos delicioso, a ratos indigesto, a otros neofacha y casi siempre un artificio muy bien hecho que logra su objetivo: encandilar a los jóvenes. No es poco mérito. Son muchas las cosas que González Molina hace bien. Para empezar, ha visto mucho cine, aunque sus películas a veces parezcan retales de pedazos de otras, lo cual les da una incoherencia que los teens imagino disfrutan en el gusto actual por el pastiche sin ton ni son y a lo que hay que sumar una clara influencia de las revistas de moda. Básicamente, lo mejor que hace este ínclito director es algo insólito en el cine español: crear personajes con los que uno quiere identificarse, que actúan no como personas de carne y hueso sino como fantasías del espectador. En ambas películas el realismo es lo de menos, circulan en moto sin casco, en la segunda Mario Casas aparece de repente con un Porsche y todo el mundo es guapo y va muy bien vestido, se podrían citar, como haré, miles de incoherencias.



Aquí va otra virtud de González Molina: ser un director detallista. Las casas de los personajes, aun siendo desproporcionadamente lujosas al estilo Hollywood, reflejan la personalidad de sus habitantes y uno nota que cada póster, cada cojín, ha sido escogido con mimo. Para Molina, sin embargo, es más importante un buen plano que ser verosímil, y cuando traiciona a la realidad, siempre es para glamourizarla como en las repetidas escenas de Mario llamando desde una obsoleta cabina a su amada. Así surge esa toalla con la bandera inglesa fotocopiada de los editoriales de moda de Kate Moss o la iconografía Rolling Stone, las fiestas privadas que suceden en casas con piscina y que se parecen mucho más a las de Los Ángeles que a las de España (en pisos atestados con el suelo pegajoso) o la miríada de referentes obvios que utiliza como Salvaje, Rebelde sin causa y La ley de la calle, películas que Molina ha asimilado como si fueran suyas. Todo ello resulta desconcertante, a ratos Molina quiere ser Gondry y a ratos Terry Richardson, muchos otros, se limita a hacer un videoclip de lujo o un sofisticado anuncio. Todo esto, Molina lo hace muy bien y se comporta como un buen "mentiroso" demostrando que maneja con talento los mecanismos más primitivos de la emoción (la imagen de la pintada de 3msc es un prodigio de simbiosis entre marketing y sentimiento).



Lo mejor, sin duda, el personaje de Nerea Camacho, que gana en protagonisto en Tengo ganas de ti. Camacho merece un Goya por su divertidísima interpretación de una adolescente al borde del ataque de nervios y que casi siempre parece más inteligente que el resto de personajes. Sumen a sus virtudes una más, no poco importante, después de decenas y decenas de películas españolas incapaces de sacarle el menor partido al paisaje, Molina, ¡por fin!, se atreve a fotografiar Barcelona como lo que es, una ciudad bonita y atractiva. Es inconmensurable la cantidad de dinero que los americanos han ahorrado en escenarios espectaculares rodando en Nueva York o el cañón de Colorado, y es lamentable pensar en todas esas películas y más películas españolas que se han empeñado en retratar nuestro país como un barrio de extrarradio feo hasta la muerte para recalcar, precisamente, su fastidioso "realismo". Por cierto, es curiosa esa Barcelona tan "española" de estas películas en la que los protagonistas hablan como madrileños de Alcorcón y salvo el escenario, se comportan como si estuvieran en, digamos, Murcia (coda personal: me pregunto qué dirán los de ERC al verlo).





Desde luego, también hay algo irritante en la rebeldía de postín de estos adolescentes fashion. Mario Casas es guapo, al estilo "español" de barrio imitando a Tom Cruise, su referente claro, y es incomprensible que un actor con su fama no haya aprendido a vocalizar mejor. Casas, que como dice el chiste popular "se ducha con camisa", habla para adentro y en su cuidada composición del ideal de virilidad contemporáneo ha decidido que los hombres de hoy, además de ser violentos, histéricos, sentimentales y brutotes al estilo macho, también deben carecer de la antigua capacidad para la dicción. No es tan terrible. Casas no solo es guapo, también tiene cierto encanto, y aunque no tengo muy claro si camina con los hombros caídos, para simbolizar su sempiterna condición no solo de macho, también de macho herido con un punto poético, es un chico expresivo al que la cámara quiere y que a ratos resulta genuinamente seductor y carismático. A pesar de su empeño en crear mujeres fuertes, como la casi marimacho Claro Lago de Tengo ganas de ti, lo único que queda claro es que esto no es Marruecos y no se puede ir tan lejos, pero estas películas son, sin duda, profundamente conservadoras.



Las dos películas no son exactamente iguales aunque se parecen mucho. Sin duda, se nota en Tengo ganas de ti que González Molina no sólo domina mejor su universo, también que ha querido hacer una película más dura y más adulta que la anterior: aquí aparecen drogas, los matrimonios felices no lo son tanto y el final quiere simbolizar una especie de redención del protagonista que por otra parte parece contradecir los principios de la primera: o sea, que ser un macarra violento no es lo mejor que puede hacer un chico. Es posible que Tengo ganas de ti sea mejor película que la primera y la química entre Clara Lago y Casas funciona mejor que con María Valverde. Si en 3MSC Molina dominaba emociones como en el entusiasmo, la rabia, el primer amor o el fanatismo adolescentes, aquí maneja con igual soltura otras como la nostalgia, la tristeza por el paso del tiempo o la necesidad de comprenderse a uno mismo. Tengo ganas de ti, por otra parte, en esa voluntad de ser más adulta y rugosa, resulta menos ñoña que su predecesora. Molina logra algo difícil, que el espectador termine por encariñarse de sus protagonistas. Le pierde, a veces, su insistencia en crear editoriales de moda y la simplificación excesiva de algunas situaciones. Es una película menos violenta, más conciliadora y al mismo tiempo más amarga y más optimista que la otra.



Ambas películas están basadas en novelas del bestseller Federico Moccia con diálogos de Ramón Salazar, quien prepara con mimo lo que puede ser un bombazo, 10.000 noches en ninguna parte, y viéndolas a uno le da la impresión de que los jóvenes de hoy son exactamente iguales que los de hace 40 y 60 años. La historia del chico macarra enamorado de una pija con ganas de marcha y al revés es todo un clásico del asunto que encuentra su pico en Grease o Pretty Woman, la fórmula suele funcionar quizá porque a todos, en el fondo, nos gustaría tener lo que no tenemos. En este caso, además, Molina logra crear una galería de personajes a los que uno no solo quisiera parecerse, sino que se parecen bastante a lo que de verdad es la sociedad española, donde los chavales quieren ser disc jockeys y no raperos o grafiteros como en la película, por otra parte notable, de Patricia Ferreira, Los niños salvajes, que vendría a ser la versión "seria" sobre la chavalada. Hay más detalles que demuestran olfato, como la atención en Tengo ganas de ti a esos "ritos" a los que de joven uno es tan proclive. González Molina demuestra en su particular saga que sabe hacer películas bien hechas, a ratos incluso muy bien hechas. Sería estupendo ver cómo, además, las hace realmente buenas.