Poco a poco, las pantallas de cine van dando cabida a ese cine de bajo presupuesto que los tiempos propician. Coinciden en cartelera dos títulos muy distintos que dan cuenta de la enorme heterogeneidad de estas propuestas más underground.



Orson West. Recibida con buenas críticas, hay ecos de aquel documental que Isaki Lacuesta realizó sobre el paso por España de Ava Gardner, La noche que no acaba, y sobre todo de Inisfree, de José Luis Guerín. Esta es una extraña y bella película. Con pequeñas pinceladas, el director, Fran Ruvira, compone un puzzle aparentemente contradictorio pero conceptualmente coherente. El rodaje de un western en unas tierras alicantinas limítrofes con Murcia, paisaje de la infancia del propio cineasta, supone un viaje al pasado y sus huellas desde varios frentes: es el viaje de una actriz a su lugar de origen y el viaje al pasado mediante el frustrado intento de Orson Welles por rodar un western en esas tierras.



Con voluntad poética, Ruvira construye un interesante filme en torno a la idea del arte como imposibilidad ya que éste solo se consigue durante un fugaz segundo por el que quizá merece la pena la vida. La imposibilidad del cine, que mantenía a Orson Welles en una especie de paradójica parálisis e hiperactividad creativa en la que las ideas eran más bellas cuando no se realizaban, como búsqueda siempre fútil de una idea de belleza absoluta que se entretelan en este filme con las trampas de la memoria y la pervivencia de las leyendas. Del mismo modo que el artista consigue lo sublime durante un momento demasiado intenso y fugaz para sucumbir de nuevo en la duda, nuestra vida solo cobra perfección cuando rastreamos en la memoria en un segundo que ya no volverá ni jamás sabremos cómo vivimos. Por eso, seguimos buscando y creyendo en las leyendas y los cuentos. Todo ello da lugar a un filme a ratos mágico al que le habría venido bien quizá un tono menos rugoso (sobre todo en las escenas de la actriz) y aprovechar mejor ese sutil sentido del humor que lo recorre. Un final excesivamente melodramático, que viene a simbolizar esa "locura" del cine, la leyenda o simplemente los sueños que nos llevan hasta los lugares más peligrosos, no empaña los méritos de una cinta compleja y conmovedora.



El mundo es nuestro. Dentro de ese nuevo cine low cost (la etiqueta es al mismo tiempo prosaica y descriptiva, compárenla con Nouvelle Vague), sorprende que surjan títulos como éste que no buscan una cierta vanguardia, como es el caso de Orson West, o puedan ver limitada por alguna razón su difusión al ser películas cien por cien accesibles e incluso populares. El mundo es nuestro, de Alfonso Sánchez, es según su director una mezcla entre Azcona, Lumet. Tarantino y Kusturica. Es una forma muy optimista de verla pero no le faltan virtudes a esta farsa sobre la crisis. El Culebra y el Cabesa, dos delincuentes de poca monta del lumpen sevillano, atracan una oficina bancaria para encontrarse con que un empresario arruinado por impagos de la administración pretende inmolarse con todos los clientes dentro si no retribuyen la deuda. A partir de aquí, el filme propone una serie de retratos más o menos caricaturescos sobre la España de hoy. Los hay mucho más afortunados que otros, el obrero que va a cobrar el paro con mono de trabajo o incluso la periodista, donde la película sortea el peligro de cargar las tintas contra el amarillismo y etc. como hiciera, con poca fortuna, La chispa de la vida. Una virtud del filme es que nadie sale bien parado y hay estopa para los bancos, los políticos, la policía y todo el que pase por delante. En la España de El mundo es nuestro reina la picaresca y los funcionarios dejan de trabajar para tomar largos desayunos. La película se deja ver e incluso se disfruta gracias a su ritmo y al acierto de algunos chistes, gana puntos al pretender ofrecer un retrato de la España de hoy más real y auténtico que el de muchas películas patrias. El trazo grueso, la excesiva confianza en la gracia del "andalucismo" un tanto folclórico de toda la vida o personajes sencillamente ridículos como el del homosexual, a sumar una deficiente puesta en escena y errores técnicos de libro deslucen a una película que parece demasiado por construir y a la que cabe concederle, eso sí, la capacidad de entretener y a ratos incluso divertir.