Hace un par de semanas, el New Yorker anunciaba a bombo y platillo en su portada que asistimos al "ocaso" de las estrellas de cine. Continuaba en el titular: "Audiencias menguantes, exorbitados costes de producción, secuelas interminables: ser una estrella de cine ha cambiado, y no para mejor".



Para ilustrar el declive de los astros de la pantalla el reportaje, largo y prolijo incluso para lo que es habitual en la publicación, propone a Ben Stiller y sus desvelos por llevar adelante su nueva película como director como ejemplo. Lo cual sorprende un poco porque la periodista, Tad Friend, corresponsal en California de la propia revista, estructura su artículo en torno a uno de esos "all access" a los súper famosos que envidiamos los periodistas españoles (una entrevista individual de media hora es ya un triunfo con según quién) y que le permite pasar con Stiller no solo horas, días, en los que juega con él al ping pong, asiste a los ensayos o departe largamente con su mujer.



Por una parte, Friend nos explica que la era del poder de los actores ha terminado. Por la otra, las desventuras de Stiller, junto a pocos otros como Angelina Jolie, Tom Cruise o Brad Pitt, últimos testigos de un mundo que se acaba. La tesis de Friend es impecable y, al mismo tiempo, terrorífica. Los motivos del declive son varios, y las consecuencias, malas: por una parte, el éxito de los efectos especiales los ha convertido en protagonistas; mandan las franquicias, es mucho más importante Batman o Spider-Man que Andrew Garfield, quizá no importa Robert Pattison porque lo que de verdad lleva al cine es la marca Crepúsculo; el éxito de la animación, los hace mucho más prescindibles. Y aquí se explica una paradoja que muchas veces me ha impresionado: Ben Stiller promociona Madagascar en todo el mundo porque es una de las voces de la película. Pero él mismo explica el sinsentido de hacer publicidad en Italia cuando de hecho no sale porque ese papel pertenece a su doblador, anónimo.



Hay más. Hollywood está pasando por un mal momento y los salarios no se pueden seguir pagando. En los 90 se hablaba del 20/20, 20 millones de dólares y 20% de los beneficios. Ahora, los más codiciados batallan por los 10. Todo ello está produciendo una reducción drástica de la producción de los grandes estudios, de las 131 películas de 2006, a las 104 del año pasado. El descenso de la producción, más allá de las contingencias económicas, parece ser una tendencia mundial muy clara, no solo en la depauperada España.



Las estrellas están sufriendo lo suyo por más motivos. Por ejemplo, Will Smith no puede dejar de ser negro, Brad Pitt rubio con los ojos azules y Penélope Cruz "latina", eso tiene connotaciones, establece barreras culturales y prejuicios. Sin embargo, como dice un ejecutivo: "Un robot es un robot en cualquier parte del mundo". Todo ello crearía una especie de nuevo "Esperanto", un universo que no es de ninguna parte y en el que, precisamente por ello, todo el mundo puede proyectar sus fantasías.



Para sostener su tesis, Friend menciona que las estrellas actuales, a las mencionadas sumen Sandra Bullock, Johnny Depp, Leonardo DiCaprio o Denzel Washington, comienzan a ser viejunas y señala el fracaso de los estudios por encontrar reemplazos sólidos. Ni Orlando Bloom, ni Josh Harnett o Kate Hudson han dado tanto juego. Y es cierto. En parte, porque muchas han surgido de cásting para pasar de la nada a la gloria absoluta saliendo en lo nuevo de Transformers. En la generación anterior explotaban cuando una de sus películas "pequeñas" de no famoso arrasaban por sorpresa: Caprio con Gilbert Grape, Cruise con Risky Business.



La periodista, concluye que la muerte de Elizabeth Taylor fue una tragedia tan gigante porque lo que de verdad se lloraba era la muerte "de la última gran estrella, de esos personajes más grandes de la vida". En este panorama, se crea un sistema en el que el "pobre" Stiller tiene que nadar y guardar la ropa, o sea, mantener al mismo tiempo su idea de lo que es la dignidad artística y lograr que sus multimillonarias películas logren ponerse en pie.



En el caso que nos ocupa, La vida secreta de Walter Mitty, adaptación de un relato de James Thurber que ya tuvo en 1947 su propia película, muy famosa, con Danny Kaye. Es una historia que siempre me ha gustado. En el clásico, Mitty es un escritor pulp, en la nueva versión de Stiller, un pizzero, en ambos es un soñador, un "hombre cualquiera" que imagina que es una estrella del rock, un glorioso aventurero o un profeta de la tierra.



Con una sintonía clara con nuestro Quijote, la peripecia de Stiller para dirigir su propia película no está claro si lo convierte, precisamente, en un adorable Quijote o en un oportunista que se engaña a sí mismo. Por una parte, añadan otro factor, las estrellas han perdido fuelle porque los estudios no les dejan hacer nada que se salga de la raya. En el caso de Ben Stiller, dirigir, donde consideran que se pone demasiado arty y pierde a ese público juvenil que adora sus carantoñas.



Asistimos a un proceso arquetípico. Por un lado, Stiller; por el otro, una industria más pobre que en las últimas décadas que, además, cada vez tiene más miedo. Un ejecutivo dice, "que el problema de si solo hacemos Avatar 2 y Avatar 3 es que llegará un punto en el que no podremos hacer nada porque no habrá Avatar 1". Miedo, y el miedo es conservador.



Mientras prepara Mitty, Stiller comienza a pergeñar la tercera parte de Noche en el museo, durante las reuniones con el director de la saga, Shawn Levi, es fascinante observar cómo ellos mismos censuran sus ideas más transgresoras y tratan de conciliar lo masivo con sus deseos íntimos. De esta manera, Stiller se presenta como un "esclavo" de sus exitosas franquicias, un actor que hizo Ahora los padres son ellos (2010), tercera parte de su saga familiar con Robert DeNiro a disgusto para contentar a los estudios y poder participar en la "pequeña" Greenberg sin presiones. El éxito de su personaje de celador nocturno en un museo y de yerno progre enfrentado a suegro carca, sumado a los royalties de la multimillonaria Madagascar, donde participa como voz, más que una bendición serían un castigo que lo condenan a hacer, una y otra vez, la misma película que Hollywood quiere producir porque no se corre ni el mínimo riesgo. Un dato escalofriante, 9 de las 10 películas más exitosas en Estados Unidos del año pasado fueron secuelas.



Ahí está Sony relanzando Spider-Man cinco años después de la película de Raimi tirando sobre seguro. Fox quiere que la película sea más clara. El propio Stiller corta una escena, para tristeza del guionista, en la que Mittey se mete a líder antisistema. Y en medio, Stiller quejándose mucho y diciendo que lo que le gustaría sería rodar películas de 6 millones de dólares que no le dieran tantos quebraderos de cabeza. Sabiendo que podría hacerlo perfectamente, uno siente menos lástima por un artista, eso sí genial, que quizá sí es uno de los últimos en su estirpe. Sería una verdadera pena que los personajes importantes dejaran de recaer en actores de carne y hueso y el imaginario de Hollywood solo estuviera compuesto por elfos, Transformers y demás criaturas de fantasía.