Hay quien dice que Hollywood brilla de verdad en el género musical, el más irrepetible de todos. Uno puede hacer, como Mateo Gil en Blackthorn, un western en Bolivia o como J. Bayona en Lo imposible, una película de catástrofes en Tailandia con capital español. Pero lo que es muy difícil que se haga fuera de Hollywood es el musical a la americana, un género que ha dado al cine de Estados Unidos muchas de sus mayores gestas. Desde luego, quedan lejos los tiempos de Cantando bajo la lluvia, Brigadoon o Un americano en París, cuando Gene Kelly era una superestrella y directores como Donen o Minelli en los 40 y 50 le daban lustre. Más adelante,con títulos como West Side Story, Annie o El violinista en el tejado en los gloriosos 60 el género siguió en plena forma.



A partir del cambio del milenio, el musical, algo renqueante durante los 90, volvió a vivir un momento de fulgor con películas como Chicago, El fantasma de la ópera o Mamma Mia!, que volvían a establecer una fuerte conexión entre Broadway y Hollywood y reivindicaban su grandeza en todos los sentidos. A sumar a este revival cabe añadir no solo la recuperación del musical como gran espectáculo a la americana, Buksy Berkeley como creador pionero de un género mutable pero firme, también los biopics sobre músicos torturados (Eminem, Johnny Cash, Ray Charles o Edith Piaf han sido carne de cañón y muchas veces de Oscar). Y en un tono más exquisito, el documental musical ha experimentado en los últimos años un auge considerable, ahí están títulos como Let's Get Lost sobre Chet Baker o el trabajo de Scorsese sobre George Harrison, Living In The Material World.



Al constante revival del musical hay que añadir otro factor: toda estrella de Hollywood que se precie parece sentir la necesidad de hacer uno. Es como si las carreras de los astros quedaran incompletas sino tocan un género tan idiosincráticamente americano como éste. Ahí está Tom Cruise en Rock of Ages, una película que rescata el auge del rock de finales de los 80 cuando bandas como Deff Leppard, Gun's n' Roses, Motorhead o incluso, o sobre todo, ese soft rock de grupos como Bon Jovi y sucedáneos dominaban el mainstream. Un momento muy concreto que fue sustituido por el revival del pop y los grups al estilo New Kids on The Block que allanaban el camino a Britney Spears.



Rock of Ages es por tanto una reivindicación del verdadero espíritu rockero como una elegía a esa "era del rock" en la que Los Ángeles era una ciudad de tipos duros. Lo más asombroso del asunto, sin embargo, es que la película sea mucho más parecida al espíritu de, digamos, la citada Britney que de Nirvana. Muy apta para todos los públicos, nos cuenta la consabida historia de amor entre chico aspirante estrella y chica aspirante a estrella (los desconocidos y talentosos Diego Boneta y Julianne Hough) con un garito decadente pero auténticamente rockero hasta las entrañas liderado por unos cómicos Alec Baldwin y Russell Brand) como escenario y la estelar irrupción de Stacey Jaxx, una estrella promiscua, alcohólica y pendenciera como marcan los cánones (las drogas, eso sí, no aparecen).



Lo peor que le puede pasar a una película que se llama Rock of Ages no es que sea popera, sino que aburra considerablemente al estirar una trama endeble que no salva de la apatía sus ocasionales hallazgo como el mono que acompaña a Cruise, el estilismo de Paul Giamatti (barriga prominente, coletita que a muchos recordará como iban vestidos muchos veteranos en la España de los 80) o la frescura y energía del sensacional número que abre la película. Puede comprobarse, una vez más, la sólida formación de los actores americanos, que bailan y cantan maravillosamente bien. Brilla el carisma de Tom Cruise, ese actor tan fantástico con una vida privada al mismo tiempo tan misteriosa y presente en todas partes, Catherine Zeta Jones es, ya lo sabíamos, una actriz brillante. Pero a esta Rock of Ages le falta, además de la garra, tener una historia que contar.



Desde luego, John Waters lo habría hecho mucho mejor.