Es posible que decir a mediados de septiembre cuál va a ser la película del año pueda parecer un poco precipitado. Pero si fuera uno de esos ingleses tan aficionados a apostar por todo, no dudaría en hacerlo por Blancanieves, de Pablo Berger, como candidata española a los Oscar y como triunfadora de los próximos Goya. Blancanieves es muda, lo que marca una diferencia, aunque quizá un poco menos después del éxito masivo de The Artist. Suele ocurrir que en distintas partes del mundo artistas con sensibilidades muy distintas coincidan de forma llamativa sin que nadie haya copiado a nadie. Quizá es que realmente hay algo flotando en eso del zeitgeist. Sin ir más lejos, en los últimos meses se han estrenado ya dos películas sobre esta fábula, Mirror, Mirror, con Julia Roberts, y La leyenda del cazador, con Kirsten Stewart y Charlize Theron. No está mal tres películas en un año con el mismo personaje.



La película de Berger es fantástica. El cine español suele ser mucho mejor cuando realmente es español y uno de los grandes aciertos de la película es su vanguardista uso de los símbolos andaluces: los omnipresentes toros, las mantillas, el flamenco y los cortijos. Berger construye un universo ibérico al mismo tiempo onírico y simbólico, de una gran fuerza expresiva. Con tantas películas parecidas, Blancanieves logra emocionarnos y ser radicalmente original y nueva. Más allá de sus muchos aciertos formales, Blancanieves profundiza en la esencia de la historia clásica: la orfandad, la necesidad de afecto, la crueldad del paso del tiempo y la fugacidad de la belleza juvenil, el amor como redención a las desdichas de la protagonista.



Maribel Verdú, como malvada con posado en el Lecturas, y la sorpresa de Macarena García, popular gracias a Amar en tiempos revueltos, son la guinda del pastel. Con influencias que van del expresionismo alemán al mejor Buñuel pasando por Todd Browning, sin desdeñar la inspiración en las revistas de moda, Blancanieves apabulla por la imaginación y esfuerzo que revelan cada plano. Nadie es perfecto. La película pierde fuelle cuando aparecen los enanitos y el final tiene un cierto aire a corrección política quizá innecesario. Hay mucho cine esta película. Desde luego, el Festival de San Sebastián va a vibrar con ella.