Se estrena este fin de semana Weekend en España precedida de su gran éxito de crítica en todo el mundo (el New York Times le puso un 9 y el Boston Globe un 10) además de haber ganado todos los festivales de temática gay habidos y por haber y unos cuantos también no especializados. Como colofón, fue seleccionada para la Criterion collection de DVDs, una especie de panteón en Gran Bretaña que imprime a los filmes el carácter de canónico en esa cinematografía. De una manera mucho más modesta, Weekend sigue la estela de aquella ya mítica Brokeback Mountain al explicar un romance entre dos hombres, conquistar a la crítica mainstream y, en su caso, hacerse un hueco en el interés de los cinéfilos más allá del público homosexual.



La película está dirigida por el británico Andrew Haigh, formado como montador en blockbusters como Black Hawk derribado o Hannibal, el origen del mal, y está plenamente insertada en la tradición británica del realismo social con estilo documental del que Ken Loach es hoy el representante más conocido. Cuando ese estilo se consolidó en la Inglaterra de los 60, se popularizó la expresión del "realismo de fregadero de cocina" (kitchen sink realism) en alusión a la afición de estas películas (algunos clásicos, La soledad del corredor de fondo, Mirando atrás con ira) por mostrar escenas de los personajes lavando los platos, lo que también servía como paradigma de su renuncia al glamour de Hollywood.



En Weekend friegan los platos varias veces y salta a la vista que Haigh ha querido realizar al mismo tiempo una película muy british con la única variedad de que los personajes son homosexuales, un poco lo mismo que hizo Ang Lee cuando partiendo del western se dedicó a respetar sus elementos canónicos para introducir de manera orgánica el elemento gay. Weekend es una película "pequeña" y sigue la estela de otro filme que se ha convertido en un clásico, el chileno En la cama que tuve, un fallido remake sui generis de Julio Medem (Habitación en Roma) y otro en esta película británica. El asunto, básicamente, consiste en centrarse en lo que pasa entre dos amantes desconocidos pero con feeling cuando comparten una noche de pasión que desemboca en confidencias.



Weekend es una buena película por la excelente caracterización de los personajes. Russell (Tom Cullen), es un huérfano de buen corazón que vive bajo un caparazón de falso confort que apenas oculta su miedo a la vida; Glen (Chris New) esconde sus propios miedos y demonios en una actitud chulesca y desinhibida en la que las certezas son una forma de no afrontar con valentía las propias dudas. En Weekend se habla mucho y se habla mucho también de lo que significa ser gay porque los gays, aunque parece que van ganando la partida, tienen vidas duras: lidian con padres que los desprecian, se sienten incómodos en el trabajo rodeados de heterosexuales y en este punto la película es muy valiente, en muchas ocasiones viven con complejo de inferioridad su propia homosexualidad.



Se pregunta el propio director en una entrevista si su película es "gay" y su respuesta deja entrever las muchas dudas que suscita la respuesta. Por una parte dice que lo es "porque trata sobre dos homosexuales que se enamoran. Y si dices que no lo es, parece que te avergüences". Por la otra, le da rabia "que eso haga que una parte del público siento que la película no va con ellos. Me gustaría pensar que puede emocionar a todo el mundo más allá de los homosexuales". La paradoja, una y otra vez, sigue siendo la misma.



Por una parte, es lógico que se hable de películas gays porque aunque sean muy distintas los seres humanos necesitamos ordenar y compartimentar las cosas. Por la otra, es evidente, lo importante de una película no es la tendencia sexual de sus protagonistas sino si la película es buena. Y Weekend es una buena película. En realidad, debería ser lo único que importa. Pero no es así, y mientras no lo siga siendo, el cine gay seguirá existiendo, y teniendo un sentido.