Acaba de llegar a las pantallas españolas una película que se ha convertido en eso que los expertos en números del cine llaman un sleeper, o sea, una de esas películas 'pequeñas' que logran triunfar por sorpresa. No solo triunfar en las taquillas, este debut de Drew Goddard (forjado en series como Alias o Lost) también ha conquistado a la mayor parte de la crítica con su, ciertamente inteligente, revisión del clásico slasher (léase película con jovencitos en la que los van matando uno a uno) en clave metalingüística, irónica y metafórica sobre la realidad Gran Hermano en la que el dolor se convierte en espectáculo en la que vivimos.
La película empieza con todo un clásico del género, unos chavales recién llegados a la universidad se van a pasar unos días a la 'cabaña del bosque' del título. Son cinco, y cada uno representa casi a la perfección un estereotipo: la rubia ligera de cascos, el fumetas antisistema y filosófico, el guaperas atlético, el empollón y la chica virginal con buen corazón. Al mismo tiempo, sabemos que están siendo controlados por una poderosa agencia de espionaje que suponemos gubernamental en la que vemos la parafernalia habitual de cuando sale la CIA, pantallas por todas partes, un despliegue de recursos tecnológico apabullante y gente deambulando en bata por pasillos con aire de estar llevando a cabo una importante misión (a sumar las 'bromitas' de oficina típicas del asunto).
A partir de aquí, se trata de desvelar quiénes son esos señores con aspecto de funcionarios del servicio secreto y por qué quieren matar a jóvenes estudiantes arios y ver cómo se los cargan uno a uno sin compasión. La fórmula del slasher, tan conocida, tan habitual, ha sido sometida a múltiples versiones, la más popular, el retruécano metalingüistico de Scream, en la que se hacía una aguda reformulación del género en base a sus propios clichés. En Cabaña en el bosque hay algo de eso pero la película trata de ir un paso más allá al proponernos a nosotros, el público, como un trasunto de esos malvados agentes que manipulan el terror de esos chicos y hacernos identificar con su indiferencia, cuando no jolgorio, ante el dolor ajeno.
Sin duda, el momento más inspirado del filme es aquel en el que las imágenes de una de las protagonistas siendo atacada por un monstruo se solapa con una canción pop insulsa que suena en una fiesta y le da a la escena una inquietante doble lectura moral, por una parte reconocemos la diversión inherente al terror como género pop por excelencia, por la otra nos perturba cómo la conversión de la violencia en espectáculo, no solo en la ficción, nos ha convertido en una sociedad cínica en la que todo puede reducirse a un chiste o más bien a una ironía. La explicación del final está un tanto forzada y la idea original de unos agentes secretos más bien simpáticos manipulando el espanto funciona más como truco de guión que de manera orgánica, pero La cabaña del bosque es una inspirada película de terror que plantea perturbadoras metáforas. Y además, es muy divertida.