El espectacular éxito de Ocho apellidos vascos, con más de 16 millones de euros recaudados y acercándose ya a los 3 millones de espectadores, ha pillado por sorpresa a sus propios creadores. Dirigida por Emilio Martínez Lázaro, al que algunos dieron por sentenciado después del fiasco de La montaña rusa, y escrita por Borja Cobeaga y Diego San José, muy particularmente el primero que ha hecho más prensa que el propio director. Veo la película en un cine de pueblo lleno a rebosar en el que se respira ambiente de gran acontecimiento. Ocho apellidos vascos no solo arrasa en taquilla, también tiene ese áurea de película acontecimiento que devuelve al cine una capacidad para influir en la sociedad que a veces parece haber perdido. Quizá lo más importante que se puede decir sobre la película, así a priori, es que es divertida. Parte de una premisa clásica de la comedia, el equívoco y la impostura, y lo hace con gracia y personalidad. Además, resulta en todo punto no ecuánime o políticamente correcta sino cercana a unos personajes a los que caricaturiza pero en ningún momento ofende. Ocho apellidos vascos se ríe de todo y de todos y desprende verdadera humanidad.
Los productores españoles, siempre ansiosos por no equivocarse y de natural poco dados a los riesgos, probablemente estarán tomando nota del exitazo de esta película y de otra reciente como 3 bodas de más y lo más probable es que en los próximos meses veamos muchas comedias españolas. Todo un regreso a las raíces, dirán algunos, pues antes de que los directores patrios se pusieran a hacer thrillers y películas de terror en este país sobre todo se hacían comedias y de hecho, es lo que mejor nos ha salido siempre. El rechazo de la cinematografía patria probablemente está relacionado con los aires de modernidad que comenzaron a soplar en los 90 y que como suele suceder aquí, no consistían en seguir adelante sin olvidar la tradición sino cargarse todo lo que se había hecho y volver a empezar. Nadie quería hacer “españoladas” y por tanto, casi nadie quería hacer comedias, el nivel de producción mejoró considerablemente y se acabó con ese feísmo tan típico del cine español pero el resultado muchas veces fueron películas “internacionales” que como un aeropuerto de ciudad china de provincias no era "ni chicha ni limoná".
[caption id="attachment_826" width="510"] Fotograma de 'Ocho apellidos vascos'[/caption]
El cine español ha tratado de competir con Hollywood con sus mismas armas haciendo películas cada vez más caras y espectaculares (Lo imposible) o con un look y unos códigos hollywoodienses (Combustión) y algunas veces ha salido bien y otras ha salido mal. No puedo ni contar la cantidad de directores españoles a los que he entrevistado que estaban convencidos de que Madrid o Cincinnati son lo mismo porque sus películas eran universales. Se asumía la idea de que ya no existen fronteras porque la cultura es global, lo cual no es verdad y muchas veces solo denotaba que el director en cuestión no tenía más cultura que la americana. Ese proceso de internacionalización, como he dicho, ha tenido cosas positivas, hoy las películas españolas tienen un aspecto más digno y es difícil ver errores de dirección de principiante como antes sí sucedía. Por el camino, sin embargo, el cine español ha perdido parte de su alma y en muchas películas uno nota casi un desprecio por lo que de verdad es España con personajes que parecen franceses en las películas de postín o californianos en las que van de producto.
Lo mejor que tiene España es la propia España, incluso a la hora de vender las películas fuera. La gente va a ver Ocho apellidos vascos porque por fin puede ir al cine a reírse con una historia que le toca de cerca y que en mayor o menor medida le complica la vida a todo el mundo. Una historia, además, que ni Hollywood ni París pueden crear. El cine español ha ganado mucho mirando más allá de sus fronteras, es bueno que ese bagaje ahora lo utilice para hablar de lo que pasa dentro. Es la única manera que tiene el cine de recuperar esa importancia y peso social que a veces ha parecido perdido para siempre.