Acaba de llegar a Filmin la segunda película de Marçal Forés, joven cineasta de Barcelona que llamó la atención con su debut, Animals (2012), y que ha producido su segundo filme, el muy perverso Amor eterno, a través de My Little Secret Film, una iniciativa del canal Calle 13 que impone limitaciones presupuestarias y temporales a unas películas con alma de fugaces, oportunidad que aprovecha Forés para brillar con una pieza tan inteligente como brutal. Y uno espera que la producción patria sepa acoger en el cine, llamémosle convencional, a un autor con una mirada tan propia y tan arriesgada, sin duda uno de esos francotiradores que están removiendo el gallinero, con Carlos Vermut y su Magical Girl a la cabeza.
Amor eterno, como Animals, habla del amor y del deseo, dos nociones que no pueden existir la una sin la otra, y sus efectos destructivos. Sus personajes aspiran al amor eterno del título para toparse con la realidad de la naturaleza humana, empezando por la propia. Una tensión entre las aspiraciones más elevadas y románticas y la crudeza de la llamada de la carne. En Animals se apuntaba un mundo fantástico que en este segundo filme adquiere un tinte más peligroso y siniestro, con ese bosque de intercambios sexuales en el que aparece un cadáver como metáfora de esa doble condición del amor como principio del paraíso y del infierno. Aunque muchas veces no lo parezca, estamos ante un cineasta de un romanticismo desatado.
El filme narra la debacle de un profesor de chino maduro y aficionado al sexo esporádico que inicia un romance con un adolescente alumno suyo aparentemente muy enamorado del promiscuo. Una pandilla de jóvenes con aspecto vampírico, donde destaca el músico Adrián de Alfonso (compositor también de la banda sonora), postulándose como nuevo muso de Jarmusch cuya inquietante amenaza recorre un filme en el que la pasión es turbulenta, agitada y tempestuosa. El mito vampírico de la posesión física como culminación del acto amoroso se da la mano con la inteligencia del cineasta a la hora de manejar las relaciones de poder entre los personajes. Forés capta la arrogancia de la juventud y la inutilidad de la experiencia gracias a un hábil manejo de los actores y sus expresiones faciales. Es también un talentoso creador de imágenes cargadas de simbolismo y esta joya, no demasiado promocionada, no debería caer en saco roto.