El incomodador por Juan Sardá

¿Buenos y malos corruptos?

26 noviembre, 2015 17:23

Como se ha dicho estos días en los medios, desde que El País filtrase el cómo y el qué del fraude de taquilla, lo de la autocompra de entradas era un secreto a voces. Y no sólo eso, era también un engaño fácilmente demostrable porque aunque falsos, los datos eran públicos y notorios y en muchos casos saltaba a la vista lo improbable de que películas de ningún éxito, en su cuarta semana de exhibición, de repente tuvieran una recaudación inesperada. De hecho, así lo demostraron Luis Martínez y Luis Alemany en una información de El Mundo aparecida hace años donde por primera vez se ponía negro sobre blanco lo que siempre había sido un "secreto a voces”.

¿Por qué esto ha sucedido durante tanto tiempo? Por varios motivos. Uno de ellos es que durante mucho tiempo el ICAA contaba con dinero e hizo la vista gorda porque si no, no se entiende que todo el mundo sepa algo menos el que resulta timado. Otro, que el mundo del cine, el de la cultura en general, funciona de una manera distinta a los sectores convencionales: en ninguna parte la gente trabaja gratis ni existe un grado de implicación emocional semejante. Es un sector tan peleado entre sí como monolítico cuando se enfrenta al mundo exterior: los trapos sucios se lavan en casa y de cara a la galería se sigue con el discurso del bien, que es el que corresponde.

Porque en la cultura somos todos "amigos", probablemente demasiado. Nos damos besos, hablamos de nuestras emociones y nos emborrachamos juntos. El cine es un sector pequeño, en el que casi todo el mundo se conoce, en el que las fiestas juegan un papel crucial y donde hay tanto colegueo como cuchilladas traperas. No es que no se trabaje y no haya gente muy profesional, es que funciona de manera distinta. Y ese "distinto" permite cosas como que haya mucha gente sin cobrar trabajando, se paguen sueldos míseros o se perdonen los pecados como la autocompra de entradas. Porque a veces parece que las reglas que se aplican a los demás no funcionan para nosotros mismos, porque en parte también siempre nos hemos creído un poco más listos.

Dicen ahora que el ex presidente de la Academia Enrique González Macho ha defraudado 700 mil euros con una sola película de 2012. Mucho me temo que si la investigación abarca la década pasada, cuando el sistema funcionaba a pleno ritmo, la cifra podría ser mucho mayor. Y ahí llegamos al último motivo por el que todo esto hasta ahora se ha quedado en una suerte de semipenumbra. Sí, Pablo Iglesias, llegamos a la casta. En el embrollo están metidos otros personajes de perfil alto como Enrique Cerezo o un productor como Gerardo Herrero, por el que siento un insobornable cariño. A pesar de todo, me cuesta meter en el mismo saco a los que simplemente engañaron y obtuvieron un lucro sin matices y a quienes recurrieron a esta trampa para continuar haciendo películas y no perder dinero. No digo que una cosa esté bien y la otra, no, digo que no es lo mismo.

Con la corrupción sucede una cosa, siempre es mala cuando afecta a los otros. Cuando afecta a los nuestros parece que tenemos mil excusas. Y alguna hay. El sistema de subvenciones a posteriori para premiar un cine más comercial tenía algunas ventajas pero también dejaba de lado un cine más autoral o ese cine de "en medio" que no parte con la ventaja de tener un presupuesto grandioso, una gran campaña de publicidad o la promoción machacona de las televisiones. Como no existía el equilibrio, los productores lo forzaron. Y aquí cabe decir, no todos. Pecadores hay muchos, pero justos también hay unos cuantos.

Y se hacía trampa, en el mejor de los casos, para seguir rodando. En muchos otros, para ganar dinero, puro y duro. Hace poco me contaba un amigo director que un productor le había ofrecido 250 mil euros porque sus conexiones políticas le garantizaban una subvención y que si le prestaba su proyecto invertía la mitad de ese dinero en la película porque la otra era su comisión. Una comisión que pagamos todos. El productor ni siquiera estaba muy interesado en leer el guión o le importaba un bledo la película.

Este tipo de choriceo, en el cine español, no ha sido puntual y rarísimo, ha sido constante y la ristra de desastres que se han cometido no solo en producción, también en distribución o montando festivales absurdos es infinita. La excusa, no es lo mismo robar para construir casas que para hacer películas. La realidad, hablando de poesía y cine ruso, algunos se metían millones en el bolsillo y en algunos casos incluso tenían la desfachatez de no pagar a sus proveedores o pagarles cuando les da la gana.

Y no, no hay diferencia entre unos ladrones y otros. Se equivoca el cine español al sentirse ultrajado y víctima de un ataque. La gente está harta. Y tiene razón.

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