Musulmanes, no terroristas
Me parece escandaloso que se coloque sobre el mundo islámico el sambenito del terrorismo. Nada más injusto. Europa ha padecido el terrorismo de ETA en España, del IRA en el Reino Unido, de la Baader Meinhof en Alemania, de las Brigadas Rojas en Italia, de algunos grupos de corsos y bretones en Francia. Sería tan incongruente identificar al cristianismo con este terrorismo como al islamismo con los extremistas del yihadismo. Voy a condensar en este artículo lo que he escrito reiteradamente a lo largo de los años sobre el islam y la doctrina de paz que predica su religión.
El Corán, al-Qur´an, es un monumento universal a la espiritualidad. Leí hace diez años la traducción de Juan Vernet, a la que me referí en esta misma página de El Cultural, y que fue destacada por la crítica especializada en reconocimiento a su rigor y exactitud. Hay azoras que son esencialmente poéticas. A lo largo del libro sagrado predomina la belleza literaria. La doctrina que predica El Corán se basa en la concordia y la paz. El rechazo a la violencia y a los violentos es completo. "Alá no ha hecho descender nada que los autorice...". "Combatir en el camino de Dios a quienes os combaten, pero no seáis los agresores. Dios no ama a los agresores". El texto sagrado de los musulmanes no puede resultar más claro. Aquellos que no entienden el mensaje de paz de El Corán "se parecen a un asno que lleva una carga de libros".
En la azora XLVII, en la que se trata con minuciosidad de la guerra, El Corán mantiene el espíritu de concordia. Según la versión de Vernet, "Dios introducirá a quienes creen y hacen obras pías en unos jardines por los que corren los ríos". Y más adelante se lee que en el Paraíso "habrá ríos de agua incorrupta, ríos de leche, cuyo sabor no se alterará, ríos de vino, que serán delicia de los bebedores, y ríos de miel límpida".
Claro que sobre los textos coránicos se pueden hacer consideraciones diversas pero en su conjunto el libro sagrado de los musulmanes predica la conciliación y la espiritualidad profunda. Es verdad que la mujer queda relegada y en la azora IV hay frases especialmente duras. Pero estamos en la Edad Media y en los libros sagrados de las grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, hinduismo, islamismo- se pueden encontrar afirmaciones que colisionan con la mentalidad contemporánea. También contradicciones que se extienden políticamente no ya a la Edad Moderna sino incluso a los Estados Unidos de América. Se olvida a veces que la democracia estadounidense convivió durante ochenta años con la esclavitud impuesta por los blancos sobre los negros con crueldades extremas.
Cualquier persona que lea El Corán sin legañas en los ojos y sin prejuicios preconcebidos estará en contra de las declaraciones de Marine Le Pen, la dirigente ultraderechista de Francia, que ha extendido la atrocidad de Charlie y los recientes atentados en París a todo el islam. No se puede generalizar ni trasvasar el fundamentalismo de unos pocos a toda una colectividad religiosa pacífica y espiritualizada. Eso es un despropósito. En las grandes religiones monoteístas ha habido históricamente y hay fanáticos. El cristianismo no es ajeno a padecer en su seno grupúsculos talibanizadores. "Soy musulmán, no terrorista", ha dicho un prestigioso imán español sintetizando una evidencia que no se puede ocultar.
Es un grave error juzgar el todo por una minoría extremista y fanática que en los últimos crímenes abominables ha asesinado a más de un centenar de víctimas inocentes y unos meses antes a nuestros compañeros profesionales de Charlie, hiriendo también la libertad de expresión, que es el cimiento sobre el que está construido el edificio de las democracias occidentales y los derechos humanos. Si se hace balance entre lo positivo y lo negativo del islam, el primer platillo se inclina abrumadoramente sobre el segundo. "Bueno es manifestar las buenas obras -se lee en El Corán, con evidentes remembranzas evangélicas- pero todavía mejor ocultarlas y derramarlas en el seno de los pobres".