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El actor Idris Elba es uno de los grandes ausentes de este año[/caption]

Por segundo año consecutivo, los 20 actores nominados para los Oscar son blancos. Teniendo en cuenta que en Estados Unidos el 62% de la población es caucásica y el resto se dividen entre latinos (17%), negros (13%) y etc, la diferencia es realmente notable. Durante la entrega del Oscar honorífico que la Academia le ha concedido este año (ya no se da en la ceremonia televisada para aligerarla), Spike Lee, el director afroamericano de mayor prestigio, dijo que es “más fácil ser presidente de Estados Unidos que jefe de un estudio. Honestamente”.



Cuando salieron las nominaciones, Lee, que presenta en pocos días en Berlín Chi Raq, sobre la violencia entre bandas en Chicago y estos días en Sundance su segundo documental sobre Michael Jackson, se enfadó tanto con las nominaciones “monocolor” de los Oscar que no irá a la ceremonia y se perderá ese momento en el que se le aplaude por ese Oscar honorífico. Will Smith, que está de promoción en nuestro país estos días, también ha decidido boicotear la gala.



Ni siquiera los cambios propuestos por la Academia, dirigida precisamente por una mujer afroamericana como Cheryl Boone, que ha prometido doblar el número de mujeres y de representantes de las minorías ha convencido al director. Lo considera “un buen paso”, pero se saltará su momento de gloria para ir a un partido de baloncesto. La polémica está servida y de nuevo se repiten los mismos argumentos. Hay quien dice que los gays incluso lo tienen peor que las minorías raciales en los Oscar como Ian McKellen, que asegura que a pesar de todo algún negro sí ha ganado el Oscar pero jamás lo ha logrado un actor abiertamente gay.



Como es habitual cuando suceden cosas como ésta, saltan a la palestra quienes creen que, efectivamente, hay un problema en Hollywood y quienes creen que cualquier política de discriminación positiva es un factor distorsionador de la libre competencia porque pone factores como el sexo o la raza por encima de consideraciones “objetivas” como el mérito o el talento. La polémica no es pequeña y va camino de comerse por completo una gala que presentará, precisamente, un afroamericano como el cómico Chris Rock. Los números, en cualquier caso, son abrumadores: el 94% de los miembros con derecho a voto de la Academia son blancos y el 73%, hombres, lo cual claramente no refleja la realidad del país.



¿Será que realmente los blancos lo han hecho mejor el año pasado, y el anterior, que cualquier actor de una minoría? En el campo de la música, donde figuras como Beyoncé, Jay Z, Kendrick Lamar, favorito para los próximos Grammys, o Drake, el músico más vendedor, la integración no es perfecta pero sí parece existir mucha mayor equidad. ¿Qué pasa entonces con el cine? ¿Será que los afroamericanos, y latinos, tienen talento para la música pero no tanto para hacer películas? ¿O será que grabar un disco es mucho más barato y por tanto los artistas no deben enfrentarse a la “censura previa” de los altos presupuestos y los ejecutivos de los estudios?



Mucho me temo que los habituales fustigadores de la discriminación positiva y la “corrección política” esta vez se equivocan. El cine no tiene la obligación de ser un calco exacto de la sociedad a la que representa y desde luego, no lo es. Entre otras cosas, a pesar de la fama de rojo que arrastra el mundillo es un ambiente poblado por ricos herederos y la alta burguesía sin duda en España y probablemente en Estados Unidos. No lo es y es posible que no lo sea nunca, pero si el arte tiene que imitar a la vida, como dice Nietzsche,el cine, el gran arte popular de nuestro tiempo, sí tiene la obligación, al menos, de parecerse un poco a aquellos que dice representar.



Dirán los enemigos de las cuotas que este tipo de asuntos introducen factores distorsionadores en la libre competencia. Conocemos el argumento, es injusto que se dé valor a ser negro, gitano o gay por encima del talento, el puesto es para quien lo merece. Pero mucho me temo que en este caso eso tampoco es cierto porque el talento está un poco más repartido que esos 20 actores blancos de este año (y el pasado).



En el festival de Sundance que se celebra estos días, como si fuera un movimiento basculante, sucede todo lo contrario y las películas de, o sobre, afroamericanos están acaparando el protagonismo. Dice la directora de programación que es “una estupenda coincidencia”. En el festival de Park Utah, emblema del cine independiente, triunfan filmes como Morris from America, una co-producción entre Estados Unidos y Alemania sobre un niño de 13 años que se enamora de una chica alemana cuando se muda a Heidelberg. Southside With You trata sobre el romance entre el presidente Barack Obama y su esposa. The Birth of a Nation, de Nate Parker, es un biopic de un predicador que lideró una rebelión de esclavos negros en el siglo XIX. Esto, solo en la categoría de ficción estadounidense.



Entre los documentales, encontramos más títulos de gran interés sobre la fundamental experiencia afroamericana. 30 years to life, de Vanessa Middleton, trata sobre el vació que se abre en la vida de muchos afroamericanos que cumplen los 30 y se enfrentan a un panorama de falta de perspectivas laborales y sin estudios. LaLee Skin: The Legacy of Cotton trata sobre la pobreza de los afroamericanos en el Delta del Mississipi y Marcus Garvey: Look for Me in the Whirlwind cuenta la historia de un líder de los derechos de los negros de principios de siglo.