“No hay belleza sin esperanza, lucha y conquista” escribe Luis Buñuel (Calanda, 1900-México D.F. 1983) en sus memorias, Mi último suspiro. Pocos cineastas en el mundo tuvieron que luchar tanto para conquistar ese belleza como el aragonés. Pionero y estandarte del surrealismo, sus dos primeras películas, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), rodadas en París, co-escritas junto a Salvador Dalí, fueron y siguen siendo obras cumbres del surrealismo, un movimiento con una influencia inmensa dentro de la historia del arte. Pero mientras la primera, con esa famosa escena del ojo cortado, tuvo un gran éxito, la segunda fue prohibida casi desde su mismo nacimiento y considerada una película maldita durante muchos años. Es imaginable el escándalo. En La edad de oro vemos no solo una parodia de la religión, que hoy nos resulta quizá un poco naïf, sino algunas imágenes que hoy nos siguen chocando como el asesinato de un niño o una madre exclamando su alegría por haber asesinado a sus hijos.
Dice Buñuel en esas memorias que los insultos y los ataques le acompañaron toda la vida. Cuando hoy disfrutamos de la libertad de expresión y la secularización, muchas veces olvidamos que para llegar hasta aquí mucha gente tuvo que sufrir lo indecible por el camino. Es el caso de ese Buñuel que poco después de esos dos filmes rodados en París solo rodaría uno más antes de los 40, Las Hurdes, tierra sin pan (1933) un retrato de la pobreza infinita de esa región extremeña. La película sigue provocando ampollas porque hay quien sigue acusando al director de haber exagerado la miseria con esas imágenes de campesinos deformes y el reflejo de costumbres bárbaras. Sin embargo, Las Hurdes es un espejo terrible pero necesario del atraso histórico de un país, el nuestro, por el que aún sigue pagando un alto precio.
Como símbolo del destino trágico de la propia España, tendrían que pasar casi quince años hasta que Buñuel, ya en México, dirigiera de nuevo películas, cuando ya contaba 47 años. De hecho, por increíble que parezca, el cineasta rodó prácticamente todos sus títulos más conocidos a partir de esa edad, cuando arrancó una etapa hiperprolífica. Fue en el país norteamericano donde encontró por fin la paz deseada después de un duro periplo por Estados Unidos marcado por momentos de gloria (tuvo un alto cargo en el MOMA) pero también por la escasez y la dificultad.
No deja de ser curioso cómo el propio Buñuel desdeña en sus memorias los análisis de sus películas, muy particularmente el análisis psicoanalítico, que parece especialmente adecuado para un cineasta tan interesado en el subconsciente y el mundo de los sueños. Sin embargo, él mismo nos ofrece en esas memorias una clave fundamental para entender su cine: la frustración. Una frustración que arranca desde niño con la frustración sexual de un joven de provincias que crece en una España católica y ultramontana en la que la represión es brutal. Una represión que marca a fuego a un creador que luego hace de ella una obra de arte. La belleza como “esperanza, lucha y conquista” se convierte en leitmotiv de gran parte de su obra, protagonizada por unos personajes que no logran su objetivo por mucho que lo intentan y padecen por ello como émulos de esos jóvenes de Calanda que están muy salidos pero no tienen manera de consumar su pasión.
La etapa mexicana arranca con Gran Casino (1947), un drama con Jorge Negrete que el propio director desdeña, y prosigue con El gran calavera (1949), que tampoco le gusta demasiado, y es sin embargo una comedia muy divertida. Trata sobre un millonario en horas bajas que bebe demasiado tras la muerte de su esposa y debido a su actitud va camino de perder su fortuna. Para que recapacite, sus familiares le tienden una trampa y tras una de sus cogorzas le hacen creer que efectivamente está arruinado. Cuando descubre el subterfugio, es él quien los sigue engañando para que sufran un poco más la dura vida del obrero. Es una película ligera pero muy gozosa en la que brilla esa socarronería de Buñuel, ese hombre muy comprensivo con las debilidades humanas (él mismo dice que de todos los pecados capitales hay solo uno que no soporta, la envidia).
Su siguiente filme, Los olvidados (1950), un gran éxito artístico, corrió una suerte parecida a Las Hurdes al reflejar la miseria de las clases bajas mexicanas y ser acusada de "antimexicana". En clave de tragedia, cuenta la historia de dos chavales de los arrabales, el inocente Pedro y el pérfido Jaibo y lo que sucede cuando el segundo se venga del muchacho al que acusa de haberlo mandado a la cárcel asesinándolo. Es un filme muy bello sobre el aciago destino de las inmensas clases populares de la populosa México D.F. y un retrato de una violencia mayúscula que parece incrustada en esa sociedad y que hoy, narco mediante, nos sigue espantando.
En México, Buñuel rodó muchísimo. Susana, demonio y carne (1951) es una vuelta de tuerca al mito de la “mujer fatal” con una chica que entra como criada en una casa de ricos y revoluciona la hacienda seduciendo al padre y al hijo. Encadena una serie de melodramas. Una mujer sin amor (1952) trata sobre una desdichada señora que por culpa de sus obligaciones familiares nunca es capaz de ser feliz; Subida al cielo (1952) narra las fantasías de un joven que está a punto de casarse y en un viaje en autobús siente la tentación del deseo; El bruto (1953), es un sólido filme sobre un hombre rudo y bestial que se ve envuelto en un triángulo amoroso. Cabe detenerse más extensamente en la maravillosa Él (1953), quizá el mejor retrato de la paranoia jamás realizado. Cuenta la historia de una desdichada joven que se enamora de un hombre mayor que ella para descubrir después de la boda que se ha casado con un loco. Es uno de los grandes trabajos de Buñuel y vale mucho la pena ver cómo el director crea a ese paranoico peligroso que amarga la vida a todo el mundo y al final, como suele suceder en este tipo de casos, acaba sucediendo lo que siempre ha temido. Es maravillosa esa última escena en la que el enfermo, recluido en un sanatorio, musita eso de “ya lo decía yo”.
El asunto de la frustración lo trata de forma magistral en Ensayo de un crimen (1955), la historia de un hombre con instintos homicidas que jamás logra consumar ningún asesinato porque sus potenciales víctimas siempre mueren de forma accidental antes de que logre acabar con su vida. Archibaldo de la Cruz supone, le guste o no a Buñuel, un reflejo de ese subconsciente peligroso que como suele suceder nunca logra sus propósitos pues una cosa es desear la muerte y otra lograr matar. Nazarín (1959), premiada en Cannes con Francisco Rabal como protagonista, trata sobre un cura empeñado en ser un santo cuya buena voluntad choca una y otra vez con la cruda realidad. Tiene algo de El Idiota de Dostoievski esta adaptación de Galdós sobre la imposibilidad de hacer el bien en un mundo dominado por el mal. Y La fiebre sube al Pao (1959), que el director desdeña como menor en sus memorias, es sin embargo una película de intriga y juegos políticos muy refinada en la que se demuestra todo el talento de Buñuel para ahondar en la naturaleza humana.
En 1961 Buñuel regresa a España para rodar Viridiana, considerada por muchos la mejor película de toda la historia del cine español. Mucho se ha escrito sobre este filme en el que vemos a Fernando Rey en la piel de un anciano que trata de retener a su sobrina, que va para monja, por su parecido físico con su difunta esposa. La pobre Viridiana, que pensando que ha sido violada lo repudia y después se siente culpable, abandona finalmente los hábitos para, como Nazarín, tratar de llevar el ideal de bondad cristiana hasta sus últimas consecuencias con catastróficos resultados. Puede entenderse el filme como una historia de liberación personal, la de la propia protagonista y la de todo un país, esa mujer que acaba encontrando una libertad de espíritu de la manera insospechada en un filme que nos impacta y nos trastorna por la forma en que Buñuel le da la vuelta a los tópicos del cristianismo y de nuestro imaginario de forma magistral para encontrar nuevas y sugerentes lecturas.
El ángel exterminador (1962), de nuevo en México, inaugura una etapa de madurez en su obra. Recoge el espíritu antiburgués de los tiempos surrealistas para hacer una mordaz crítica a la banalidad de la burguesía a partir de unos ricos que se ven encerrados en una fiesta de la que no pueden salir. A pesar de su sugerente punto de partida, confieso que es una de las películas que me parecen menos logradas de Buñuel. Con su siguiente filme, Diario de una camarera (1964) ahonda en el mensaje antiburgués al contarnos lo que sucede en una mansión cuando entra a trabajar una sirvienta mucho más inteligente y honrada que todos los demás, que es perseguida por el sátiro patrón. En Simón del desierto (1965), retoma un cierto surrealismo y el asunto de la (im)posibilidad de la santidad en una película protagonizada por un aspirante a beato que se sube a un pilar durante varios años en señal de penitencia.
Belle de jour (1967), protagonizada por Catherine Deneuve, fue el mayor éxito comercial en la carrera de Buñuel, él dice que no por la película sino “por las putas”. Cuenta la historia de una mujer burguesa que se prostituye a escondidas y por puro placer mientras se mantiene casta en el matrimonio. Es una honda reflexión sobre el sexo y el amor, lo que los separa y lo que los une, y supone una radical y valiente aproximación a la sexualidad femenina. La propia Denueve es protagonista de Tristana (1970), también rodada en España y adaptación de nuevo de Galdós, una película en la que interpreta a una joven huérfana de Toledo que no tiene más remedio que casarse con un viejo (Fernando Rey), para luego enamorarse de un joven pintor y finalmente acabar en los brazos del mayor. De nuevo, Buñuel reflexiona con la misma actriz sobre las contradicciones del corazón y el alma humana con este filme en el que el personaje de Deneuve llama a nuestra compasión y repulsa al mismo tiempo.
La frustración está muy presente en sus últimas películas. El discreto encanto de la burguesía (1972), trata sobre un grupo de burgueses que pretenden sentarse a cenar pero nunca lo consiguen porque o bien su supuesto anfitrión ha olvidado que los tenía invitados o bien se muere el dueño del restaurante. Y en Ese oscuro objeto del deseo (1977), el pobre Fernando Rey padece lo suyo porque Conchita, la mujer de sus sueños, jamás acaba siendo suya por mucho que le dé esperanzas. La belleza, en este caso, es más lucha y esperanza que conquista, porque la belleza, como la vida misma, siempre está a la vuelta de la esquina y siempre fue mejor la expectativa que la realidad. Como dice Nietzsche, un verdadero artista nunca soporta la realidad. Buñuel nos enseño a entender el mundo otra manera.