Si uno atiende a sus valores estéticos,
Fariña y Cuerpo de Élite parecen dos series surgidas en hemisferios diferentes y, sin embargo, las dos últimas producciones para Antena 3 –la primera desarrollada por Bambú y la segunda por MOD–
tienen un nexo común: verter una mirada analítica sobre el contexto en el que se inscriben. No es el único, aunque si el más relevante. También comparten cadena y franja horaria, asunto no poco importante en un panorama poblado de ficciones pavisosas, más preocupadas por captar el mayor número de espectadores posible durante las horas del prime-time que de la calidad de su contenido (formulado de otra manera: si la audiencia responde, que le den por el saco a la calidad).
En el post anterior, repasábamos cómo
Fariña destapaba la red clientelar formada por narcotraficantes y políticos en el seno de una sociedad empobrecida a causa de la reconversión del sector pesquero. De un tiempo a esta parte, la teleficción española no abdica de su potencial crítico y, cualquiera que sea la época, hunde sus cimientos en la realidad sin evitar cuestiones problemáticas. Lo hace
La Peste en relación con la Sevilla del siglo XVI, lo hace
La Zona con respecto a un futuro acongojantemente cercano y apuntando a unos vicios que parecen enquistados en el ADN patrio, desde el Lazarillo de Tormes al entorno postapocalíptico que empapa la ficción de los hermanos Sánchez-Cabezudo. Y en ese ramillete de historias contemporáneas que no rehúyen los problemas de una sociedad abierta en canal también figuran
El Ministerio del Tiempo (la cita al Lazarillo no era gratuita y el personaje de Rafita Carmona/Salvador Baeza que interpreta Canco Rodríguez en
Cuerpo de Élite forma parte de ese árbol genealógico), la última entrega de
Vis a Vis (a través de la ex edil Mercedes Carillo interpretada por Ruth Díaz) o, desde una óptica casi antropológica, por lo que tiene de estudio del comportamiento,
Vergüenza.
En plena era del cambio, con las cadenas tradicionales y su capítulos de 70 minutos viendo cómo las plataformas devoran el terreno a su alrededor, todavía me parece más meritorio que una serie como
Cuerpo de Élite haya encontrado su espacio en el seno de la nave nodriza del grupo Atresmedia (igual que en su día me pareció casi milagroso que TVE emitiera
El Ministerio del Tiempo). Y es que la serie diseñada por MOD –productora con el curtido Fernando Bovaira y Simón de Santiago a la cabeza– es como una mezcla feliz de las tesis de Joaquín Costa y la aplicación práctica de las teorías de Kropotkin: es como promover un cierto regeneracionismo de la comedia-televisiva-de-cadena-generalista a golpe de cóctel Molotov. Porque si la serie creada por Cristóbal Garrido y Adolfo Valor (y con la cabeza de Josep Gatell coordinándolo todo)
sigue a pies juntillas los patrones fijados por la comedia televisiva tradicional, su aproximación a la coyuntura política actual es deliciosamente kamikaze.
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El elenco de
Cuerpo de élite en una imagen promocional[/caption]
En el fondo, es como cambiar el sistema desde dentro.
Cuerpo de Élite respeta los códigos fijados por la más conservadora legislación catódica: capítulos de más de una hora, escenarios y situaciones que se repiten, proliferación de relaciones sentimentales entre los personajes, puesta en escena ilustrativa con las escalas medias por bandera,… Se mantiene fiel a las claves propias del género al que está afiliada: en tanto comedia de acción, se articula como parodia de ficciones bélicas de equipo –de
Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967) a
El equipo A (Stephen J. Cannell & Frank Lupo, 1983-1987)– que arranca con la formación de un grupo policial formado por agentes de las distintas fuerzas de seguridad del estado y
propone una misión por episodio con una serie de tramas que atraviesan los 13 capítulos de los que consta. Hasta ahí todo normal.
Solo que todo ese armazón estructural, puro ejercicio de bricolaje,
enmascara un discurso mordaz e incisivo sobre esta nuestra cotidianeidad, y lo hace a calzón quitado, sin miedo a pasar por la trituradora a ineptos y a arribistas, pero también a unos cuantos tótems de esta era en la que la apariencia y el éxito van de la mano, casi siempre para que la primera oculte cómo se ha alcanzado el segundo.
Cuerpo de Élite es el helicóptero del Tulipán, la furgoneta de Chema el panadero o el camión de Estrella Galicia cargado de vitriolo hasta los topes y conducido por un tipo con los ojos inyectados en sangre, el cerebro arrasado por los telediarios y la mano armada con un mechero. Y allá a su frente La Moncloa (o la CNMV o el TC). Garrido y Valor saben que la belleza está en el interior (y deflagra).
Y gag a gag, chiste a chiste,
esta comedia a priori mainstream va descabezando títeres sin importar su extracción social, su posición institucional o sus triunfos en las olimpiadas del neoliberalismo. Cuando en el episodio piloto el alter ego de Froilán es falsamente nombrado duque de Magaluf para poder así regresarlo a España o cuando el detector de Borbones detecta a un miembro de la familia real en Panamá (sic), no hace falta ser muy listo para intuir que no habrá prisioneros. Desde su arranque, y sin tregua, la ametralladora empieza a escupir balas y los objetivos van cayendo uno a uno, sin misericordia: la Casa Real, los Pujol (aka Los Muntaner), Carmen Thyssen, las tarjetas
black, la Liga de Fútbol Profesional, Julian Assange reconvertido a través del actor Manuel Burque en Andrés Pellicer, Amancio Ortega (aquí disfrazado de Anselmo Ortiz), la sanidad pública, Rosa Díez (transformada en Conchi Galindo), Nicolás Maduro, el chef David Muñoz (impagable el Lucax Riesgo de Julián López)…
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Un momento de la serie
Cuerpo de élite[/caption]
Pero el tiro al blanco no se detiene aquí, puesto que
el punto de mira de los guionistas abarca todo el arco parlamentario (y más allá). El ministro Ocaña (Joaquín Reyes) no puede ser observado sino como fiel seguidor de la doctrina rajoyista: inútil, con esa proverbial facilidad para el trabalenguas involuntario y la meada fuera del tiesto, y aun así triunfante, uno no sabe si gracias o a pesar de las circunstancias.
Pero las hostias (como panes, y con perdón) también alcanzan a esa nueva izquierda representada por el opositor Ramón Carreño (El Langui), trasunto de Pablo Echenique, muy preocupado por la inclusión de los menos favorecidos, alarmado por los desmanes del gobierno y dispuesto a demostrar la culpabilidad de sus oponentes… hasta que le tocan lo suyo. La
gauche divine 2.0 aparece representada por una formación cuyos objetivos se antojan difusos, víctima de un idealismo trasnochado que termina por chocar contra una realidad neoliberal en forma de tablet. Las alternativas a ese duopolio ficcional del que el PSOE ha sido borrado, tampoco son muy alentadoras. Si la sosia de Rosa Díez cumple la función de juguete roto de la política, Teodoro Ibáñez (Luis Bermejo) se antoja como una poco alentadora proyección ministerial de Miguel Ángel Revilla.
Al contrario de lo que sucedía en la película original de la que ha surgido este relevo televisivo, aquí los objetivos no son ‘fáciles’. Si en el film dirigido por Joaquín Mazón las bromas más punzantes iban dedicadas a ETA –sin superar lo hecho por
¡Vaya semanita!– o a la pervivencia del franquismo en el seno del gobierno, en su desdoblamiento serial
las pullas alcanzan a ‘personajes’ públicos aparentemente intachables –y alabados por la mayoría de la sociedad–
como Amancio Ortega, incrementando la carga de profundidad discursiva de una propuesta que no está dispuesta a casarse con nadie por mucho que su cuenta de beneficios tenga más ceros que el código binario de Matrix.
En resumen,
Cuerpo de Élite refleja un panorama desolador en el que los responsables de las instituciones no son más que la muestra seleccionada (y elegida) de (por) una población que sale a manifestarse por la suspensión de la liga de fútbol pero que jamás lo hará por la enésima reforma de la ley de educación. Resulta curioso que el capítulo dedicado al deporte rey utilice como resorte los impagos de los clubes a Hacienda, problema que termina solucionándose obligando a los equipos más pequeños a cargar con la deuda. (Si en estos momentos no están gritando un ¡viva España! es que no tienen sangre rojigualda en las venas).
Mujeres, hombres y viceversa
Desconozco si la elección de ese nombre es fruto de la casualidad o es intencionada, lo que sí es cierto es que sirve para explicar por qué
los personajes femeninos de Cuerpo de Élite van dos cerebros por delante de sus homónimos masculinos (como Gema y Elena, vamos). Montse Gil (Ana Morgade) es más inteligente y está mejor preparada que su ex jefe y ahora compañero forzoso Efe (Antonio Garrido), un agente de inteligencia que jugaría al tute con Corcuera y que parece sacado de un tebeo de
Ibáñez (por cierto, la serie carga las tintas contra los comportamientos machistas). Elena (Cristina Castaño), boina verde, es la integrante más brillante del equipo y además tiene que hacer frente a esa doble condición de madre trabajadora que, cosas la involución, tiene que rendir en su puesto y organizar su casa. También podríamos hablar de Andrea Zimmerman (María Botto), jefa de gabinete del ministro Ocaña, encargada de deshacer los entuertos de su responsable y justa merecedora de una cartera que no puede ocupar por tener dificultades para mear en un urinario.
Con todo,
todas estas mujeres no son heroínas sin matices, todas ellas tienen su problemas y su debilidades sentimentales –a algunas les gusta lo que no les conviene, otras tienen la valentía de abandonar una vida familiar rutinaria y cómoda por una pasión de futuro incierto… sin que se las condene– y la heterogeneidad en las composiciones es lo que hace que la serie funcione, porque también se aplica a otros niveles.
Lo más peliagudo de Cuerpo de Élite, teniendo en cuenta que su principal veta humorística explota el hecho diferencial y el “conjunto de nacionalidades” que forman el estado español,
era afrontar los tópicos regionales distanciándose de la torpeza mostrada por títulos como Ocho apellidos vascos o series como Allí abajo. Por más que se juegue con los lugares comunes, aquí hay muchísimos más matices: el ertzaina Josemari Zabaleta (Álvaro Fontalba) está lejos de ser un chicarrón del norte; es endeble y su educación jesuita no quita para que muestre tendencias sexuales ambivalentes (fruto de su castidad). Este ejemplo funciona con el resto de miembros del equipo, cuyas actitudes y dejes lingüísticos se adscriben a tipologías estereotipadas en función de su lugar de nacimiento pero que son hábilmente moldeadas para no caer en el chascarrillo fácil. He aquí una aproximación no ofensiva al estado de las autonomías (y sus problemáticas), alejada de la tosquedad puesta de moda por la película de Emilio Martínez-Lázaro y de la cochambre representada por títulos como
Las Autonosuyas (Rafael Gil, 1983).
Vista su primera temporada y los riesgos asumidos, la producción de MOD
solo puede ser recibida como una propuesta higiénica que, sin proponerse cambiar la ficción televisiva, sí que logra sanear las deficiencias críticas propias de un modelo pensado para no ofender a nadie, no sea que cambie de canal. No soy muy de change.org –y supongo que se utiliza para cosas más importantes que esta– pero una segunda temporada de un cuerpo de las fuerzas de seguridad del estado que sí me representa repartiendo estopa a toreros y cantantes góticos sería todo un puntazo. (Además, a los naranjitos no les cae ni un sopapo y no será porque Rivera y sus primos no dan juego, ¿eh?).