Después de casi dos años, Vis a Vis volvió a lo grande. La tercera temporada de la serie de Globomedia, acogida por FOX después de finalizar su etapa en Antena 3, se presentó en el Festival de Málaga llenando el teatro Cervantes. La mudanza de una cadena generalista a la televisión de pago conllevó una serie de cambios que, en líneas generales, le han sentado más que bien a la teleficción creada por Iván Escobar, Álex Pina, Esther Martínez Lobato y Daniel Écija. El lifting en la duración de los episodios–de 60 minutos a poco más de 40- elimina subtramas accesorias, concentra la narración y aumenta el ritmo de una serie ya de por sí vertiginosa: han cambiado la montaña rusa por el tren bala. Y es que, tras su reseteo, Vis a Vis va como un tiro (a veces, también, para mal). El traslado del grupo de presas del penal de Cruz del Sur al de Cruz del Norte ha servido como pretexto para reiniciar la serie a todos los niveles. Se crea un nuevo conflicto –las viejas conocidas se enfrentan a un grupo de chinas que controlan la cárcel de destino- se introducen personajes secundarios cruciales –la ex concejala Mercedes Carrillo (Ruth Díaz) o la funcionaria de prisiones Altagracia Guerrero (Adrina Paz)- y se aplican barnices estéticos para refundar el look de la propuesta sin perder su esencia (la fotografía acerada de Migue Amoedo). Desde un punto de vista temático, la primera (co)producción de FOX en España ha llevado hasta las últimas consecuencias cuestiones planteadas en las temporadas anteriores. El personaje de Saray Vargas (Alba Flores) es, en ese sentido, paradigmático: ahí están los problemas étnicos derivados de una maternidad imposible e indeseada o el futuro que le espera a su hija por el simple hecho de nacer gitana y, sobre todo, el descabello genital que le brinda al doctor Sandoval (Ramiro Blas) –su violador y padre del retoño que vendrá- muestras de que el equipo de guionistas está dispuesto –porque puede- a llegar hasta el final. Tampoco faltan, aunque estén tocadas de manera tangencial, las reflexiones sobre la realidad española: desde el asentamiento de las mafias chinas hasta las cada vez más frecuentes pre-reservas de suites carcelarias por parte de una clase política que parece preferir Soto del Real a Oropesa (la reacción de la masa enfurecida cuando Mercedes sale de permiso también es muy nuestra: linchamiento mediático, popular y simbólico). La corrupción, sin embargo, no aparece solo vinculada a la casta, sino que es un mal endémico que afecta a los custodios de las convictas.

Vis a Vis también se ha vuelto más cruda, más descarnada a la hora de mostrar la violencia: palizas, ahorcamientos, navajazos, atropellos, torturas, degüellos, tiroteos… La serie mira de frente a la traducción física de la podredumbre moral de la mayoría de sus personajes y tal vez por ello haya elevado sus índices de mortalidad casi a niveles de pandemia. Además, ha condenado a la pena capital bien a personajes sumamente relevantes y con una personalidad arrolladora (Anabel), bien a personajes menores que, no obstante, se tomaba la molestia de dibujar y de dotar de peso: Unai (Raúl Tejón) asume un rol principal en el 3.01 para terminar perdiendo la cabeza. Si repasamos el índice de defunciones tenemos: crisantemos para el citado Unai en el episodio primero; velas a la Virgen de la Esperanza en el segundo capítulo con Macarena (Maggie Civantos) en coma; en el tercero hay una muerte parcial, la del hermano no tan pequeño de Sandoval; en el cuarto doblan las campanas por Anabel (Inma Cuevas), en el quinto Altagracia se salva de milagro, en el sexto y séptimo la cosa está tranquila y en el octavo y último… luego hablaremos del final. Con todo, y a pesar de esos brotes violentos propios del universo retratado, los guionistas son conscientes de que en la teleficción contemporánea ya no funcionan los personajes tallados de una pieza. Desde que Tony Soprano (James Gandolfini) era capaz de cargarse a su primo y de sentir ternura por una bandada de patos ya no nos conformamos con (prota)antagonistas de folletín. Vis a Vis se esfuerza sobremanera por transmitir las motivaciones de presas como Zulema (Najwa Nimri, en el papel de su carrera), un ser sin escrúpulos que, sin embargo, deja bien claro cuál es su código de honor cuando ‘vuelve’ a por Saray (sólo la libertad propia está por encima de la lealtad). Su condición de convictas las hace capaces de lo mejor y de lo peor, la clave está en que eso no sea percibido por el espectador como un capricho o una treta de los escritores, que incluyen numerosos detalles para humanizar a tipas tan desagradables como Goya (Itziar Castro) –su entrevista de trabajo, el baile- o para malvar a seres tan indefensos como Tere (Marta Aledo) –ese ataque de furia, escopeta en mano. La producción de Globomedia también se nos aparece como un muestrario de diversidad, algo de lo que anda escasa una ficción española demasiado preocupada por los señores blancos de mediana edad. Esa variedad atiende a una realidad que la mayoría de las producciones ignora: variedad étnica, de género, física, sexual… Aunque, tal vez, lo más importante es que personajes como Luna Garrido (Abril Zamora) no aparezcan como integrantes de obras centradas en determinados colectivos sino como tipologías normalizadas que, por muy extraño que a muchos les parezca, existen en nuestra sociedad. Hablando en plata: que no hay que hacer una película sobre transexuales para que aparezca uno, copón.

Un final en espiral

A lo largo de sus ocho episodios, Vis a Vis ha quemado más trama que un pirómano en fallas… y el resultado no siempre ha sido satisfactorio. Como si fuera el autobús de Speed (Jan de Bont, 1994), la sensación de que cualquier parada podía terminar en desastre parecía obligar a los guionistas a avanzar a velocidad de crucero para evitar que ningún espectador se bajara del vehículo. En ese sentido, los episodios cuarto y octavo abusan en demasía del encuentro fortuito entre personajes (Zulema ‘descubre’ a Anabel buscando el escondite de las chinas) o de unas elipsis que exigirían algún tipo de explicación para justificar según que desenlaces. El season finale funciona como compendio de la serie, puesto que contiene aciertos y errores casi a partes iguales (ganan los pulgares hacia arriba). Pensemos, por ejemplo, en cómo está contado el asesinato involuntario de la agente Nerea (Irene Anula). Los miembros de la Tríada china y la policía inician un tiroteo salvaje en mitad de una destartalada nave industrial. Tras registrar la acción inicial, la cámara se centra en Mercedes: el espectador percibe su estado de confusión y el intercambio de disparos queda relegado a un segundo plano (travelling de acercamiento al rostro, sonido difuso, mirada perdida). Asumiendo prácticamente el punto de vista de la concejala podemos asumir/creer el desenlace de la secuencia que, de otro modo, sería percibido como una simple casualidad que busca golpear a la audiencia. La forma de contar transforma lo fortuito en creíble. Minutos después, asistimos a otro pim-pam-pum que rompe con ese modelo narrativo. En un aparte que parece extraído del final de Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995), Zulema identifica como agentes de la ley a la mayoría de los asistentes a una fiesta de disfraces y tras intercambiar unas palabras con el comisario Castillo (Jesús Castejón), aparece Saray en plan Stallone y aliña una ensalada de tiros que ni una sesión doble del viejo John Woo. Dos tipas de armas tomar contra el mundo. Perdonamos el ‘Saray ex machina’ –la lealtad de ambas ha sido más que probada y no entiende de límites- pero no perdonamos que para hacerlas salir de un duelo que tienen perdido –cualitativa y cuantitativamente- se marquen un fundido a negro y una elipsis y a otra cosa. Me espanté al leer referencias a Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991) o a Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969), dos películas en las que la coherencia interna conduce a la extinción de las heroínas/los héroes. El buen uso del montaje paralelo (y de las prolepsis) a lo largo de la temporada como recurso principal para generar tensión (v.g.: la fuga de Saray combinada con el tiroteo y la sesión de baile) queda sustituido, ¡en los últimos 7 minutos del episodio final!, por una cascada de giros de guión. En su tramo final, Vis a Vis se convierte en una espiral alocada en la que todo vale para generar en el espectador la necesidad de saber qué sucederá sin importar demasiado cómo se va de un punto a otro. Es como si al bus de Speed le hubieran birlado las ruedas en pleno viaje y, aún así, siguiera en marcha. A nivel estético, los creadores ya definían en el capítulo inicial el espacio en el que todo se iba a decidir: el pasillo central de la prisión, con dos grupos que funcionaban por oposición y cuyo cruce iba a generar violencia. Esa zona de guerra adopta diferentes formas, si bien su morfología esencial siempre es la misma. De hecho, esa galería se transforma en nave industrial en el último capítulo, sin abandonar esa composición: un corredor largo con dos grupos enfrentados a cada extremo (casi siempre filmados de frente y desde el lateral, reforzando esa idea de enfrentamiento, de conflicto).

Bueno, pues molt bé, pues adiós

No lo tenían fácil, pero en sus primeros episodios la writer’s room de Vis a Vis supo despedirse de personajes clave para el desarrollo de las dos temporadas anteriores y proseguir con esa renovación paulatina que deberá concretarse en la cuarta entrega que empezó su rodaje hace escasos días. En los tres primeros episodios van sucediéndose los adioses que permiten cerrar de manera rotunda tramas del pasado. A la taurina salida de escena del Doctor Sandoval hay que sumar la de Fabio (Roberto Enríquez), al que Macarena rechaza pese a su insistencia en contraer matrimonio… Lo que nadie esperaba es que la conductora de la serie –el resorte que hace que todo se dispare- desapareciera en el segundo episodio y no volviera a decir ‘aquí estoy’ en toda la temporada. El relegamiento de Macarena Ferreiro implica dos consecuencias inmediatas: por una parte, la capacidad de la serie para sobrevivir sin que se note su ausencia (al músculo dramático que aportan Zulema o Saray hay que sumar la incorporación de Altagracia, amén de los beneficios que le reditúa su estructura coral) y, por otra, la incidencia del fandom en la generación de contenidos. Me explico: Vis a Vis fue recuperada por FOX (+ Globomedia + Antena 3) por que tuvo buenas ventas en el extranjero y por el apoyo de una amplia comunidad de fans, bautizada como la Marea Amarilla, que se traducía en la elevación a trending topic de cada emisión y en una enorme repercusión en distintas redes sociales. Así pues, y pese a que el equipo de guionistas comandado por Iván Escobar le dio tiempo para despedirse, el centrifugado de Macarena levantó ampollas entre los seguidores y la marea empezó a subir. Civantos no se iba por caprichos ni desavenencias, simplemente tenía otros compromisos laborales (la tercera temporada de Las chicas del cable, por ejemplo) adquiridos entre el cierre y la reanudación de la serie. Pero iban pasando los episodios y los fans se mostraban cada vez más inquietos con respecto al futuro de la rubia, hasta el punto de que el pasado 4 de junio emitieron un comunicado a través de su Twitter en el que mostraban su descontento por la desaparición del personaje. El 12 de junio se anunciaba la vuelta de Maggie Civantos al elenco para la cuarta temporada después de un sinfín de especulaciones. Esto, además de muchas otras cosas, es la televisión social (¿les he recomendado ya que lean La otra pantalla de Elena Neira?). En líneas generales, este casi ‘reboot’ de FOX ha sido satisfactorio: la serie ha ganado en brío narrativo gracias a su concentración y al talento de sus guionistas para ir al grano desde el principio (amén de una caligrafía visual bien provista de referencias que van de los dramas carcelarios a las pelis de Stallone). Por más que algunas decisiones rocambolescas estropeen el cierre de esta tercera entrega, son insuficientes para rebajar el entusiasmo que antecederá a la llegada de la cuarta temporada. Así que ya saben: stay tuned.