El caso
A última hora de la tarde del 13 de noviembre de 1992, Miriam García, Toñi Gómez y Desirée Hernández enfilaron la carretera secundaria que conducía desde Alcàsser, su ciudad natal, hasta Picassent, la localidad vecina en cuyas inmediaciones se situaba la discoteca Coolor. Nunca llegaron. Tras 75 días de desaparición y una movilización sin precedentes -el por entonces presidente del gobierno, Felipe González, recibió en la Moncloa a los padres de las jóvenes- los tres cuerpos fueron hallados por dos apicultores: estaban enterrados en una fosa situada en la partida de la Romana, un páramo situado entre los municipios de Tous y Catadau. En un juicio inaudito en España, Miguel Ricart fue condenado a 170 años de cárcel por la violación, tortura y asesinato de las tres adolescentes. El otro acusado, Antonio Anglés, sigue huido de la justicia desde entonces.
Veintisiete años después de una tragedia que conmocionó a un país y que modificó las pautas de comportamiento de toda una generación -los nacidos entre 1975 y 1980, aproximadamente, saben a qué me refiero- Bambú Producciones regresa a aquellos sucesos siguiendo la estela de El caso Asunta (2017). Durante un año y medio, el equipo aglutinado en torno al director Elías León Siminiani y al productor y guionista Ramón Campos ha completado una investigación titánica en la que contactaron con 160 implicados de los cuales se ha terminado entrevistando a 58, lo que ha dado lugar a unas grabaciones que ocupan 228 horas. Además, se han visionado 392 horas de juicio y 220 horas de otros contenidos relacionados directamente con el proceso, amén de los 4000 folios del sumario que incluyen la totalidad de las pruebas periciales forenses, psicológicas y toxicológicas. También han sido analizadas las 600 páginas de los informes de la inspección ocular, las actas de diligencia, los testimonios previos o las líneas de investigación descartadas y han sido leídas las 450 páginas de rollos de la sala del juicio y los resúmenes de este. Se ha estudiado la pieza separada llamada ‘sumario B’ con la búsqueda de Antonio Anglés y otros posibles culpables. Por último, se han visionado más de 50 horas de informativos y más de cuarenta programas de televisión y se han repasado más de 1.500 páginas de periódicos locales y nacionales.
A partir de esta ingente cantidad de material, esta miniserie de cinco episodios se estructura en torno a tres pilares maestros: la reconstrucción pormenorizada del caso, desde que se produjeron las desapariciones hasta el final del juicio que terminó con la condena de Ricart y la cruzada paralela iniciada por Fernando García, padre Miriam; la irrupción de un nuevo modelo informativo basado en el sensacionalismo más abyecto que se desarrolló simultáneamente al caso, y un cambio en el modo de representación empleado para relatar todo este proceso, basado en la mostración continuada del artificio, de los instrumentos y de las estrategias empleadas para hacer el documental.
En lo referente a la reconstrucción del caso, el dúo creativo formado por Siminiani y Campos adopta una posición de neutralidad frente a los acontecimientos y trata, en todo momento, de confrontar los testimonios de los implicados con los hechos probados. En El caso Alcàsser prima la claridad por encima de cualquier otro factor. Conscientes de la complejidad de una investigación que se alargó tanto que el único detenido (Ricart) estuvo a punto de cumplir el tiempo máximo de prisión preventiva, los creadores se han servido de algunos de los recursos propios del true-crime -toda la parte infográfica en la que se incluyen desde mapas a reconstrucciones pasando por las fechas en las que ocurrió cada cosa- para impedir que el espectador se pierda en algún momento mientras toma conciencia de las enormes dificultades que rodearon aquel galimatías judicial.
A la precisión analítica de la que hace gala el documental hay que añadirle su insistencia en la verificación. El caso Alcàsser se nutre, principalmente, de material de archivo y de entrevistas realizadas a lo largo del último año con los implicados en la tragedia. Siminiani y Campos se cuidan mucho de emitir juicio alguno sobre esas personas a lo largo de las cinco horas de metraje y se limitan, únicamente, a confrontar las opiniones que los interrogados emiten (o emitieron en su día) con los hechos probados en las diferentes investigaciones (las que realizaron las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado en su momento; la indagación paralela iniciada por Fernando García en colaboración con el criminólogo y periodista Juan Ignacio Blanco y la llevada a cabo por el equipo de la película). En un asunto tan turbio como este, ese proceso de objetivación es fundamental. Tal y como ya sucedía en El caso Asunta, aquí no se busca resolver el asesinato que las autoridades no supieron cerrar, no hay grandes revelaciones estilo The Jinx: no se pretende hacer trabajo policial sino trabajo periodístico. Y es justo esa labor de aclarado, que necesita de esa luminosidad expositiva a la que aludíamos anteriormente, puesto que exige ir hacia atrás y hacia delante en el tiempo, la que permite obtener un retrato límpido de todos los intervinientes. Sin ánimo de ser exhaustivo -ni de aventar spoilers- digamos que el peritaje periodístico desmonta las teorías conspirativas alumbradas por Fernando García y Juan Ignacio Blanco -ampliamente difundidas primero en el programa Esta noche cruzamos el Mississippi y después a través de conferencias y redes sociales- en las que se señalaba la participación en el crimen de personas influyentes (de empresarios a políticos) pertenecientes a oscuras organizaciones que se dedicaban a satisfacer sus más bajos instintos secuestrando, torturando, violando y asesinando a mujeres. También se llegó a afirmar que todo eso era grabado. La existencia de una snuff-movie en la que está registrado el asesinato de las jóvenes es otra de las grandes milongas que ha sobrevolado este triste affaire.
Los medios
El triple crimen de Alcàsser supuso la irrupción de un modelo informativo que todavía hoy sigue vigente. Y la primera miniserie documental española de Netflix no solo no es ajena a ese fenómeno, sino que señala todos los estadios por los que pasó hasta normalizarse: ahí están Ana Rosa Quintana y Susanna Griso para corroborar su pervivencia.
Los dos programas estrella de la televisión nacional a principios de los noventa son ¿Quién sabe dónde? conducido por Paco Lobatón en Televisión Española y De tú a tú, el magacín que presentaba Nieves Herrero en Antena 3. Ambos espacios se vuelcan en el caso y realizan varios especiales durante las semanas en las que las niñas están en paradero desconocido. Las audiencias se disparan, si bien el programa de Lobatón, que siempre rondó el 50% de share y que se centraba en la búsqueda de personas desaparecidas, iba a la cabeza.
El documental muestra como el número de espectadores crece a medida que Lobatón y Herrero dedican más y más minutos a un caso que empieza a contaminar otros espacios de la parrilla, fundamentalmente en Antena 3, como demuestran las conexiones con los informativos presentados por Manuel Campo Vidal. La hecatombe se produce tras el hallazgo de los cuerpos y la inmediata celebración de dos programas en directo desde la localidad de Alcàsser. Nieves Herrero se llevo la palma reuniendo a todos los familiares en el improvisado plató montado a toda prisa en el edificio de la Societat Musical del pueblo y Paco Lobatón se conformó con las migajas, si bien siguió siendo líder de audiencia aquella fatídica noche. Baste decir que el especial De tú a tú fue abyecto, un monumento al amarillismo más escabroso en el que el respeto por las víctimas y sus familiares ni siquiera entró a formar parte de una ecuación que solo valoraba el rédito del share. Aquella noche Nieves Herrero dobló su audiencia habitual. No es necesario extenderse más en este asunto que quizá detalle en exceso Desaparecidas, un capítulo inicial que a base de reproducir aquel bochorno termina cayendo en el mismo error.
La oleada de sensacionalismo no se detuvo con la aparición de Olga Viza, a la sazón reportera a las órdenes de Herrero, cerrando el especial con el anuncio de dos detenciones. El testigo lo recogieron Pepe Navarro y su ya mencionado Esta noche cruzamos el Mississippi y El juí d’Alcàsser, el programa que Canal 9, la televisión autonómica valenciana, preparó especialmente para cubrir el procesamiento de Miguel Ricart y que conducía Amalia Garrigós (no es casual que la refundada televisión valenciana, À Punt Media, figure como co-productora de esta miniserie). Empezó entonces un juicio paralelo: por un lado, estaba la causa contra el único detenido por los homicidios, la que se dirimía en la corte y, por el otro lado, el caso, que era el que entraba cada noche en ebullición en el late night de Navarro (y previamente, aunque con mucha menor repercusión, en el espacio habilitado por Radio Televisión Valenciana). Y en aquel circo de tres pistas, después de los chistes de Crispin Klander o de una entrevista a una stripper, podía salir Juan Ignacio Blanco a acusar a un exgobernador de estar involucrado en el crimen o se podía dar voz a Enrique Anglés, hermano de uno de los acusados y afectado de esquizofrenia, que en el programa soltaba afirmaciones radicalmente distintas a las que luego emitía en la corte y cuya frase “estamos en un juicio, no en televisión” resume perfectamente el desarrollo de un proceso en el que las opiniones vertidas en la pequeña pantalla adquirieron el mismo valor que las de los peritos judiciales. Cuando en el último episodio se relata la salida de Miguel Ricart de la cárcel (terminó de cumplir su condena en 2013) es cuando nos damos cuenta de que ese modelo informativo al que aludíamos ha creado escuela. De hecho, a su salida de presidio, Ricart tenía concedida una entrevista a Antena 3 que no se llegó a realizar. Un último apunte. De todos los periodistas mencionados, únicamente Paco Lobatón aparece en el documental para tratar de explicar qué es lo que sucedió y, también, para decir que se equivocaron (el resto se han negado a ser entrevistados). También hace acto de presencia Mariola Cubells, periodista y analista de televisión, que cubrió el caso como reportera y que ya en este artículo del Huffington Post señalaba que, por aquel entonces, lo que Nieves Herrero despertaba entre los colegas -y entre los ejecutivos de los medios- no era repugnancia sino envidia. Así estamos.
El dispositivo
El caso Alcàsser no pretende reinventar la rueda, pero sabe muy bien cómo hacerla girar. Sus más de cinco horas de metraje se ven del tirón gracias a un tempo vivaz que no está reñido con la profundidad indagadora pretendida (ojo a la banda sonora que arranca con el Major Tom de Peter Schilling, directamente vinculada con los acontecimientos, que marcará buena parte del devenir musical de todo el conjunto y que, además, sirve como herramienta contextual). Ese trabajo continuado de fact-cheking y la comprobación de si determinadas afirmaciones se ajustan a la verdad de los hechos mantiene al espectador siempre en alerta. Pero, además de todo esto, el gran mérito de esta miniserie radica en la dosificación de la información. Es sumamente interesante observar cómo se juega con los conceptos de binge-watching y de cliffhanger. Si, por un lado, disponer de la temporada entera hace que terminar los capítulos con un pico de tensión no sea obligatorio -no hay necesidad de generar expectativas de cara a un próximo episodio que ya tienes a mano- el hecho de que El caso Alcàsser tenga solo cinco partes y todas ellas terminen en alto invita a verla del tirón: está estructurada para que siempre queramos saber más. El ejemplo más claro de esto, y una de las grandes novedades que presenta la serie, es la (respetuosa) aparición de la hija de Miguel Ricart al final del segundo capítulo. No volveremos a verla hasta el cuarto y cuando vuelva a hacer acto de presencia no será para ofrecernos ninguna revelación morbosa, sino para que entendamos que los hijos de los monstruos no deberían cargar con los pecados de sus padres.
La otra gran aportación argumental de este documental estriba en la inclusión de las grabaciones de la vista oral del juicio, inéditas hasta la fecha, que ayudan a contextualizar todo lo sucedido durante las 49 sesiones que duró. Lo más jugoso se encuentra en los careos entre los forenses que realizaron la primera autopsia y Luís Frontela, que practicó un segundo análisis a petición de los familiares y que llegó a conclusiones distintas a las de sus colegas (sin obviar las anomalías que mediaron entre el primer examen y el segundo, como el lavado de los cuerpos, o las discrepancias metodológicas entre uno y otros).
Pero más allá de lo puramente argumental -no hay ningún descubrimiento nuevo para aquellos que siguieron el caso en su momento- los gestos que marcan la diferencia, lo que distingue El caso Alcàsser de su más inmediato precedente (El caso Asunta) o de otras obras del género, son la mostración continuada del artificio y el giro ideológico -militante, diría yo- con el que se cierra la serie. SI NO LA HAN VISTO TODAVÍA, NO SIGAN LEYENDO (a no ser que quieran seguir haciéndolo, entonces sí).
Cualquiera que esté familiarizado con la filmografía de Elías León Siminiani sabrá que su presencia en las películas que dirige es uno de sus estilemas, una marca personal que en algunas ocasiones tiene plena justificación (Mapa) y en otras se antoja un tanto exhibicionista (Apuntes para una película de atracos). Sin embargo, en su primera incursión en el true-crime no había ni rastro de él, por más que en precedentes como The Jinx o Muerte en León los directores/guionistas aparecieran frente a la cámara, recurso que cuadraba a la perfección con las querencias artísticas del director cántabro. En El caso Alcàsser, Siminiani sí forma parte del elenco de protagonistas del documental. Ahora bien, su muy medida presencia en pantalla no es exclusiva, sino que se hace extensiva al resto de miembros del equipo, algunos con una presencia más activa y equivalente a la del director, como sucede con el co-creador Ramón Campos o la investigadora Ana Sanmartín, y otros con apariciones más utilitarias, pero no menos importantes (toda una vindicación de la autoría compartida). Porque esta producción de Bambú no persigue tanto buscar el protagonismo de sus creadores como mostrar cómo se fabrica un documental sobre un caso plagado de falsedades. Ese guiño metalingüístico consistente en mostrar los instrumentos de filmación (el diseño del set, las cámaras, las perchas de sonido) y a los técnicos, pero también las estrategias que se emplean para convencer a los entrevistados; ese recurso, desvela la firme intención de abordar desde la transparencia un asunto lleno de puntos oscuros.
La segunda apuesta de la serie llega al final. Y nos deja retratados. Al menos a mí. Jamás asocié “el crim de les xiquetes d’Alcàsser” a la violencia contra las mujeres. Nací en 1980 a 90 kilómetros de ese pueblo y créanme si les digo que aquel suceso provocó una conmoción tal que afectó a la vida diaria de la mayoría de los adolescentes (¿o debería decir de las adolescentes?). Se activaron todas las alarmas, se restringieron los horarios de salida y cuando caía la noche todo el mundo tenía que estar a buen recaudo (¿todo el mundo o solo ellas?). Lo que les había pasado a aquellas niñas le podía pasar a cualquiera. Seguramente, a los que no lo vivieron esto les sonará a cuento de terror hiperbólico -este documental es, también, la constatación de una brecha generacional- y quizá por ello el impacto sea aún mayor. Decía que lo que les había pasado a aquellas niñas le podía pasar a cualquiera. Pero ¿es eso cierto? ¿A cualquiera? De haber sido tres chicos los que hubieran hecho autostop de camino a la discoteca, ¿estaríamos hablando del caso Alcàsser? Para mí, para muchos, aquello quedó inscrito bajo el epígrafe de “eran cosas que pasaban”. No le dimos más vueltas. Por eso, cuando en el último tramo de la serie aparece Carme Miquel, profesora de Miriam y Desirée, y pone el foco sobre la violencia machista, sobre las agresiones y los asesinatos de mujeres como una herramienta para su reclusión (si hubieran estado en casa, esto no hubiera pasado), pero también sobre el relato que articulan los medios y como se erigen en transmisores de esas reglas de control, todo cobra otro sentido. En ese momento -y a pesar del énfasis musical- empiezan a desfilar los asesinatos de Rocio Wanninkhof o Marta del Castillo, los de Sandra Palo o Diana Quer, la Manada… Y ahí es cuando hay que empezar a leer a gente como Noemí López Trujillo (que aparece citada) y de ella saltar a Nerea Barjola y su Microfísica sexista del poder y empezar a asumir todas esas cosas que ni siquiera se nos han pasado por la cabeza (como el funcionamiento de nuestro sistema judicial, por citar un ejemplo que se utiliza). No faltarán los que tachen este twist de guion de oportunista cuando, en realidad, la cuestión está en que no hayamos sido capaces de hacer ese tipo de asociaciones con anterioridad. Si ese giro nos llama la atención o, lo que es peor, nos resulta molesto, tenemos un puto problema. Se levanta la sesión.