El 11 de julio de 1963, la policía del apartheid de Sudáfrica localizó en los suburbios de Johannesburgo una modesta casa en la que se reunían los principales líderes de la ANC, el Congreso Nacional Africano que lideró la lucha contra uno de los sistemas políticos más ominosos que ha conocido el siglo XX. Allí fueron detenidos y encarcelados hombres como Nelson Mandela, líder del movimiento y una de las personalidades más importantes de la historia, pero también otros ocho cuadros del partido. Juzgados por terrorismo, rebelión, actos de sabotaje y una larga lista de delitos, muchos ficticios, los nueve procesados se enfrentaron al juicio, celebrado en octubre, con la idea de darle la vuelta y convertirlo en un proceso contra el gobierno. Una estrategia más política que legal ya que en parte estaban convencidos o resignados a ser ejecutados o en el mejor de los casos encerrados en la cárcel durante años. Como es sabido, Mandela y sus compañeros (todos menos Denis Goldberg, de raza blanca, que recibió un trato mejor) pasaron 27 años y ocho meses en Robben Island, aislados del mundo exterior.

El juicio de Rivonia se convirtió en la época en uno de los sucesos políticos más dramáticos e importantes. Un juicio que al mismo tiempo que destruyó las vidas de los valientes acusados, puso en evidencia ante todo el mundo al gobierno sudafricano, cuya brutal política de apartheid no solo impedía a los negros, mayoría en el país, tener representación política, también mezclarse con ellos en las playas (se les reservaba sistemáticamente los peores rincones), los trenes, las oficinas de correos y cualquier lugar que fuera susceptible de que se juntaran ambas razas. Tratados como seres menores de edad, los negros africanos tenían peores hospitales, peores escuelas y unos niveles de pobreza espeluznantes comparado con la riqueza de sus brutales dominadores.

Los  cineastas franceses Nicolas Champeaux y Gilles Porte reconstruyen en El Estado contra Mandela y los otros aquel juicio en el que los líderes consiguieron al menos uno de sus objetivos. Fue allí donde Mandela dio uno de sus discursos más famosos, aquel en el que dijo que estaba “en contra de la dominación blanca y de la dominación negra. Sueño con una Sudáfrica libre y democrática para todos”. Pocos o más bien ninguno de los políticos africanos que lideraron la desconolización tuvieron tantos gestos con sus opresores, pero sus postulados de concordia no le sirvieron entonces para evitar pasar encerrado tres décadas. Como es sabido universalmente, cuando cayó el apartheid en el año 90 y Mandela fue liberado, se negó a la venganza y comenzó una política de conciliación aclamada en Occidente pero mucho más cuestionada en Sudáfrica. Los propios autores de la película consideran que Mandela hizo "demasiadas" concesiones. 

Utilizando como base las 256 horas de audio grabadas que se conservan del juicio, Champeaux y Porte solucionan el problema de la falta de imágenes valiéndose de ilustraciones animadas en blanco y negro cuyo estilo recuerda a los dibujos de juicios que ya conocemos. Todo ello, intercalado con declaraciones de algunos supervivientes como los abogados defensores, el hijo del fiscal o entre los acusados, el activista de origen indio Ahmed Kathrada, el mencionado Goldberg o el líder africano Andre Mlangeni. Todos ellos aderezan un filme en el que lo más importante son las secuencias del proceso y la forma en que los acusados intentan pasar de juzgados a jueces, de culpables a víctimas. Es un documental “serio” con pocas concesiones o ninguna al espectáculo en el que se habla mucho de política y que además de ofrecer una apasionante aproximación a un hecho histórico de enorme importancia proporciona toda una lección sobre cuestiones como legalidad y legitimidad que están en el centro de la teoría política. 

@juansarda