La secuela de Vota Juan arranca tras una elipsis de dos años. Juan Carrasco (Javier Cámara) da clases en un instituto de Logroño después de que su partido, que filtró que tenía cuentas en Suiza, le defenestrara. Macarena Lombardo (María Pujalte), su jefa de prensa, ha quedado profesionalmente arrinconada en el Diario Logroñés, mientras que su asistente, Víctor Sanz (Adam Jezierzki), logró mantener su puesto de trabajo en el Gobierno y ahora trabaja dentro del gabinete del presidente Recalde (Cristóbal Suárez). Los problemas del matrimonio Carrasco siguen en estado larvario, esperando a que su hija Eva (Esty Quesada) abandone el hogar para descapullar en un divorcio que lleva años macerándose en el líquido amniótico del egoísmo, la incomprensión y la indiferencia.

Vamos Juan es el relato de una huida hacia adelante, del intento por regresar a la primera línea de la política nacional de un exministro de agricultura con una inteligencia de escaso voltaje y un tesón que bien podría pasar por el hermano gemelo de la ignorancia. Como bien se encarga de demostrarnos la actualidad —día a día, informativo a informativo— la suma de conocimientos no es necesaria para obtener un escaño en el congreso, dirigir una comunidad autónoma o limpiarse las orejas con la vara de mando de un Ayuntamiento. Así que, ¿por qué Juan Carrasco no va a poder crear una nueva formación que abra la mesa de la política y buscarles las cosquillas al resto de jugadores de esta partida de póquer llena de tahúres, fulleros y mangantes? 

Le teleserie de siete episodios que el canal TNT estrenó al completo el pasado 29 de marzo y que ahora está alojada en diferentes plataformas (Movistar +, Vodafone TV, Orange TV, Sky, R, Telecable y Euskaltel) se inicia con Carrasco dando clase de biología, explicándoles a sus alumnos qué es la ecdisis, es decir (este “es decir” les pide que, mientras leen, dibujen con sus dedos unas comillas en el aire), la cualidad propia de aquellos animales que pueden mudar de piel. Es interesante observar cómo, a partir de una metáfora sencilla y evidente —Juan Carrasco desea a toda costa cambiar de imagen, vender gato por liendre— la ficción escrita por Diego San José establece un diálogo entre la cruda cotidianeidad del protagonista y sus anhelos profesionales. A un nivel más superficial, ese choque de sentido se percibe muy claramente en la construcción de los diálogos. Carrasco es un personaje que somete la realidad a sus aspiraciones: si necesita fichar a un ministro para su nuevo partido será capaz de admitir que la tierra es plana aunque un minuto antes haya dicho lo contrario. Lector empedernido del libro de principios de Groucho Marx, Juan Carrasco es un hombre profundamente amoral que amolda cualquier contingencia al objeto de su ambición, un proceder que queda sintetizado en una de las grandes frases de la temporada: “la ideología solo sirve para perder votos”. 

Por eso son igualmente importantes los descacharrantes gags lingüísticos que salpican cada episodio. Latinajos mal usados (ex aequo cuando corresponde sine qua non), anglicismos trabucados (speak por speech, brik por break) o expresiones castellanas tergiversadas (traído a coalición en lugar de traído a colación) revelan la personalidad de un tipo que no solo habla de oídas, sino que lejos de avergonzarse de su desastrosa fraseología reitera sus errores con empecinamiento y, cuando alguien le corrige, esprinta por la tangente con un socorrido “eso es lo que yo decía”. El espejo deformante de la estulticia afeando la verdad gramatical. 

Tráiler | Vamos Juan | TNT

Sírvanos la licencia anterior para hablar de espejos. La ecdisis en general y la de Juan Carrasco en particular implica que el animal que la experimenta modifica su aspecto exterior aunque, por dentro, siga siendo el mismo (¿se acuerdan de cuando Podemos llegó para acabar con ‘la casta’ y terminó aplicando políticas propias de la vieja socialdemocracia?). En ‘Comeback’, el capítulo inaugural (que figura entre los grateful hits de Borja Cobeaga), Juan trata de convencer a Víctor para que ingrese en su nueva formación no como miembro de facto sino manteniendo su puesto en el ejecutivo y filtrándole información. La secuencia, rodada en el interior de un baño, merece que nos detengamos en ella por varios motivos. En primer lugar, por su diseño de producción (a nivel de producción el salto de calidad con respecto a Vota Juan es evidente y no es el único). Los dos personajes se encuentran en unos servicios mugrientos, casi a la altura del peor váter de Escocia que, con pelos y señales, describió Irvine Welsh en Trainspotting. El espacio define tanto la catadura moral de Juan como lo zafio de su proposición. Ese uso de las localizaciones (y/o de los decorados) como apéndice estético que completa la descripción de los personajes es sutil y fundamental y, además, se apoya en una planificación inteligente y nada exuberante. El aula en la que Juan da clase parece entresacada de un instituto que no ha sido remodelado desde 1977; si los ojos tuvieran sentido del olfato veríamos el olor a pachuli de la casa de los Carrasco y el despacho que Macarena ocupa en la redacción del periódico de Logroño ya era viejo cuando Tejero instaló la nueva ventilación en el Congreso. Gente que está en el furgón de cola de sus respectivas profesiones, varada en lugares que pertenecen a un tiempo situado a años luz del presente y (lo más importante) filmados por Cobeaga como pequeñas cárceles en las que Juan y Macarena llevan cumpliendo dos años de condena. 

Volviendo a la secuencia del baño, hay que incidir en las decisiones compositivas que adopta el realizador vasco. Aunque los dos personajes que intervienen -Juan Carrasco y Víctor- ocupan un mismo espacio -los servicios- el montaje se encarga de separarlos utilizando hábilmente el encadenado de planos y contraplanos. Cuando es el extitular de la cartera de Agricultura el que habla, le veremos a él y a su espalda reflejada en el espejo en el que también aparece Víctor en el último término de profundidad del plano. Sin necesidad de dibujar ningún arabesco, Cobeaga crea un encuadre complejo en el que el asistente de prensa se convierte en el objeto del deseo de Carrasco (comparte plano con el reflejo y no con el personaje). Cuando es Víctor el que habla, la cámara se centrará únicamente en él y no nos mostrará a Juan, indicando el grado de separación que existe entre las pretensiones de uno y las intenciones del otro. En el momento en el que Carrasco empieza a hablarle de mudar la piel, de crear un nuevo partido para dar un golpe de timón que cambie el rumbo del país y así convencerle, Cobeaga hará que, progresivamente, el hombre de estado reconvertido en profesor de secundaria vaya girándose hacia el espejo hasta colocarse frente a él. Ese desdoblamiento (“¿te quitarás la barba para que tu imagen sea más viralizable?”) incide en la idea de (falsa) renovación que persigue Juan para volver a la política -ese hacer lo mismo, pero diferente- que pasa por reconstruir su imagen aunque, en el fondo, su única idea sea acceder al poder a cualquier precio. El enfrenamiento de Juan contra sí mismo -con el espejo como elemento mediador- será un tropo recurrente de la serie que irá cambiando de matices, como se puede observar en ‘Estela’ (2.04). 

Ese trabajo de composición, ese modo de colocar a los personajes en el plano y de ilustrar las relaciones entre ellos desde lo visual es uno de los grandes aportes de la serie. En la secuencia final de ‘El astronauta’ (2.05), dirigido por Víctor García León, después de que Juan Carrasco haya traicionado a su equipo, los miembros de su clac le presentarán la sintonía y el logo del nuevo partido. El director de la reivindicable Selfie (2017) separa al individuo (Juan) del grupo utilizando el plano/contraplano y el reencuadre. El equipo, junto con el DJ que ha elaborado la melodía, forma una composición simétrica con Jorge (Jesús Vidal), el jefe de campaña, como centro del bloque (la manga de la camisa de Juan, desenfocada, enturbia la parte derecha del cuadro). El contraplano nos ofrece a Juan, solo, encajonado por la puerta del despacho en el que ha pasado la noche y por las espaldas, de nuevo fuera de foco, de sus ayudantes. La alegría de quienes, por fin, encuentran algo de esperanza que dé sentido a la unión que han formado, frente al desamparo de su líder, que acaba de vender su proyecto político por un puesto que le garantiza un buen sueldo y poco trabajo y un trasplante capilar. 

Todo lo anterior hace que ‘Estambul’ (2.06), sorprendente debut en la dirección del propio Javier Cámara, pueda convertirse en el punto álgido del show. En él, Juan Carrasco viaja a la capital turca a cobrarse parte del acuerdo con Recalde y ponerse pelo. El episodio, que funciona casi como un capítulo botella, destaca por su uso de las tomas en continuidad, ya sean en movimiento o estáticas, lo que permite, por un lado, observar los cambios de registro de los personajes -ese desplazamiento, por momentos asombroso, que los lleva del humor a la tristeza- y por el otro trabajar la composición del plano para remarcar la soledad que ahoga a Juan. Por cierto, si hablábamos antes de los juegos especulares, en este episodio, en el que las debilidades del aspirante a diputado quedan expuestas, se utilizarán tomas frontales con Carrasco mirando directamente a cámara: si al mirarse en el espejo podía vislumbrar quién quería ser, mirando a los espectadores se nos muestra como es, con sus miserias al aire. 

En capítulos previos ya se trabaja con el plano secuencia, por ejemplo en la charla que Recalde y Carrasco tienen durante la boda-despiporre del capítulo quinto, en la que el presidente quiere convencer a su excompañero de partido para que vuelva al redil y este, en primera instancia, lo rechaza (un plano secuencia que termina con un salto de eje en el instante en el que Juan le paga al DJ, que interrumpe la charla, por la droga que le ha pedido. Acto seguido, cuando vuelva a haber entendimiento entre Recalde y Carrasco, se recuperará la planificación anterior a ese corte). Esa moldura visual, que favorece especialmente el lucimiento de los actores, marca el arranque del sexto episodio, con un largo plano-secuencia por el pasillo del hotel en el que Carrasco monologuiza una conversación con el asistente que le han asignado, un soliloquio en el que trata de autoconvencerse de la decisión que ha tomado. El plano se corta con la entrada a la habitación dando paso a una nueva secuencia que terminará, antes de que aparezca el rótulo de la serie en turco (Hadi Juan!), con Juan abriendo la puerta que comunica el dormitorio con un pequeño salón, quedando encerrado entre las dos hojas correderas y sentándose en la cama. Un corte de edición nos mantendrá en un plano general pero con la figura de Juan recortada a la altura del pecho, centrada en el encuadre y con mucho aire sobre su cabeza. Este tropo visual (plano general + juego con las simetrías) que refuerza esa idea de desamparo irá apareciendo a lo largo del metraje: Juan en la piscina, Juan en la esquina de su cama, Juan en el sofá del hall del hotel,…

Juan es un hombre solo en todo los sentidos -ha viajado solo y acaba de dejar tirado a su equipo- como denota esa composición previa al cierre del genérico y solo la aparición de Montse (Anna Castillo), una joven que lo entrevistó en su época ministerial y que ha ido a Estambul a acompañar a su padre (otro aspirante a Mister Vidal Sassoon 2021), con la que traba una amistad que surge, precisamente, al compartir la soledad que les invade. 

Este episodio daría para un post entero. La preferencia por las tomas largas que dejan a los actores evolucionar y que se ‘cortan’ con sentido (el diálogo en el bar Juan-Montse o la cena ‘familiar’), la conversión de Montse en objeto de deseo (de espaldas, sentada en la piscina, con Juan observándola cuando entra) o los diálogos dominados por la lógica de Montse -un personaje inseguro, vivaz e impulsivo que se pone la venda antes de que aparezca la herida- cincelados con pulso de ladrón de sonajeros por Diego San José y Pablo Remón, siempre conscientes de quién lleva el peso de la narración (de quién arrastra a quién). Podríamos hablar de Anna Castillo pero llevo tres cuartos de hora trasteando el diccionario de sinónimos y magnifentísima no le hace justicia. Si cito a la actriz catalana es por el impacto que causa su desarmante naturalidad y por la química que surge entre ella y Javier Cámara (el buscador lleva 63 minutos tratando de encontrar un superlativo adecuado para lo que hace en esta serie), pero de cualquiera de los intérpretes de la función, ya sea por su desbordante talento (María Pujalte) o por la precisión del casting (los personajes de Jesús Vidal y Esty Quesada difícilmente pueden interpretarlos otros actores imprimiéndoles esa carga de profundidad) se puede decir, como cantaba Donna Summer (¿o era  Whitney Huston?) que son simply the best.

Cerremos capítulo (el sexto, recuerden) con dos planos. El primero es aquel en el que Juan Carrasco se enfrenta al gato maravillas, la versión china de la bola mágica, que a tus preguntas les devuelve verdades como puros. Es una toma lateral en la que a la izquierda del encuadre está el minino dorado; en el centro, arrodillado mirando al gato, se sitúa Juan y detrás de él, de pie y cortada por la toma, Montse (apenas un vestido negro vaporoso y dos pies desnudos). Desde esa posición de inferioridad, Juan Carrasco dirá lo de “yo no he venido a Estambul a dar una conferencia” y a partir de ese plano confesional irá desvelando cuales son sus intenciones. A pesar de la decepción que ello supone para Montse, esta irá bajando su posición hasta colocarse a la misma altura que él, lo que posibilitará que ambos alcancen cierto grado de comprensión mutua. Esa secuencia terminará con una rima visual que resuena sobre el inicio del episodio: Juan y Montse sobre la cama (plano frontal y un ligero travelling hacia adelante) en el que los dos admiten que están hechos polvo, transformando ante nuestros ojos un pasaje desternillante en una estampa tristísima (que luego, en el abrazo final, se empapara de ternura y a mí me tuvo pensando en Lost in Translation durante bastantes minutos). Para rematar, Javier Cámara termina con un plano final tomado desde la posición del gato, con los dos protagonistas en el segundo termino del encuadre, desenfocados, y encerrados por las puertas correderas de la habitación (junto con el gato, el otro objeto del decorado sobre el que se articula toda la planificación) denotando las desgracias que ambos comparten (dos personajes que afirman que siempre están cambiando pero que, como revelan las imágenes, nunca avanzan, están bloqueados). En conclusión: Javier, queremos más, date viento. 

Manos a la obra

Vamos Juan es mucho más cáustica y oscura que su antecedente serial. Los guiones firmados por Diego San José -en colaboración con Víctor García León, Daniel Castro y Pablo Remón- no se acobardan a la hora de utilizar como material humorístico temas escasamente tratados en la comedia española como puedan ser los atentados del 11-M en particular y el uso de las víctimas como carnaza para obtener votos en general. “Todos los partidos políticos tienen una víctima para ganar votos: el superviviente de un atentado, la madre de una niña secuestrada, eso da igual mientras nos dé votos” le explica Jorge a Juan Carrasco. La frase tiene más miga que una hogaza de pan. Primero, porque sus paralelismos con la realidad son evidentes: en la categoría de víctimas caben desde José María Aznar hasta el padre de Marta del Castillo pasando por Ortega Lara, por no hablar del uso electoralista que se les sigue dando a los asesinados por ETA en este país. Desde un punto de vista dramático, la máxima también es crucial, puesto que la búsqueda de una víctima será el principal objetivo de Juan a partir de ese momento: la elegida será una peluquera de Aluche embarazada de un marido militar que ha sido secuestrado en Afganistán y que ya perdió a su primer esposo en los atentados de Atocha. Y, por último, que un actor como Jesús Vidal, alguien que se dio a conocer por una película como Campeones (que da para teorizar, y mucho, sobre la victimización), ponga en solfa, una y otra vez, la maleabilidad del concepto de víctima -llega a llamar “retrasado” a Víctor- es un retruécano cómico para el que es necesario tener unos huevos como el caballo de Espartaco. 

La cosa no queda aquí. Para su cruzada humorística, San José se ha comprado un hisopo de inox, lo ha cargado de vitriolo y, aspersión va, aspersión viene, va bendiciendo a las santas instituciones de nuestra época como el Opus Dei (¿cuántas ficciones españolas se permiten bromear a costa de la obra?) o el IBEX 35. De hecho, la serie establece un vínculo prácticamente irrompible entre política, religión y economía, trinidad indisoluble que es necesario comprender para manejarse en estos tiempos confusos: la financiación (que no llega) para levantar el partido procede de un supernumerario del Opus, el improvisado mitin que propiciará que Juan pueda concurrir a las elecciones se producirá en una iglesia (y durante un funeral) en la que, en el acto de la comunión, los políticos presentes se irán lanzando amenazas mientras esperan su turno para tomar el cuerpo de Cristo, desopilante metáfora sobre la doble moral reinante en la política... y en la religión.

El muestrario humorístico va de la pulla directa al slapstick, pero también maneja registros casi subliminales. En ‘El astronauta’ (2.05), Juan Carrasco pretende fichar al ministro de ciencia para su nuevo partido y así debilitar al actual presidente. Lo que en principio parece una gran idea -es el político mejor valorado según el CIS- termina siendo un desastre, principalmente porque Fernández-Coll (Alberto Sanjuan) está como las maracas de Parchís y su gran idea para salvar el país no es otra que llenar con el semen de todos los españoles una nave del tamaño de Móstoles para fecundar otros planetas. Igual poner a un astronauta como ministro no es tan buena idea… Más madera: la serie termina con una canción de Bertín Osborne (‘Dos corazones y un destino’) que guarda relación con la trama, pero que también nos muestra otro gran ejemplo de espécimen que se metamorfosea para adaptarse al medio -bodeguero, cantante, actor y presentador de televisión (pueden buscar declaraciones suyas para conocer su ideario político y sacar sus propias conclusiones). Por cierto, el otro gran momento musical se produce al final de ‘Estela’ (2.04) con la marcha precipitada de un desorientado Juan, quien abandona a su fichaje y amante de camino a Mazarrón, filmada con una sucesión de tomas aéreas al son de ‘El adiós’ de Nino Bravo.

La astuta infiltración de otras líneas de lectura también llega por la vía de la cita. Las claras referencias a la saga de los Leguineche de José Luis García Berlanga en ‘El opus’ (2.03) y toda la carga discursiva que eso conlleva (la relectura irónica de un proceso de transición) o el saqueo de secuencias extraídas de subgéneros como el home invasion como la que protagoniza el vicepresidente Luis Vallejo (desagradable, magnético, Joaquín Climent) colándose en la improvisada residencia madrileña de los Carrasco, un pasaje que también funciona como metáfora: el rostro menos amable de la política metiéndose hasta la cocina de tu vida (contra tu voluntad y mostrándote tu indefensión). También podríamos hablar de los guiños al cine de mafiosos presentes también en esa y en otras secuencias que un guion habilísimo es capaz de reciclar para transformarlos casi en autoparodia: la broma macabra a propósito de la receta del conejo estofado termina en ofrenda de paz y de prestación de servicios. 

El fuego de la venganza

En Vamos Juan el rencor es el motor que activa a los personajes. Todos regresan porque, de una u otra manera, han sido humillados y ofendidos y quieren cobrarse su venganza. Juan Carrasco decide volver después de que un alumno y su padre le agredan a la salida del instituto (se vengará pintándole la moto), ese es el clic que su cerebro necesita para iniciar su peculiar ajuste de cuentas contra Recalde (su verdugo político). En el fondo, Juan es víctima de un bullying continuado que, lejos de amilanarle, le incita a reaccionar a los golpes dando bofetadas. Macarena acepta volver tras ver por primera vez la rueda de prensa de cese de Juan, en la que la sombra de la incompetencia planea sobre todo su equipo. Víctor terminará perdiendo su trabajo y también querrá poner al actual presidente en su sitio. Ojo por ojo, diente por diente.

La motivación que subyace a sus respectivos desquites esconde una problemática no menos importante: miramos de frente a una galería de personajes solos, tristes y, como revela el cierre de la temporada, malditos, incapaces de desoír sus pulsiones, voces que les empujan a cometer los actos más imprudentes en las situaciones menos propicias (todo el malentendido sobre el romance entre Juan y Macarena termina dando fundamento al rumor). Quizá por eso, a partir del quinto episodio, Paula (Yaël Belicha), la sufrida mujer detrás del hombre, empieza a coger peso y a enfocar la vida de otra manera. Deja de pensar en la separación -describe a su marido como un callo en el pie que hay que aguantar- y toma cartas en el asunto: obliga a su esposo a ir a la boda de Vallejo con Macarena para que consiga el partido político que le ha prometido, busca y encuentra a su troll tuitero de su consorte y no contenta con avergonzarlo hace que le den una paliza y acaba echándole mercromina al fuego de la venganza de su cónyuge (“¿es que ellos nunca van a pagar por nada?”) y adoptando el papel de primera defensora de Juan Carrasco (“la gente no se va a meter contigo”). En paralelo, mientras Paula abandona su rol pasivo, Juan se verá relegado a ser el número dos del partido que acaba de crear, relegado al segundo cajón del pódium por Estela (Oti Manzano), la peluquera de Aluche convertida en princesa del pueblo, objeto de deseo de los medios y un imán que atraerá votos ad nauseam

Viendo que Vamos Juan es más corta que esta entrada, he decidido aplicar la sabiduría popular y parar de escribir porque quien mucho abarca poco acierta y porque San José y compañía son lo suficientemente elocuentes como para seguir leyéndome a mí. Para muestra un copón:

"- Pero hasta que un negro gay no sobreviva a un accidente aéreo, Estela es el Stradivarius de las víctimas. Solo le faltaría ser transexual.

- Entonces no podría quedarse embarazada.

- Por eso digo que es perfecta."

Que lo disfruten. Por cierto, si a lo largo del post han leído alguna expresión que les ha parecido incorrecta o les ha sonado rara, lo que yo quería escribir era lo que ustedes pensaban.  

@EnricAlbero