Por primera vez, y sin que sirva de precedente, esta semana cumpliré con una promesa que suelo lanzar al vuelo en demasiadas ocasiones -siempre muy a la ligera, porque ya se sabe que las promesas pesan poco, mucho menos que el compromiso que encierran- y que no sé si he satisfecho alguna vez. Seré breve. La brevedad viene condicionada por la actualidad y mis circunstancias. Escribo esto mientras me halló enfrascado en una vorágine de proyecciones (benditos cines), entrevistas y visionados on-line en un Festival de Málaga que, pausado por los estragos coronavíricos, ha visto como el número de series que había programado para estrenar allá por el mes de marzo, cuando el miedo iba dejando de ser una amenaza para convertirse en una cifra, ha quedado reducido al mínimo. Y el mínimo, en lo que a unidades se refiere, es uno. La postergación ha provocado que desaparecieran propuestas como Vamos Juan (Diego San José, 2020), La línea invisible (Mariano Barroso, 2020), Valeria (María López Castaño, 2020) o Kosta: The Paradise (Matti Laine, 2020), todas ellas ya visibles en sus respectivas plataformas cumpliendo con las fechas previstas.
La única que se ha mantenido en el catálogo, dentro de la sección Málaga Premiere, ha sido HIT, la nueva producción de Televisión Española creada por el experimentado guionista Joaquín Oristrell (Novios, Inconscientes) y coescrita por Yolanda García Serrano, Pablo Bartolomé y Jacobo Delgado. Ayer mismo (27 de agosto) se pudo ver el piloto de esta teleficción que narra la historia de Hugo Ibarra Toledo (Daniel Grao), un exprofesor metido a coach educacional -un compuesto entre el Tom Cruise de Magnolia y Pedro García Aguado- que es reclamado por una antigua compañera docente para que ponga orden en el centro que dirige.
Uno tiene la sensación, visto ‘solo’ el primer episodio, de que la nueva propuesta de la cadena pública tiene elementos suficientes como para convertirse en un pequeño éxito, asumiendo, como decía el guionista William Goldman a propósito del cine, que en este negocio “nadie sabe nada”. Es decir, que es bien posible que mi predicción sea desastrosa. No obstante, los alicientes están ahí: esa mezcla temática entre el programa Hermano Mayor, Merlí (Héctor Lózano, 2015-2018) y Skam España (versión del original noruego creado por Julie Adem que se emite desde 2018); el punch de Daniel Grao, capaz de cargarse a las espaldas obras tan distintas como Perdida (Natxo López, 2020) o Gigantes (Enrique Urbizu, 2018-2019) o la inclusión de Carmen Arrufat, una de las actrices revelación de la pasada temporada con su papel en La inocencia en un registro muy distinto al que interpretaba en la película de Lucía Alemany.
Viendo las referencias mencionadas supongo que ya han intuido de qué va el asunto: adolescentes airados, hormonas desatadas, padres ausentes o despistados, profesores sobrepasados, pérdida de la autoridad, saturación del sistema educativo, etcétera, etcétera, etcétera. Temáticas, por otra parte, que el cine (USA) lleva abordando desde tiempos inmemoriales: Forja de hombres (Norman Taurog, 1938) y su secuela, La ciudad de los muchachos (N. Taurog, 1941), Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955), Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), Odio en las aulas (Paul Bogart, 1970), Escuela de rebeldes (John G. Avildsen, 1989), Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995), Half Nelson (Ryan Flech, 2006) o El profesor (Tony Kaye, 2011), por no hablar de series como Rita (Christian Torpe, 2012-?) o las españolas citadas en el párrafo anterior.
Dejando a un lado las cuestiones argumentales y la selección de ingredientes que pueden convertirla en una receta triunfal, ¿cuáles son los problemas que plantea HIT? En primer lugar, hace trampa. ¿Por qué? Pues porque inyecta conflictos propios de institutos públicos situados en barrios depauperados en un centro privado. Es decir, el IES Anna Frank, que es donde todo sucede, tiene un administrador que se encarga de gestionar los dineros que recibe por vía del estado y de los padres que pagan por la educación de sus hijos. Además, y como ya queda claro en este primer episodio, estamos en un centro creado por la madre de la actual directora, Ester de la Vega (Olaya Caldera), que busca la excelencia educativa y, en instituciones de esas características, no es nada habitual encontrarse con el tipo de alumnos que vemos en la serie (chavales y chavalas de clases humildes, composición multirracial, tipos y tipas bullangueros) porque cuando los padres buscan instalar a sus hijos en lugares como ese de lo que tratan es de huir -fundamentalmente- de lo que consideran lacras propias de la pobreza (en mi época no estaba demasiado bien visto por según qué tipo de personas lo de ir a clase con gitanos… y aquí estamos). Si, por un lado, es necesario que la ficción visibilice algunos de los problemas que HIT muestra desde el inicio -falta de autoridad, desobediencia, disminución de la influencia paterna, desentendimiento, bullying, pérdida de atención, etc.- me resulta chocante que elijan un centro privado con tal de fusionar los clichés que habitualmente se asignan a la escuela pública y las dificultades financieras que puede padecer un instituto como el Anna Frank: es algo difícilmente compatible.
Después está Hugo -su acrónimo es HIT, golpe en inglés- cuyos métodos, más allá de que uno los comparta o no (y va a ser que no) sobrepasan la permisividad fijada por el código penal, por más que ejerza como consultor del centro y Grao tenga todo el rollazo del mundo: no se puede espiar a los alumnos en redes, aunque sean los hijos malvados de Bin Laden y Maléfica. La pedagogía de este ‘hermano mayor’ es muy heterodoxa, va de la militarización de las aulas al empleo de las técnicas utilizadas en alcohólicos anónimos (él mismo es alcohólico en rehabilitación permanente y conoce bien el manual) y su objetivo no es otro que ‘curar’ un instituto asolado por una enfermedad llamada vandalismo (son palabras propias de la serie, no mías). Todavía es demasiado pronto -ya saben que no soy partidario de emitir juicios tras solo un capítulo, aunque esta vez no tuviera más remedio ni más tiempo- para aventurar si existe una criminalización de los adolescentes, pero por el momento pintan bastos.
En lo formal, esta producción de Grupo Ganga en colaboración con TVE peca de los mismos tics que las últimas teleseries de cadenas generalistas que he podido ver: continuos subrayados musicales, puesta en escena funcional, ritmo tan vibrante como sea posible y flashbacks explicativos (el del pasado traumático del protagonista es especialmente sangrante: los conflictos de los caracteres principales son de aúpa, van de las relaciones tóxicas al miedo cerval provocado por incidentes del pasado); tropos de puesta en escena, decíamos, que invitan a pensar que los creadores tienen muy poca fe en la inteligencia de unos espectadores a los que, como si fueran alumnos desatentos, se les ha de indicar en todo momento dónde deben mirar, cuándo han de emocionarse y qué deben sentir/pensar. Apenas hay un par de composiciones que llamen la atención en este piloto dirigido por el propio Oristrell: la presentación de HIT, cuyo rostro veremos por primera vez cuando diga “soy alcohólico”, o el uso de la forma circular aplicada al protagonista y sus compañeros de terapia y a los alumnos en fase de ‘rehabilitación’ en un gesto claramente identificativo que corrobora la tesis planteada. Cierto es que la serie está atenta a cuestiones de cariz ambiental como el uso de los móviles, los dejes lingüísticos o las modas musicales (ahí está el ‘Cicatrices’ de Natos y Waor marcando el terreno), algo que tampoco es novedoso en lo que a teleficciones adolescentes se refiere, por más que esté bien integrado. Como prometí ser breve y prometí cumplir con esa promesa, cierro el chiringuito pensando que, a pesar de las objeciones planteadas (y asumiendo que todavía es demasiado pronto para afirmar con rotundidad según qué cosas), HIT puede ser un ídem. Está pendiente de fecha de estreno.