El series finale de Gomorra (Leonardo Fasoli, Stefano Bises, Roberto Saviano, Ludovica Rampoldi & Giovanni Biancon, 2014-2021) puso el colofón a una de las grandes series europeas de los últimos diez años y, muy probablemente, de lo que llevamos de siglo. Hipérboles aparte, la teleficción inspirada en la novela de Roberto Saviano -y tan distinta a la película que Mateo Garrone firmó en 2008- se cerró con una última tanda de diez episodios que relatan el reencuentro entre Gennaro Savastano (Salvatore Esposito) y Ciro di Marzio (Marco d’Amore), sin duda los dos grandes protagonistas -toda vez que hicieron desaparecer del mapa a Pietro Savastano (Fortunato Cerlino)- de este afilado retrato ambiental de los bajos fondos de la ciudad de Nápoles.
Más que desmenuzar al completo lo que ha dado de sí esta temporada final -incomprensible si antes no se ha visto El inmortal (Marco D’Amore, 2019), el largometraje que compendia las andanzas bálticas de Ciro mientras acontecían los hechos de la cuarta temporada- nos centraremos en el segundo episodio, en el que se establece el tipo de relación que entablarán Gennaro y Ciro, tema fundamental de este desenlace cuya resolución evitaremos comentar para ahorrarle el disgusto de algún lector que esté viendo la serie a un ritmo más pausado y aún no haya llegado a su final.
En todo caso, y advirtiéndoles de que no encontrarán aquí resúmenes de las distintas tramas ni una explicación pormenorizada del argumento, sí sería conveniente señalar algunos rasgos generales de esta quinta temporada (buena parte de ellos comunes a toda la serie). En primer lugar, cabe señalar que esta 5T está jalonada por motivos funerarios: cementerios, ataúdes, mausoleos y tumbas aparecen asociados a distintos pasajes e instauran el tema y el tono (de hecho, todas estas estampas fúnebres no hacen sino advertirnos sobre cómo terminará todo). En Gomorra los espacios siempre fueron cruciales en tanto descriptores de la psicología y el estado de los personajes. Cuando Ciro decide regresar a Nápoles para recuperar el dominio de los barrios de Secondigliano y Scampia, ¿dónde instala su cuartel general? En un edificio noble en obras, doble señal para indicar que estamos en una fase de reconstrucción y de que pretende recuperar la gloria de antaño, aquella que se perdió tras la muerte de Don Pietro. El uso expresivo de los espacios - ¡cómo se insiste en esta entrega en la estratificación de la organización criminal y, por extensión, de las propias barriadas en las que se asienta! - ha sido una constante a lo largo de todo el show, después veremos más ejemplos.
Si las localizaciones son fundamentales, no lo es menos el casting que en esta temporada ha estado a cargo de Florinda Martucciello. Encontrar rostros tan peculiares como los de O’ Munaciello (Carmine Paternoster), una mezcla entre Torrebruno con problemas para controlar la ira y un Joe Pesci scorsesiano low cost; O’Maestrale (Dominic ‘Mimmo’ Borrelli), un tipo que puede matarte arqueando una ceja, o la ínclita Donna Nunzia (Nunzia Schiano), que bajo su aspecto de “tu tía viuda la del pueblo” esconde el talante de Sonny Corleone después de una mala noche, tiene un valor incalculable. Estamos ante una serie en la que hasta el ‘jeto’ del soldato menos importante se te queda pegado a la retina.
Por último, no querría cerrar esta introducción sin mencionar la total ausencia de autoridad de la que hace gala esta teleficción. Los policías que aparecen son puro atrezo -cuando no soldados de alguna familia disfrazados de agentes-, ninguno de ellos está escrito en tanto personaje, de modo que el papel del estado en este drama criminal queda reducido al del magistrado Walter Ruggieri (Gennaro Maresca), representante de un imperio de la ley que nada puede hacer ante el código de honor por el que se rige la Camorra, lo que termina haciendo del juez un guiñapo, un instrumento más al servicio de los intereses de los clanes envueltos en una pequeña guerra civil que no atiende a la Convención de Ginebra.
Historia de una amistad
El segundo episodio de la temporada final de Gomorra supone la reunión entre Gennaro Savastano y Ciro di Marzio tras los acontecimientos relatados en El inmortal, película puente en la que se narra el exilio en tierras letonas del que fuera sottocapo de Pietro Savastano al tiempo que se nos cuenta la historia personal que cristaliza en la imposición del apodo por el que es conocido y que da título al filme.
Así pues, Cirú no estaba muerto, estaba pasando ‘farla’. Si el 5.01 sirve para engarzar las tramas desplegadas tanto en las temporadas tercera -el ascenso de Enzo ‘Sangue Blu’ (Arturo Muselli), la ‘muerte’ de Ciro- y cuarta como en el citado largometraje (con Don Aniello comunicándole a Gennaro que su amigo del alma sigue vivo, que en realidad no lo asesinó), el segundo capítulo determina el tono y el conflicto principal de esta entrega final. A partir de cinco imágenes contenidas en el episodio, escrito por Leonardo Fasoli y Magdalena Ravali y dirigido por el propio D’Amore, trataremos de condensar las virtudes de esta producción de Sky que en España ha emitido HBO Max (tenéis todas las temporadas on demand).
1. El puente
El primer encuentro entre los viejos amigos se produce en el hangar de un puerto, un lugar desgastado por el uso, sembrado de maquinas herrumbrosas y en el que las malas hierbas han crecido hasta alcanzar alturas selváticas. De nuevo, el espacio como metáfora de la relación entre ambos. D’Amore igualará a los dos protagonistas mediante la planificación, con un plano-contraplano para ilustrar la aproximación de Gennaro a Ciro en el que quien no ostenta el punto de vista está fuera de foco, hasta llegar a un plano general con el que los captura a ambos, preludio de un cara a cara (foto 1) que terminará en un abrazo. No cruzan ni una palabra.
La primera conversación entre ellos tiene lugar a los pies de un gran puente, con la ciudad de Riga al fondo. Como siempre sucede en Gomorra la elección del emplazamiento no es baladí, pues Gennaro no hace otra cosa que ‘tender un puente’ entre él y su otrora camarada para que regrese a Secondigliano. Gennaro se siente abandonado por Ciro; este afirma que se marchó para protegerle y que no regresará, que en Nápoles no lo queda nada. El entendimiento entre ambos es imposible y del abrazo con el que se cerraba su mudo reencuentro, pasamos al plano general (foto 2) que determina el grado de separación existente entre ambos. Ciro prefiere quemar el puente antes que cruzarlo.
2. Nuevos términos
La imagen anterior (foto 2) nos indica que no queda ni rastro de la amistad que los unía. En la secuencia siguiente se redefinen los nuevos términos de la relación entre Gennà y Di Marzio. Muerto Don Aniello (Aniello Mascia), el hombre que ayudó a Ciro a huir a Letonia, los responsables de la mafia rusa necesitan un nuevo distribuidor de cocaína. Gennaro será el sustituto; quizá después de todo él y Ciro puedan aprender a quererse a distancia. La negociación se celebra en una suerte de casino que, esa noche, acoge un combate de artes marciales mixtas. Tras la charla con los rusos, Gennaro y Ciro harán un aparte. Marco D’Amore nos anuncia (foto 3) que la relación entre ambos ya no será amistosa sino de enfrentamiento (“cuando un amigo te engaña, ¿es siempre un amigo?” le espeta Savastano a su exsocio). Ese bloque secuencial terminará con un atentado en el que se liquida a la guardia de corps de Ciro y con este secuestrado por orden de Gennaro. ¿Acaso no nos lo habían advertido las imágenes precedentes?
3. El gulag
Gennaro, herido en su orgullo por la renuncia de Ciro a regresar, lo encierra en un destartalado gulag para el resto de sus días. Este segmento contiene dos apuntes interesantes. El primero está relacionado con el color (la dirección de fotografía de esta 5T se la reparten Guido Michelotti y el catalán Ferran Paredes Rubio, que lleva años trabajando en Italia). Ciro es conducido a la que será su celda a través de un dédalo de corredores. La colorimetría irá variando a medida que Di Marzio avanza hacía un destino final que no será tal: de los tonos amarillentos con que las luces de exterior bañan las imágenes, se pasa al rojo sangre y de ahí a un azul acerado; dos colores, estos últimos, que funcionan por oposición (la agresividad versus la calma) y que inciden en las divergencias entre Ciro y Gennaro. No es casual que cuando éste último visite al cautivo, sea la misma paleta de colores la que se utilice para teñir su recorrido (un paseo que podía haberse elidido y que, sin embargo, se prefiere mostrar recurriendo a idénticas tonalidades).
El segundo instante clave de este segmento se encuentra al final, cuando Gennà da su visita por finalizada y coge su Mercedes para regresar a la ciudad. De repente, se detiene en mitad de un bosque y muestra síntomas visibles de ansiedad. La ruptura con quien fuera su hombre de confianza he hecho mella en él hasta el punto de comportarle consecuencias de índole física. D’Amore lo filma en primer plano para que observemos su respiración acezante, su frente perlada de sudor, la sensación de ahogamiento que le invade. Súbitamente, un corte directo nos llevará a un plano general (foto 4): Gennaro y su coche reducidos a una mancha oscura en mitad del verde forestal (la horizontalidad del vehículo contrapuesta a la verticalidad de los árboles), una imagen que revela la profunda soledad de quien acaba de encerrar a la única persona que le comprendía, la única por la que sentía cierta afinidad. A partir de aquí, Gennaro será un hombre solo (esta será su última aparición en el episodio).
4. La huida
Con lo que no contaba el capo del clan Savastano es con que su amigo se escapara de la cárcel a medida que le había encontrado (fuga en la que, de nuevo, los diseños laberínticos tan presentes en Gomorra vuelven a aparecer, sinónimo de las dificultades para avanzar en un mundo plagado de trampas y deslealtades). La huida de Ciro es otro ejemplo de las fortalezas de la serie: el gusto por las breves elipsis, por la narración directa, podada de diálogos, que va al meollo de lo que quiere contar (revisen el arranque de este episodio). Este modelo le permite jugar con las expectativas de un público que esta a la espera de cuál será la siguiente traición, lo que le sirve para ahorrarse explicaciones que la audiencia es capaz de inferir sin necesidad de ningún tipo de apoyo explicativo (o con apenas un par de líneas de diálogo).
El plano seleccionado para ilustrar este bloque procede del instante en el que Ciro llega a un pequeño asentamiento fluvial en el que viven un puñado de nómadas. Le reciben a punta de escopeta, en una secuencia que Marco D’Amore cierra, una vez más, con un plano general (foto 5). La composición elegida -toma en escorzo, Di Marzio a la derecha del encuadre, los otros tres personales convirtiéndolo, por la dirección de sus miradas, en presa, en objetivo; la luz de bajísima intensidad- apunta a que nuestro protagonista acaba de colgarse el cartel de hombre más buscado. Con su fuga, se ha ganado a pulso ser el enemigo público número uno y Gennaro no parará hasta darle caza. El plano es significativo por lo que anticipa y porque sirve para redefinir al personaje (antes el más fiel aliado del joven Savastano, ahora su principal adversario) puesto que no determina el vínculo que se establece entre el camorrista y los lugareños, personas que, finalmente, lo ayudarán en su huida.
5. En reconstrucción
En el último plano del episodio (foto 6) veremos a Ciro di Marzio iniciando su regreso a Nápoles. De nuevo un plano general, de nuevo una zona portuaria (como al principio), de nuevo un hombre solo empequeñecido por la grandiosidad de las grúas que descargan material de los vagones, metáfora de la materia prima, en este caso humana, que Ciro necesitará para construir un nuevo orden sobre los cimientos del viejo imperio de los Savastano.
En conclusión, este segundo episodio fija el cambio de relación entre Gennaro y Ciro -de amistad, e incluso de idolatría, pasamos al odio- y el conflicto de toda la temporada (la guerra entre ellos); explicita la soledad a la que ambos quedan condenados y, mediante el uso del plano general (en este 3.02, las dos últimas tomas de cada uno responden a esta escala), iguala sus destinos. Todo lo aquí expuesto, y un final sellado con el lacre de lógica, hacen de Gomorra una serie imprescindible, de esas que ocuparan un hueco en mi estantería cuando se edite en Blu-ray.