Lo bueno del streaming y de los ebooks es que te conceden una sensación de falso orden, de aseo exterior. Ya no hay pirámides de libros que hacen que tu pequeño estudio parezca una miniatura del Valle de los Reyes ni pilas de DVD’s asoleándose a la orilla del televisor. Ahora todo está en el aire, solo que los asuntos pendientes siguen ahí, de otra manera, guiñándote el ojo desde esas listas que tú mismo confeccionas y que, más pronto que tarde, terminas desatendiendo.
Si les explico esto es porque, por muchas series que uno vea (y, créanme, veo bastantes) el volumen de estrenos es tal que incluso algunas de las que todo el mundo al que presto atención me dice que son buenas se quedan criando polvo virtual en el apartado de ver-más-tarde de mis plataformas. Les dejo tres títulos de los cuales no he visto ni un solo minuto (sabiendo qué, antes o después, habré de ponerme con ellas): In My Skin (Kayleigh Llewellyn, 2018-2021), Para toda la humanidad (Ronald D. Moore, Matt Wolpert &, Ben Nedivi, 2019-?) e Irma Vep (Olivier Assayas, 2022).
Todo esto viene a cuento porque, en esta semana en la que una de mis otras obligaciones profesionales me ha llevado a ver entre cuatro y cinco películas diarias, tenía que buscar una teleficción de duración moderada que me permitiera llegar tiempo a mi cita semanal con los que aún sigan pasándose por aquí a dejarse unos cuantos de sus minutos. Así que repasé mi catálogo de aplazamientos y me puse con Esto te va a doler, una producción de la BBC que Movistar Plus estrenó en marzo y que no había escapado a mi radar pero sí a mi disponibilidad.
Siete episodios de algo más de 40 minutos en los que asistimos al trajín diario de un paritorio a partir de las experiencias transformadas en drama por el exdoctor metido a guionista Adam Kay (trabajó seis años como médico de ginecología y obstetricia antes de cambiar el fórceps por la pluma y firmar guiones para Crims o Partners in Rhyme entre otras).
Kay compendió su trayectoria médica en varios diarios que, posteriormente, fueron editados como libro por Picador en 2017 convirtiéndose en un best-seller inmediato para, cinco años después, adoptar la forma de una miniserie con libretos de su propio cuño. Lo único que no ha hecho el bueno del doctor es interpretarse a sí mismo. Eso lo ha dejado en manos de Ben Wishaw y es una decisión tan acertada como apostar por el Real Madrid en una final de la Champions League (comparación que, créanlo, hiere mi delicada sensibilidad).
El nivel interpretativo del actor de Clifton parece no tener techo y después de encarnar magistralmente a Danny en London Spy (Tom Rob Smith, 2015), a Norman Scott en Un escándalo muy inglés (Russell T. Davies, 2018) o a Rabbi Malligan en la cuarta temporada de Fargo (Noah Hawley, 2020), ahora nos entrega a un Adam Kay que recubre sus carencias afectivas con una capa de sarcasmo quizá necesaria para afrontar sus quehaceres diarios -ese gusto por la retranca es compartido por todo el equipo médico del hospital- pero que, en su caso, sirve también para ocultar otras debilidades.
La estratosférica actuación de Wishaw pone la guinda a un drama médico que cumple con los estándares de la mejor televisión. Punto uno: está magníficamente escrito. Cada episodio se organiza alrededor de un motivo (la visita de las autoridades al hospital, una sustitución, la fiesta de compromiso, las falsas alarmas) y en cada uno de ellos se muestran distintos casos clínicos, desde partos normales a atenciones médicas de lo más estrambóticas (la mujer que se declara a su prometido introduciéndose la cajetilla del anillo de compromiso en la vagina o la adolescente que se amputa los labios vaginales).
Si seguimos esa escala que iría de lo episódico al arco de temporada, el siguiente eslabón lo constituirían las relaciones personales que Adam establece con su entorno, principalmente su pareja Harry (Rory Fleck), su madre (Harriet Walter), y sus compañeros de trabajo (a Shruti la dejamos para el final). Relaciones todas ellas marcadas por su dependencia laboral y por la severidad materna, dos rasgos que, a la postre, definen el carácter del propio Adam, alguien que antepone el trabajo a cualquier otra obligación y que interactúa de manera agresiva, blandiendo ese escudo de cinismo con el que su madre le ha enseñado a manejarse en la vida.
Kay, al igual que Fleabag (Phoebe Waller-Bridge), es un personaje que se nos confiesa de manera directa pero que jamás nos dice cómo se siente; nos miente y se miente a sí mismo constantemente, y utiliza su humor cáustico como cordón sanitario para protegerse del mundo y de los demás. Adam Kay es de los que siempre dan el primer golpe (verbal) por si acaso.
Terminemos con una estructura que podríamos reducir al siguiente esquema: Episodio: motivo + casos clínicos + relaciones personales + conflicto interno + doble punto de vista.
Cada capítulo tiene un motivo y está salpicado por distintos casos; las relaciones de Adam con su entorno abrazan distintos episodios y su conflicto interno abarca toda la temporada. ¿Cuál es? No haber detectado una preclapsia en una paciente y tener que provocar un parto de urgencia, salvando a la madre y al bebé, pero teniendo que hacer frente a una queja por negligencia que puede acabar con su carrera como médico.
Ese error quiebra su falsa suficiencia y los dos directores de la serie -Lucy Forbes y Tom Kingsley- lo muestran en forma de breves insertos, flashbacks fugaces que navajean el relato y que, como en Podría destruirte (Michael Coel, 2020), no tienen como objetivo refrescarnos la memoria sino reabrir la herida emocional que alancea una y otra vez al protagonista.
['Podría destruirte': violación y ficciones]
¿Cuál es, de hecho, el arco de transformación del personaje? Aprender a aceptar que “todos cometemos errores, lo que no significa que seamos malos en nuestros trabajos”. En definitiva, Adam Kay aprende a ser responsable, pero también a modular su furibunda retórica en función de las situaciones y de sus interlocutores, a no repetir las pautas de comportamiento con las que su madre lo ha educado.
Para que este cambio se produzca es fundamental el último punto del esquema. Esto te va a doler se articula a partir de una doble perspectiva, la de Adam y la de su residente Shruti (Ambika Mod) que está a punto de presentarse a sus exámenes finales mientras se forma a las órdenes de ese médico mordaz e implacable.
Su evolución, y su terrible final, determinan la transformación de Adam, le inducen a presentarse frente al tribunal que ha de juzgar su supuesta negligencia contando la verdad cuando tiene una opción más cómoda para él, además de cien por cien efectiva, como es echarle la culpa a quien ya no está (cierto es que, esta baza, el Kay guionista la juega de manera efectista y resultona, con una elipsis que evita mostrarnos su comparecencia hasta el clímax, utilizando un recurso que hasta entonces no había empleado; esto es, siendo un pelín tramposillo).
Decíamos que estamos ante un ejercicio de la mejor televisión porque esta miniserie está bien escrita (la velocidad y la brillantez de los diálogos amén de la multiplicidad de situaciones que se dan le imprimen el ritmo de la noche de cualquier sábado de 1990 en The Hacienda). Punto dos: también está dirigida con criterio (no reinventa el lenguaje audiovisual, pero está lejos de ser plana y funcional, y el estilo se adapta al drama como un guante de látex a la mano de un proctólogo).
Seré breve y pondré solo un par de ejemplos. Los dos directores utilizan a conciencia el reencuadre (vean las fotos que ilustran este texto) para mostrar no solo el bloqueo afectivo y profesional que viven los dos protagonistas -Adam es un workaholic devorado por una profesión que terminará por abrumar de manera fatal a Shutri- sino también el estado crítico que vive la sanidad pública británica.
Además de un drama médico, Esto te va a doler es un grito de alerta sobre la precariedad del sistema de salud pero también un alegato en favor de su incalculable valor, algo que queda patente tanto a nivel de discurso -el sexto episodio, montado en paralelo, en el que Adam cubre un hueco en un lujoso hospital privado y Shruti se hace cargo de su turno, funciona como comparativa de ambas realidades- como a nivel formal: estamos ante una serie de tonos cenicientos, en la que no se esconde la suciedad y en la que “el aroma del bajo presupuesto” se huele en cada plano (el diseño de producción es impecable e implacable).
Y, punto tres, es gran televisión porque estamos ante una producción de una cadena pública, entre cuyos cometidos figura (oh, sorpresa) el de ofrecer, valga la redundancia, un servicio público que pasa por una clara toma de posición con respecto a una cuestión fundamental a la hora de vertebrar cualquier sociedad como es qué modelo sanitario queremos.
Esto te va a doler es una miniserie inequívocamente política, que, sin renunciar al entretenimiento, se compromete con la defensa de un determinado modelo social y pone sobre el tapete las deficiencias del sistema de salud y duras condiciones laborales a las que han de hacer frente los sanitarios del Reino Unido. Igualito que aquí.
P.S.: Ah, y no nos olvidemos de la música de Jarvis Cocker y Serafina Steer.