Si alguna vez han tenido la oportunidad de apuntalar con su hombro el dintel de la puerta de la cocina de un restaurante en un servicio de mediodía o si, a lo peor, han sido o son propietarios o responsables de un establecimiento de alta, media o baja gastronomía, es imposible que no se sientan identificados cuando vean el primer episodio de The Bear, la teleserie creada por Christopher Storer que Disney + estrenó el pasado 5 de octubre (en realidad, es una producción de FX, responsable de las series más interesantes que suele lanzar la casa de Mickey Mouse).
En The Bear, Carmen 'Carm' Berzatto (Jeremy Allen White) acaba de heredar la casa de comidas que otrora regentaba su hermano Mike (Jon Bernthal), recientemente pasado a mejor vida por su propia mano. Carm, que militó fugazmente en el negocio familiar para después formarse en los mejores restaurantes del mundo, se encuentra con una sanguchería popular, pero hostigada por las deudas y con un equipo de cocina malacostumbrado y liderado por su primo Richie Jerimovich (Ebon Moss-Bacharach), un tipo que más que una boca tiene un volquete al que se le caen insultos y anécdotas como para cubrir el lago Michigan, pero sobre todo para cubrir su fehaciente incompetencia. Un bocazas.
The Original Beef of Chicagoland, que es como se llama el garito, está al borde del colapso, como están la mayoría de los restaurantes en algún momento de sus trayectorias. A ello súmenle la llegada de un nuevo chef-propietario cuya formación le predispone a cambiar todo el funcionamiento de la cocina mientras intenta lidiar con la falta de liquidez que le impide hacer frente, por ejemplo, a los pagos a proveedores.
Así arranca The Bear, con la llegada de una partida de 25 libras de ternera 'angus' que debería ser de 200 y con Carm vendiendo su ropa vintage para conseguir efectivo y comprar la que le falta. Esa estructura contrarreloj será fundamental en el diseño de la serie. También lo será su montaje sincopado, destinado a dotar de nervio a cada episodio, un recurso nada nuevo pero siempre efectivo a la hora de transmitir la tensión propia de un pase, algo así como una pequeña guerra de cuatro horas con el tiempo y la velocidad de ejecución como enemigos.
En ese lapso vuelan los gritos ("¡yes, chef", "¡corner!"), las advertencias subidas de tono se mezclan con el tintinear de los platos y el chisporrotear de los fogones hasta entretejer un trajín bullicioso e inarmónico. Fíense siempre de los restaurantes que tengan la entrada por la cocina, lo normal es que ese espacio sea un coto privado para el amo de esos dominios y sus súbditos (la gastronomía no es democrática), así que abrirlo a los clientes es una inequívoca señal de transparencia.
['Salvar al Rey'... Felipe VI]
El primer episodio, junto con el séptimo, son los mejores de The Bear. El piloto, orquestado desde la mesa de edición por Joanna Naugle, combina con lucidez el planteamiento dramático con el apunte culinario, todo ello aliñado con gotitas contextuales que describen una Chicago áspera y hostil. Tanto Christopher Storer como Joana Calo —los dos directores de la serie— insisten en el uso de insertos, primero porque, dentro de la concepción general del montaje de la serie, agudizan más esa frenética fragmentación que pretende imponerse desde el apartado creativo (causada, en parte, por el cambio de escalas), pero también porque esos planos de aproximación son el tamaño ideal para reflejar la precisión y delicadeza culinarias (no se ilustran libros gastronómicos utilizando un teleobjetivo).
Pese a sus escasos 30 minutos, System (1.01) es capaz de presentarnos a unos personajes dotados de cierta profundidad, principalmente porque nos encontramos en un momento de ruptura, el cambio del viejo sistema de Mike por el que pretende implementar Carm (basado en las enseñanzas de Escoffier, organizando distintas partidas, con una cadena de mando nuevo y jerarquías delimitadas, tal y como se verá en el tercer episodio), lo que mostrará las flaquezas de todos y cada uno de ellos, debilidades que se multiplican con la llegada de Sydney (Ayo Edebiri), una joven con talento para la creación de nuevos platos, pero, sobre todo, con una idea clara de lo que ha de ser el negocio.
Es decir, en mitad de esa vorágine constante, en ese ecosistema multiétnico que es la cocina de The Original Beef, conoceremos a Tina (Liza Colón-Zayas) y su temperamento huracanado que se convierte en ternura cuando sus prontos amainan (es protectora y reticente a la novedad, pero sabe reconocer los aciertos); o a Marcus (Lionel Boyce), encargado de repostería, con esa voluntad por seguir mejorando escondida bajo la capa de azúcar glas de la timidez; o a Ebraheim (Edwin Lee Gibson), el ayudante de cocina somalí que siempre pone el contrapunto humorístico y al que el nuevo orden lleva mártir.
Así pues, el piloto, en sus apenas 27 minutos, y aunque no invente nada ni aplique recursos de la gramática fílmica de manera novedosa, es capaz de presentar con limpidez un microcosmos perfectamente reconocible, de bosquejar con claridad los conflictos a desarrollar y de definir sin recurrir a la línea gruesa al ramillete de personajes que lo habitan.
Desastroso final
¿Cuál es, entonces, el problema de The Bear? Pues que, después de System, su evolución es prácticamente nula. Los problemas siguen siendo idénticos o, como mucho, cambian de magnitud: el desorden y la falta de mantenimiento se traducirán en una multa de sanidad; a las deudas del restaurante habrá que añadir que Mike contrajo un préstamo con la mafia de 300.000 dólares; el nuevo sistema de trabajo seguirá instaurándose a marchas forzadas (con Syd aportando nuevas soluciones) mientras Carm tratará de suturar la herida abierta por el duelo de su hermano y de reunificar a su disfuncional familia (su hermana Sugar y su marido, su primo Richie)…
De entre los muchos carteles de películas que cuelgan en la sala en la que come el equipo de cocina, se distingue claramente el de Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) y quizá a The Bear le suceda lo mismo que a Phil (Bill Murray… del que se cuenta una anécdota en el capítulo 6) en aquel interminable 'Día de la marmota', solo que aquí, Christopher Storer no maneja bien el concepto de variaciones sobre el mismo tema —algo que sí hacía Ramis en su película— y todo termina siendo repetitivo en exceso, desde los conflictos a la realización pasando por el continuo griterío de esa cocina del infierno.
['Apagón': ¿qué pasaría si España se quedara sin electricidad?]
Es cierto que la trama se busca algunos excursos —la fiesta de cumpleaños en Dogs (1.04), la presentación de Mike en Ceres (1.06)— pero al final siempre termina pegándose al esquema de la confrontación continua en todos los frentes, como si la serie fuese una olla exprés con el pitorro estropeado que acabará explotando como una involuntaria bomba casera fabricada con desagravios familiares, follones laborales y un concentrado de pufos.
Quizá por eso, Review (1.07) funcione tan bien. Un virguero plano secuencia de casi 20 minutos —en la línea de Hierve (Philip Barantini, 2021)— que recrea la tensión a partir del movimiento y no de los cortes de montaje (hay, eso sí, una cuidada coreografía y un montaje interno de los planos), que arranca recuperando esa parte contextual que se pierde de vista en el nudo de la serie y que aquí regresa de la mano del tema Chicago de Sufjan Stevens, y que, a la acumulación de conflictos (una reseña que valora positivamente el restaurante basada en un plato creado por Sydney —¿será una arribista?— o el fallo del sistema electrónico de pedidos para llevar), añade cierta ternura con la presencia del hijo de Tina y algún toque de comedia (el 'apuñalamiento').
Por desgracia, el episodio final, Braciole, es el más largo (47 minutos) y el más desastroso de todo el show, sobre todo porque ofrece una solución final —lógicamente monetaria— a los problemas de Carm y del restaurante que desarticula todo el planteamiento de la serie y que, amén de oportunista (es un deus ex machina de manual), nos invita a cuestionar todo cuanto hemos visto. Evitaremos explicar cuál es el citado desenlace, más que nada para no incurrir en un spoiler que podría herir ciertas sensibilidades y, también, para que cuando lo vean, empiecen a interrogarse sobre si el desencadenante de la serie tiene sentido (Carm hereda el restaurante tras el suicidio de su hermano, aparentemente motivado por el volumen de deudas contraídas).
Si no son de aquellos que tienen sintonizado el Canal Cocina por defecto, es muy probable que The Bear les sepa como un suspiro limeño: la primera cucharada te llena el cielo del paladar de nubes de azúcar, la segunda te lo enluce de dulce de leche y a la tercera asumes que, pese a lo reducido del envase, a ese postre le sobra cantidad. Avisados quedan.