Matilda es un musical estimulante, vistoso, con buenos números coreográficos y musicales y, sobre todo, con un atípico elenco: casi la mitad de los actores no alcanzan el metro y medio, no pasan de los trece años y son sorprendentemente buenos. La historia cuenta la rebelión de una niña nacida en el seno de una familia de profundos descerebrados televidentes que, para más inri, acude a un colegio horrible al frente del cual está una bestia de mujer que odia a los niños.
Sin el amor de una familia y en una escuela hostil, Matilda se refugia en los libros a la vez que descubre que tiene poderes mágicos. La historia podría caer en el sentimentalismo, pero afortunadamente no lo hace, y el espectáculo resulta un canto al poder de la imaginación, al autoaprendizaje y a la confianza en el individuo.
Matilda es uno de los libros superventas de Roald Dahl, escritor británico (con más de 250 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo) de relatos para niños y jóvenes, también para adultos, caracterizado por su humor y genial ironía (Charlie y la fábrica de chocolate, otro de sus relatos también está en la cartelera de los musicales madrileños de ahora).
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Dany DeVito dirigió la adaptación cinematográfica de Matilda en 1996 y logró una de las cintas más divertidas que se han hecho para un público familiar y por la que no ha pasado el tiempo. Su acierto al captar el tono grotesco del relato, con situaciones disparatadas y protagonizadas por unos personajes exagerados y delirantes, definidos con trazo grueso y que fueron encarnados por estupendos actores, potenció la comicidad y picardía del cuento.
Fue la Royal Shakespeare Company quien produjo por primera vez el musical. En 2010 lo estrenó en Stradford Upon Avon con libreto de Dennis Kelly y música de Tim Minchin y en 2011 saltaba al West End londinense para permanecer hasta hoy. Se ha hecho también en Broadway y ha sido galardonado con un sinfín de premios (7 Olivier, 5 Tonys…). Y ahora Netflix anuncia para estas navidades una versión del musical que estará protagonizada por Emma Thompson.
El musical le debe mucho a la película de DeVito, sigue su estética y los personajes prácticamente han sido copiados en su contrastado perfil. Tenemos a los malos: los padres y el hermano de Matilda y, sobre todo, la odiosa señorita Trunchbull, un personaje que ya forma parte de los villano más villanos del cine y que logra en la película robarle casi el protagonismo a Matilda. Sus opuestos son Matilda y la señorita Honey, cuyo nombre en inglés (miel) lo dice todo y que, además de ser su apoyo emocional, es su principal aliada de aventuras que le llevará a rebelarse contra sus padres y la cruel directora.
La del Teatro Nuevo Alcalá de Madrid es la primera adaptación al español que se hace (la firma David Serrano) y se ha modificado la escenografía y el vestuario original de Londres. Ricardo Sánchez Cuerda cubre el escenario y las alturas de la embocadura con gigantescos libros de colores dando al espacio un punto de fantasía y Antonio Belart recrea un vestuario extravagante, contrastado también en formas y colores fuertes. Lo más chocante es descubrir al elenco de niños que lo protagonizan, una formación de diez chavales que actúan, cantan y bailan muy bien y que son la parte fundamental del espectáculo. ¿De dónde han salido?
De SOM Produce, la productora de Matilda y que está especializada en musicales, la que creó la escuela SOM Academy, para formar a chavales de 6 a 17 años en comedia musical. De este vivero sale la cuarentena de niño intérpretes que participan en Matilda, y que se van alternando en escena, ya que por ley solo pueden actuar dos veces por semana. Por supuesto, el rol protagonista también se lo reparten entre siete niñas. La noche que yo estuve actuó Rocío Zarraute, muy segura en escena durante la larga función y con un chorro de aguda voz que seguro que irá ganando en matices. Rodrigo Díaz estuvo genial en el personaje de su hermano, en el estereotipo de chico "borderline".
En el frente adulto destaca Natxo Núñez, como el idiota y chanchullero padre de Matilda; Pepa Lucas, en el no menos estrafalario personaje de la madre, únicamente interesada en cuidar su imagen y en bailar (el número en el que baila con su pareja de salsa es de lo más divertido). Y, por supuesto, Daniel Orgaz, embutido en un tremendo traje protésico, que aumenta sus medidas hasta hacerla una giganta y hace crecer generosamente sus pechos, para dar vida a la señorita Trunchbull, cruel y violenta mujer, lanzadora olímpica de jabalina, partidaria de los castigos corporales a los niños, y que coge por las trenzas a una de las niñas, gira como una lanzadora de martillo y la envía al palco de enfrente, como ocurre aquí en una genial escena. En el musical gana protagonismo la bibliotecaria y Nathalie Pinot compone el personaje con mucha simpatía y gracia.
Las coreografías son vistosas y energéticas, y de la partitura hay dos temas corales que destacan: Si eres mayor (ejecutado en un bonito e ingenioso número coreográfico con columpios), y el número final Somos rebeldes. La pega es que el sonido no estaba bien acoplado, resultaba difícil comprender las letras de las canciones, letras que se presumen muy buenas y acordes al espíritu y la ironía que destila la narrativa de Dahl.