Iniciamos un díptico de artículos dedicados a un ramillete de comedias estrenadas en nuestro país en este 2023 y que —oh, milagro— hacen que te partas la caja. Asumamos ya que el humor es una cosa muy personal, como el perfume o las parafilias, y que es muy probable que nuestras recomendaciones no concuerden con su concepto de lo que resulta o no gracioso. Para evitar reclamaciones y asegurarnos un mínimo porcentaje de acierto, hemos seleccionado un puñado de títulos que solo tienen en común el género y su escasa duración.

Más allá de este punto de partida, cualquier taxonomía que intente unificarlas fracasará en el intento, porque, entre esta semana y la siguiente, iremos del falso documental al musical costumbrista, de la animación erudita y descreída a la comedia policial irreverente. Fijo que alguna se cuela en su quiniela del buen gusto. Empecemos.

La Tierra según Philomena Cunk

Charlie Brooker, Jason Hazeley, Ben Caudell, Eli Goldstone, Joel Morris & Michael Odewale, 2022 / Netflix

Philomena Cunk apareció por primera vez en Charlie Brooker's Weekly Wipe (Charlie Brooker, 2013-2015), un programa en el que el creador de Black Mirror repasaba la actualidad y en el que la presentadora interpretada por Diane Morgan protagonizaba la sección ‘Moments of Wonder’ en la que nos ilustraba con sus peculiares reportajes de corte histórico. Su rostro impertérrito, su mordacidad absurda y su entonación monocorde y nasal fueron las armas empleadas por la actriz británica para demostrarnos que era un monstruo de la comedia, un bicho de tal calibre que no tardó en agenciarse un espacio propio.

Primero llegó Cunk on Shakespeare (2016), un mockumentary de media hora sobre el dramaturgo de Stratford-upon-Avon, seguida de un especial navideño emitido ese mismo año. Después vino la miniserie Cunk on Britain (2018), en la que repasaba la historia del Reino Unido y, apenas un año después, se jugueteaba con otro formato en Cunk and Other Humans, en el que Philomena era una de las voces ‘autorizadas’ para repasar la actualidad de un 2019 especialmente complicado.

La Tierra según Philomena Cunk sigue el formato de Cunk on Britain, el de un minimalismo expansivo que pretende reducir a cinco episodios de veinticinco minutos la historia de la humanidad. Parodiando un modelo de documental que tiene en el naturalista David Attenborough a su máximo exponente, esta Cunk on Earth mezcla el comentario divulgativo con entrevistas a expertos que han de brindar apoyo aclaratorio al hilo conductor de cada uno de los temas a tratar. Solo que las preguntas de la reportera se mueven entre el cuestionamiento intransigente de verdades ampliamente demostradas y elaborados flirteos con el más imposible de los absurdos (una tipología de entrevistas que en España práctico con cierta gracia Ramón Arangüena hace ya unas cuantas décadas).

[Catherine Cawood de 'Happy Valley', un personaje para la historia de la televisión]

Comparar el impacto del Renacimiento con el del "Single ladies" de Beyoncé, negar la existencia de la luna o emparejar a Marie Curie con Bruce Banner para señalar que las divergencias profesionales y vitales entre ambos son culpa del patriarcado (ella se expuso a la radiación y murió, mientras que él recibió el impacto de los rayos Gamma y además de obtener superpoderes ganó una fortuna con su franquicia de cómics y películas), dan la medida de hasta donde alcanza el desternillante humor serio de Miss Cunk.

Por cierto, uno de los mejores recursos cómicos de la serie lo encontramos en el cierre de cada entrevista, cuando la presentadora se arroga el poder de tener siempre la última palabra, soltar la enésima barbaridad e impedir que su patidifuso invitado intente responder algo. De entre toda esta gran boutade que nunca le pierde el filo a la actualidad, que lo mismo utiliza a Roman Polanski que a Gwyneth Paltrow para construir sus chistes, y que construye un running gag hilarante con el "Pump Up the Jam" de Technotronic, nos quedaremos con dos apuntes.

El primero lo encontramos en el segundo episodio. Philomena conecta su discurso a propósito de Chichen Itzá con su estancia en un resort de Tulum. El paso de un espacio a otro se produce sin solución de continuidad y el mantenimiento del tono superpone de manera sutil dos formatos distintos y antagónicos: el documental y el publirreportaje. Esa identificación contiene una reflexión más profunda de lo que parece sobre la deriva publicitaria de cierto tipo de documental, convertido en un contenedor de supuestas verdades que en alguna de sus esquinas luce, más o menos oculto, el sello de alguna empresa, grupo ideológico o particular interesados en la difusión de determinadas ideas.

Que este solapamiento, que en apariencia se nos presenta como un recurso cómico más, se encuentre en una miniserie que, precisamente, desde la parodia y la ironía denuncia la elevación a la categoría de verdades de informaciones falsas y que cuestiona repetidamente las fuentes que se emplean para construir esos discursos, no puede ser una casualidad (Cunk defendiendo que la luna no existe porque su amigo Paul le ha enviado un video que lo explica, un video que para ella tiene más valor que las evidencias científicas que le expone su entrevistado).

El otro punto importante es el carácter profundamente autoconsciente de la serie. Su final, en el que se nos muestra el croma sobre el que se han añadido los fondos que simulan todos los lugares en los que Philomena ha estado, y sus palabras a propósito de si los espectadores se habrán creído que ha viajado por todo el mundo para hacer sus reportajes, suponen el colofón de una propuesta que sabe en todo momento qué terreno pisa y sobre qué charcos ha de saltar (la única sorpresa, en una producción que dispara en todas direcciones, es que en esta lección de Historia alterada se mencione a Hitler de pasada).

Junto con How to with John Wilson (John Wilson, 2020-2021) y Documentary Now! (Fred Armisen, Bill Hader, Seth Meyers & Rhys Thomas, 2015-?) un nuevo ejemplo de que el falso documental cómico (y seriado) está en un gran estado de forma.

Extraordinary

Emma Moran, 2023 / Disney +

La originalidad ha muerto. Llevan décadas diciéndolo. Cada semana sale un falso profeta anunciando que todo se parece a algo, que esto ya lo habíamos visto antes y mejor, y que la verdadera creatividad está en Tik Tok. Después llega una serie como Extraordinary y reformula un terreno tan trillado como el de la comedia de situación —aunque no sea exactamente eso— únicamente con un planteamiento ingenioso. Emma Moran debió de preguntarse algo así: ¿qué pasaría si los sueños superheroicos de los protagonistas de The Big Bang Theory se cumplieran? Bueno, tampoco es exactamente eso, pero al final nos entenderemos.

Esta producción británica para Hulu nos sitúa en un mundo en el que, alcanzada la mayoría de edad, todos los seres humanos descubren el superpoder que poseen. Los hay de todo tipo: retroceder el tiempo, provocar orgasmos con la yema de tu dedo índice, ser poseído a voluntad por cualquier persona muerta o tener una impresora 3-D en el ano. Todos tienen su habilidad menos Jen (Máiréad Tyers), que incluso recurre a una clínica especializada para que averigüen qué pasa con ella. Es alguien que necesita que le encuentren su superpoder, que le expliquen porque es normal, porque es diferente a todo el mundo.

Esa veinteañera sin habilidades especiales y con un trabajo precario, convive con su amiga Carrie (Sofia Oxenham) y con Kash (Bilal Hasna), el novio de esta, a los que se sumará Jizzlord (Luke Rollason); es decir, el cuarteto de The Big Bang Theory sexualmente redistribuido respetando las normas de la equidad y con un coeficiente intelectual más bajo.

Aquí los desarreglos generacionales, las paupérrimas condiciones de vida y el miedo de los protagonistas a quedarse encerrados en la Fortaleza de la Soledad contra su voluntad no adoptan las formas del costumbrismo ad hoc, sino que se enfundan las mallas de la parodia —esa Liga de la Justicia de Ahorramas encabezada por Kash, versión activa de la que aparece en … The Big Bang Theory— para pasearse por una comedia pop de interiores con excursiones puntuales a otros espacios físicos y genéricos (la comedia de instituto, la película de superación o la rom com).

['Memorias de una escritora': Karen Blixen, retrato de una dama ingobernable]

Moran no solo le saca partido a cada superpoder, los pone en evidencia y les busca sus contradicciones, sino que consigue armar una galería de personajes principales sometidos por sus propias contradicciones (la inferioridad de Jen halla el contrapeso en su egoísmo; los deseos románticos de Carrie luchando contra su perenne insatisfacción) que refuerzan el original punto de partida de una serie que, mostradas sus cartas, quizá necesite un mayor desarrollo en una segunda parte menos sorprendente que la primera (aunque el séptimo episodio sea especialmente brillante).

Con todo, en una época en la que Marvel y DC alicatan con su imaginería las carteleras de los cines y en la que cualquier youtuber con ínfulas se cree extraordinario, una teleficción desmitificadora de este perfil es tan refrescante como un abrazo de Aquaman.

We Are Lady Parts

Nida Manzoor, 2021 / Filmin

Nida Manzoor es la factótum de esta serie fechada en 2021 que se incorporó al catálogo de Filmin el último día del mes de febrero. La sinopsis es bien sencilla y en ella se resumen las tensiones de esta comedia costumbrista que bien podría verse como la versión femenina de Blinded by the Light (Gurinder Chadha, 2019) con ligeros toques de Mi hermosa lavandería (Stephen Frears, 1985). La sinopsis: un grupo de chicas musulmanas forma una banda de punk. Las divergencias entre los fundamentos religiosos y la pertenencia a una comunidad cerrada, y la rebeldía asociada al punk cultivado en un entorno hiperconectado, son el sustrato que sirve de base para allanar el camino de la emancipación mientras se embarran los hasta entonces tranquilos pastos de la convivencia.

El relato está conducido por la voz en off de Amina (Anjana Vasan), una tímida estudiante de microbiología que ama en secreto a Don McClean pero cuya fingida máxima aspiración es encontrar un marido que recite el Corán del derecho y del revés. Sin embargo, Manzoor y su equipo de guionistas no se ata a ese único punto de vista y abre el foco para explorar las vidas de las otras integrantes de la banda —Amina es la recién llegada—, en especial la de Saira (Sarah Kameela Impey), airada frontman de la formación con serias dificultades para la empatía.

El diseño de personajes es bien interesante. Los extravagantes padres de Amina apenas prestan atención al islam, y sin embargo ella se comporta según las normas de la fe renunciando a sus pasiones musicales para encajar en el que considera un entorno propicio, representado por su amiga Noor (Aiysha Hart), cuya inminente boda es vista como un objetivo a cumplir por parte de Amina. La representación de la comunidad es fundamental en esta producción para Channel 4, tal y como se observa en un primer episodio en el que determinados encuentros fortuitos obedecen al mutuo conocimiento que unas tienen de otras por el hecho de pertenecer a ese organismo invisible que las une pero que también las encierra.

El resto de las componentes de la banda tienen más aristas que un asterisco en 3-D. Momatz (Lucie Shorthouse), la manager del grupo, es un as de los social media y lleva un nicab que solo nos permite ver sus ojos, alguien que busca la máxima exposición de la banda mientras se esconde del mundo o, ¿acaso no estará utilizando la imaginería del Islam como elemento de promoción? Después está Ayesha (Juliette Motamed), una batería fan de Slipknot, con aires góticos (pero con pañuelo) y lesbiana. Y, por último, Bisma (Faith Omole), afro británica, vehemente ilustradora, casada con un poeta a tiempo parcial y madre de una niña a la que educa en un feminismo sin contemplaciones.

[Bernie Madoff: un psicópata en Wall Street]

Esa heterodoxia se traslada a la propia textura de la serie, que no teme desplazarse hacia la cita cinéfila más o menos directa, incorporar números musicales o replicar la estética de programas del estilo de First Dates para dar cuenta de ese mundo multiforme tan difícil de acotar como la propia personalidad de las protagonistas.

De hecho, la propia concepción del punk que tiene Manzoor resulta tan cuestionable como expansiva, pasa de hacer un chiste a costa de los Blink 182 a utilizar uno de sus temas para cerrar el piloto, o planta un clímax al son del "We are the Champions" de Queen, la cosa menos punk que servidor se ha echado a las orejas (aunque, repetimos, está en consonancia con ese juego inclusivo que, paradójicamente, provoca la exclusión de estas jóvenes de determinados entornos que no quieren saber nada de ningún tipo de mestizaje).

Con todo, lo más importante, es que We Are Lady Parts no renuncia a exponer las contradicciones que las angustian (el quinto episodio expone las complejidades a las que se enfrentan) y, aunque se le pueden reprochar los innecesarios flashbacks recordatorios, funciona como retrato de una generación de jóvenes mujeres musulmanas cuya emancipación es tan sencilla como ponerte una camiseta del Celtic de Glasgow en Ibrox Park.