Málaga en serie: 'Selftape' contra el resto del mundo
Analizamos las nuevas series presentadas en el festival que llegarán próximamente a las plataformas
La sección Pantalla TV del Festival de Málaga crece exponencialmente en cada edición. Este año presentó nueve estrenos de series nacionales, entre los que figuraron el regreso de Días mejores (Cristóbal Garrido & Adolfo Valor, 2022-?), la tercera temporada de Hit (Joaquín Oristrell, 2020-?) o ese híbrido entre continuación y spin-off que es La unidad Kabul (Dani de la Torre & Alberto Marini, 2023), además de Nacho (Teresa Fernández Valdés & Ramón Campos, 2023), de la que ya hablamos en El Cultural y cuyos primeros episodios ya han sido emitidos por Atresplayer. Nos centraremos, sin embargo, en las series nuevas, aquellas que todavía no son accesibles para los espectadores y que llegarán a sus pantallas a lo largo de las próximas semanas.
Selftape
Joana Vilapuig & Mireia Vilapuig, 2023 / Filmin / 4 de abril
Tres fueron los episodios de Selftape, el tercer original de Filmin, que se pudieron ver en el certamen malagueño y a ellos nos circunscribiremos en el presente análisis. Las hermanas Joana y Mireia Vilapuig, estrellas infantiles merced a su intervención en la popular serie Polseres vermelles (Albert Espinosa & Pau Freixas, 2011-2013), se nutren de su propia experiencia vital y profesional para examinar sin cortapisas las (casi) insalvables diferencias que carcomen su relación, pero también las que existen entre realidad y ficción.
Los videos domésticos que reflejan la apacible y divertida cotidianidad de su infancia, los castings que se nos ofrecen como píldoras terroríficas y las intervenciones en televisión que deberían sonrojar de vergüenza a más de un periodista, se alternan con una trama de ficción en la que la rivalidad profesional y los desagravios familiares estallan como pequeñas minas antipersona.
Mientras Mireia regresa a Barcelona tras triunfar como actriz en Oslo, su hermana Joana es apartada fulminantemente de un papel que le había sido adjudicado. El reencuentro entre ambas reactiva las corrientes de tensión que las separaron y la directora Barbara Farré —que ya supo ponernos entre la espada y la pared con su cortometraje La última virgen (2017)— aprovecha los espacios del hogar que comparten para tabicar las desavenencias entre una y otra.
La reunión fraternal viene acompañada de un menú bien surtido de rencores servidos en frío, rematado con ese chupito de maldad que supone la aceptación por parte de Mireia del papel que iba a interpretar su hermana. En el fondo, el hilo biológico que las une pespuntea las posibilidades de una misma vida vivida desde el éxito y desde el fracaso, pero con una sobreexposición compartida a la que las hermanas Vilapuig se entregan sin miedo, desnudándose frente a la audiencia y exhibiendo las miserias del oficio sin tapujos.
El tercer episodio, que muestra dos escarceos sexuales que derrumban unos cuantos mitos sobre la masculinidad, es un gran ejemplo de esta doble exposición que culmina en un fraternal abrazo en la bañera, símbolo de un amor que solo se significa cuando las dos, por caminos muy distintos, han claudicado frente a una realidad que las devora.
Uno huele la verdad detrás de las imágenes de Selftape, una verdad construida a partir de la yuxtaposición de artificios (una mise en abyme representacional), la gran mentira de la puesta escena como reveladora de traumas y secretos largamente ocultados. Para quien esto firma, la mejor serie producida por Filmin hasta la fecha y, sin ningún género de dudas, el mejor estreno visto en Málaga, con dos cuerpos de ventaja sobre el segundo.
Los pacientes del doctor García
Joan Noguera & José Luis Martín, 2023 / RTVE / Estreno a lo largo de abril
El melodrama de qualité ha sido la opción elegida por Diagonal a la hora de adaptar la novela homónima de Almudena Grandes en la que sin duda será una de las producciones más ambiciosas lanzadas este año por Televisión Española (al alimón con Netflix). La apuesta no es nueva, pues ya se acudía al socorro de esas mismas formas en otros dramas históricos del estilo de Dime quien soy (José Manuel Lorenzo & Eduard Cortés, 2020) o incluso en el ya más lejano largometraje Gernika (Koldo Serra, 2016), con los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX como telón de fondo y las enmarañadas intrigas del submundo del espionaje como hilo conductor, dos elementos secundarios dentro de una trama cuyo nudo gordiano se ataba a un turbulento romance.
Sin haber accedido al material de partida, uno se pregunta si es necesario recurrir a tan añeja formulación para poner en imágenes el texto original de Grandes. El resultado, vistos los dos primeros episodios, es una mezcolanza inarmónica entre un esforzado diseño de producción arropado por unos potentes efectos visuales (la secuencia de apertura es todo un despliegue de recursos) y un guion redundante a propósito del cainismo de las dos Españas que baila al son de la indetenible música compuesta por Juan Navazo.
La química erótico-romántica que desprenden Javier Rey y Verónica Echegui (con varios excesos que precipitan en comedia involuntaria como la secuencia del entierro de su abuelo, rematada con la sonrojante frase, por obvia, “las cosas son como son, no como deberían haber sido”), o Tamar Novas y Stephanie Cayo en el segundo episodio, intentan hacer llevadera una narración que no ahorra en retruécanos temporales y de punto de vista (el segundo episodio es un flashback casi en su totalidad) y que arranca explicándonos el inicio de la Guerra Civil desde el Madrid republicano y el Burgos nacional.
Pese a las visibles mejoras técnicas (VFX mediante), Los pacientes del doctor García probablemente solo satisfaga al club de fans de Amar en tiempos revueltos (Antonio Onetti, Josep Maria Benet i Jornet & Rodolf Sirera, 2005-2012), y viene a demostrar que los incrementos presupuestarios sirven de poco si el enfoque creativo sigue alimentándose de la luz gastada de los viejos melodramas.
Las noches de Tefía
Miguel del Arco, 2023 / Atresplayer / Sin fecha
A Miguel del Arco (y a los directivos de Atresmedia) les debió parecer buena idea cruzar La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) con Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001). El potaje conceptual sirve para ilustrar el calvario sufrido por un grupo de pesos encarcelados en el campo de prisioneros de Tefía (Fuerteventura) a mediados de la década de los 60 por contravenir la ley de vagos y maleantes del régimen franquista (la mayoría de ellos eran homosexuales, también había algún que otro fervoroso amante del consumo indiscriminado de alcohol que prendía la llama del exceso de sus pasiones democráticas).
Para buscarle una salida a ese infierno filmado en un contrastado blanco y negro, los reos, impulsados por el aliento fabulador de Charli (Miquel Fernández), montan una sala de fiestas virtual (el Tindaya) que se les abre como una vía de escape a cada una de sus mil y una noches de encierro.
Es decir, súmenle a la crudeza del filme de Spielberg y al desafuero visual de Luhrmann, el pretexto narrativo de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997). Y vayan haciendo hueco en la estantería de las referencias para meter citas a La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967) —con un Roberto Álamo que no se quita las gafas de sol ni aunque fuese el guía de una visita turística a Mordor—, La maldición del escorpión de jade (Woody Allen, 2001), La colina (Sidney Lumet, 1965) o Burlesque (Steven Antin, 2010).
Ese melting pot referencial culmina en una propuesta que zigzaguea entre momentos de indudable impacto —bienvenidos al show de Patrick Criado, impagable en esa especie de versión queer de Joaquín (sí, el del Betis), devorando cada escena en la que aparece— y otros que se mueven entre el cliché, el alegato imposible (es decir, hacer que personajes de los 60 se expresen en términos de 2023) y el capricho de guion. Con todo, lo peor del show se concentra en un tercer hilo narrativo situado en 2004 y cuyo nudo argumental se mira en títulos como La muerte y la doncella (Roman Polanski, 1994), esto es, el encuentro fortuito entre víctima y verdugo 40 años después de los hechos acaecidos en Tefía.
Una trama repleta de arbitrariedades, con secretos inconfesables que se revelan de buenas a primeras como en un descuidado telefilme de sobremesa y con actuaciones que palidecen como la cara de un mimo en mitad del carnaval de Tenerife si se las pone al lado de las de Patrick Criado o Israel Elejalde. En definitiva, Las noches de Tefía es arriesgada, intensa y muy irregular.
Pollos sin cabeza
Jorge Valdano Saéz & Pablo Tébar, 2023 / HBO Max / 28 de abril
Digamos que Pollos sin cabeza quiere ser una versión cañí de Ballers (Stephen Levinson, 2015-2019). Es decir, contar la vida de un representante de futbolistas (a su vez exjugador) de buen corazón y con un solo cliente. Todo eso sin los recursos de su antecedente norteamericano, lo que le lleva a apostar por una estética pobretona de sala de trofeos de club de Segunda B (ahora Primera RFEF) en consonancia con la vida semivacía de su protagonista, divorciado de una mujer que gasta como un fondo buitre tras una semana sin comer, emparejado con una joven demasiado sensata como para mantenerse demasiado tiempo a su lado y rodeado por un minúsculo grupo de empleados que hace lo que puede para mantener a flote una empresa que naufraga como una tabla de madera en mitad del multimillonario océano de los negocios deportivos.
Si es cierto que ese costumbrismo desmitificador (muy en sintonía con el cine de su productor, Álex de la Iglesia) le sienta bien a Pollos sin cabeza, la acumulación de estereotipos termina en viaje al sin retorno a la ciudad de los lugares comunes. La mirada directa a las carreras de determinados futbolistas (Cristiano Ronaldo y Neymar, principalmente) y alguna salida simpática vinculada a la homosexualidad en el fútbol no terminan de cuajar porque, pese a esos apuntes, la serie se limita a reproducir hechos y conductas ya sabidas, por lo que solo satisfará a aquellos que se ven todos los documentales sobre equipos de futbol que se producen últimamente. Los que busquen la mordacidad crítica de El presidente (Armando Bo & Pablo Larraín, 2020), o la agilidad cómica de Ballers (en las antípodas rítmicas de Pollos sin cabeza) mejor absténganse.