En abril de 2020, la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM) lanzaba una guía didáctica a propósito del cine documental y la no ficción elaborada por el colectivo Los hijos, formado por los cineastas Natalia Marín Sancho, Javier Fernández Vázquez y Luis López Carrasco. En este sencillo pero muy ilustrativo manual se establecen con claridad las diferencias entre reportaje y documental.
En el primero, son "las imágenes las que se ajustan a la información y no al revés. Las imágenes serían, por tanto, la ilustración de un contenido prefigurado de antemano: el guion de la noticia". Así pues, en el reportaje se instrumentaliza la imagen de manera que "el material registrado se emplea para demostrar una tesis previa, fabricada, empaquetada y consumida. Un modo de funcionamiento que, generalmente, ofrece un relato simplificado y convencional de los sucesos".
Por el contrario, "el cine documental intentará mirar el mundo dejándose llevar por los acontecimientos y las personas. Su motivación no es demostrar una tesis previa, cocinada de antemano, lo que lo convertiría en propaganda, pero tampoco eludir que se trata de un punto de vista personal, un posicionamiento consciente ante aquello que se cuenta".
Sirva esta introducción para aproximarnos a un puñado de estrenos nacionales recientes —algunos todavía por lanzar— que llegan con la vitola de series documentales y que, en realidad, están mucho más cerca del reportaje televisivo. Si uno echa un vistazo a No se lo digas a nadie (Juan Carlos Arroyo, 2023), el true crime producido por Atresmedia a propósito del espeluznante cuádruple crimen de Pioz, pronto reparará en que sus modos se asemejan más a un episodio de Crímenes imperfectos (Paul Dawling, 1996-2011) que al pormenorizado estudio de Michael Peterson y su familia que Jean Xavier de Lestrade proponía en The Staircase (2004).
Más allá de que existan rasgos en común, en la supuesta docuserie dirigida por Juan Carlos Arroyo a partir de un guion de Marcos Nine y Teresa Latorre, la amalgama de imágenes que conforman el material del archivo, las entrevistas a los implicados y las tímidas reconstrucciones de los hechos se limitan a ilustrar la evolución de los acontecimientos.
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No se lo digas a nadie, estrenada el pasado 28 de mayo en AtresPlayer, no propone tema alguno sobre el que reflexionar ni ofrece un punto de vista personal sobre lo relatado. De hecho, el desmesurado uso de la ambientación musical (con tal nomenclatura aparece en los créditos) de Ale Costa, sumado a la yuxtaposición de planos de muy corta duración, imprimen al conjunto un ritmo alegre más dado a la acumulación informativa que a la reflexión, como si se tratase de quemar trama a la mayor velocidad posible.
En un momento en el que este subgénero goza de enorme popularidad en nuestro país —ahí está, por ejemplo, el díptico a propósito de Alfredo Galán: El asesino de la baraja (Román Parrado & Enric Álvarez, 2022 / RTVE Play) y Baraja: la firma del asesino (Amanda Sans, 2023 / Netflix)— resulta poco alentador que se opte por una estética que pivota entre lo pobre y lo desafortunado, y por desafortunado nos referimos a utilizar el 'Dead Already' que compuso Thomas Newman para American Beauty (Sam Mendes, 1999) en el arranque de No se lo digas a nadie, por más que recientemente nos hayamos topado con cosas peores como la secuencia en la los padres de Julen Roselló, el niño fallecido tras caerse en el pozo de Totalán, reconstruyen (y se ven obligados a revivir) el momento en el que esperan noticias sobre la situación de su hijo en 13 días (Hernán Zin, 2022 / Netflix).
Así pues, para encontrar una verdadera serie documental sobre crímenes toca remontarse a las colaboraciones entre el director Elías León Siminiani y el productor Ramón Campos, trabajos como El caso Asunta (2017) o El caso Alcàsser (2019) en los que, ya desde las primeras secuencias, existe un tema de fondo sobre el que reflexionar. Hablamos de documentales donde los creadores se posicionan con respecto a los acontecimientos relatados.
Es más, en estos dos casos, Siminiani, Campos y el resto de los colaboradores no solo no se ajustan a las informaciones oficiales, sino que tratan de dar forma a los hechos contrastándolos, buscando incoherencias, alejándose de cualquier tesis previa y rastreando lo que la realidad pueda darles. Piensen, por ejemplo, en el momento en el que, en El caso Asunta, el equipo de la serie realiza la prueba de visibilidad que desmiente lo constatado en el juicio y demuestra que, de haber estado el cadáver de la niña en el lugar en el que se encontró, los dos vecinos que pasaron a una hora determinada por delante de la zona, lo hubiesen visto. Un dato que compromete, y no poco, la instrucción del caso.
Mientras el cine de Errol Morris parece no gozar de mucho predicamento por estos lares, testadas fórmulas televisivas se apropian del término documental y si No se lo digas a nadie se miraba en Crímenes imperfectos, Narcas: mujeres contra la droga (2023), la nueva apuesta de Movistar + y La Caña Brothers que se estrena el 19 de junio, bien podría pasar por una nueva entrega de Equipo de investigación.
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Nadie puede negar el interés de esta aproximación al submundo del narcotráfico desde una óptica femenina (ahí tienen la tesis propia del reportaje, demostrar la importancia de las mujeres en esta lucha), ni la voluntad expansiva de la teleserie, que amplia el foco de sus indagaciones para hablar tanto de aquellas que pelean a diario contra la distribución ilegal de estupefacientes (agentes de aduanas, policías, fiscales, etc.), como de las víctimas y, lo más novedoso (por complicado), como de las que se dedican a traficar. Sucede, otra vez más, que las imágenes son banales, los planos de recurso se suceden y todo se fía a los jugosos testimonios, a lo que dé de sí el archivo policial y a una orquestación musical que pondría a Michael Bay a hacer palmas con las orejas.
Visto lo visto, ¿podemos encontrar algún documental seriado de verdad? La respuesta es sí. Y lo tienen en la web de RTVE Play desde el pasado 1 de junio. Se trata de Pacto de silencio (2023), el díptico firmado por Ángela Gallardo y César Vallejo a propósito del caso de Santiago Corella 'El Nani', un delincuente común que fue detenido de 1983 acusado de haber atracado una joyería y que desapareció tras pasar por las dependencias policiales. La investigación posterior reveló la existencia de una mafia policial y, cinco años después, se celebró el primer juicio contra parte de la cúpula policial española en un proceso registrado íntegramente por las cámaras de Televisión Española.
Más allá de minucioso trabajo de desbroce archivístico —hablamos de 500 horas de grabaciones—, de la búsqueda de testimonios pertinentes que repasen toda la instrucción desde el presente y de las sorprendentes revelaciones en las que incurren algunos de los entrevistados (con el inefable abogado Emilio Rodríguez Menéndez a la cabeza), Pacto de silencio intenta, parafraseando a John Grierson, dar forma a una realidad. Y eso queda claro ya desde el título, una declaración de intenciones reforzada por la secuencia inicial en la que vemos a varios de los asistentes al juicio siendo interrogados por un reportero para el que nadie tiene respuestas y, si alguno las tiene, no falta quien le manda callar.
¿Por qué? Pues porque en España hay temas que no se tocan, cosas de las que es mejor no hablar. Porque el pasado hiede cuando se remueve y hay olores que molestan. No interesa recordar a un cuerpo de policía que vio como el cambio de régimen no supuso un cambio en sus métodos, propios de la dictadura. Tampoco revisitar las actuaciones de un gobierno socialista que se escudaba en la burocracia y el laissez faire para seguir permitiendo la barbarie que suponía aplicar la ley antiterrorista a un tipo que robaba radiocasetes.
El trabajo de Gallardo y Vallejo es impecable —por más que en ocasiones la música de Nico Casal emborrone algunos de los débiles audios originales— riguroso y tremendamente actual, pues los desmanes de aquellos comisarios y jefes de brigada que no dudaban en utilizar a delincuentes comunes para su propio beneficio —y que formaban parte de un entramado de relaciones en los que el lumpen y la aristocracia se daban la mano— recuerdan demasiado a la colección de delitos vinculados a la figura del excomisario José Manuel Villarejo. Aquellos polvos, estos lodos.