Detrás de Griselda, dramatización de las cuitas de la llamada ‘Madrina de la cocaína’ que lideró el boyante cártel que inundó Miami de polvo blanco durante la primera mitad de los 80, figuran dos de los creadores de Narcos (Carlo Bernard y Doug Miro), uno de los guionistas de la serie y pilar de su secuela Narcos: México, Eric Newman, además de una mujer versada en la narrativa pulp como Ingrid Escajeda, miembro del equipo de guionistas de Justified (Graham Yost, 2010-2015) y de su continuación, Justified: Ciudad Salvaje (Michel Dinner & Dave Andron, 2023).
Si a ello le añaden que la dirección de los seis episodios de esta miniserie que Netflix estrenó el pasado jueves está a cargo del colombiano Andrés Baiz, realizador habitual de la franquicia Narcos, todavía entenderán mejor la tesis de que Griselda puede leerse como la continuación de un universo que ha proporcionado cuantiosos réditos a la plataforma de la gran N roja.
La bioserie sobre Griselda Blanco está construida como un vehículo para el lucimiento de una Sofía Vergara que ejerce como productora ejecutiva. En un claro intento por desmarcarse del cómico personaje que la hizo rabiosamente popular en los Estados Unidos -nos referimos a la Gloria de Modern Family (Steven Levitan & Christopher Lloyd, 2009-2020) a la que ésta serie le hace un guiño musical -la actriz colombiana se mete en la piel de la narcotraficante previo afeamiento del rostro, el llamativo ‘peinado’ de las cejas, el maquillaje apelmazado y lleno de cuarteamientos- y se entrega a una interpretación visceral pero no exenta de mesura que muy probablemente le reporte alguna nominación en la carrera de premios del próximo año.
El carro lo ensamblan los mecánicos que pusieron en marcha el todoterreno que persiguió durante tres temporadas a Pablo Escobar (Wagner Moura), así que el viaje es idéntico: tampoco es cuestión de cambiar de coche a mitad de carrera si éste no ha parado de ganar.
La narración se bifurca entre la construcción desde cero del imperio de la cocaína liderado por una Griselda que llega a Miami tras firmar los papeles del divorcio con un balazo, la consolidación de ese emporio, que implicará la progresiva eliminación de sus competidores, y la persecución policial encabezada por la testaruda agente June Hawkins (Juliana Aidén Martínez), cuya intuición y tesón la conducen desde un arrinconado despachito en el que ejerce poco más que de secretaria a ingresar en el CENTAC 26, una unidad conformada por miembros de la Policía de Miami y la DEA que se creó específicamente para poner fin al tráfico de drogas y la escalada de asesinatos en la ciudad.
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En lo argumental, el factor diferencial lo establece este ‘mujer contra mujer’ que modifica ligeramente la narrativa de la saga matriz, pues aquí, a las dinámicas del ‘gato y el ratón’ y el ‘solo puede quedar una’, hay que agregar la preocupación por la prole, las dificultades para hacerse valer en el terreno laboral, las limitaciones que se presuponen en función del sexo o los problemas para conciliar trabajo y crianza, contratiempos frente a los que que la capo y June reaccionan de manera muy similar.
Aunque como relato de emancipación pueda resultar poco edificante dadas las actividades empresariales de la señora Blanco, la comparativa entre ambas y la secuencia final que las dos protagonizan -cuyo contenido nos abstendremos de revelar- apuntan hacía cierta idea de sororidad que viene a exponer problemáticas compartidas, más aún en dos mundos -el narcotráfico y la policía- donde solo los niveles de cocaína -distribuida, consumida o incautada- superan los de testosterona.
De algún modo, y desde su clara vocación lúdica, Griselda reclama también una igualdad de roles, puesto que aquí no hay una aproximación buenista hacía el personaje –“pa hijaputa, yo” parece decir la serie- lo que equipara a la ‘Viuda negra’ con una larga tradición de homónimos reales (Al Capone, Bugsy Siegel) o de ficción, desde Tony Camonte (Paul Muni) a Vito Corleone (Marlon Brando). Algunas mujeres son malas y es hora de mostrarlas en todo su esplendor.
En cualquier caso, la lógica mafiosa termina imponiéndose a cualquier consideración de género, pues la ‘Madrina’ se licencia cum laude en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad ‘Henry Hill’ y en un santiamén se lanza a la aplicación práctica de las teorías Milton Friedman en versión Nucky Thompson, mostrándose mucho más efectiva que sus contrincantes masculinos.
Los apuntes estéticos se mueven entre la grandilocuencia operística, la preferencia por el uso de los cenitales (la paliza con el bate en el primer capítulo) y los contrapicados para reforzar, respectivamente, las escenas de violencia o de autoafirmación de Griselda (esas arengas), los montajes sintéticos apoyados por un potente soundtrack para compendiar los numerosos ajustes de cuentas con los que la ‘jefa’ adecenta sus balances, y el uso de una hijaeputa jerga que se pega como el estribillo de una cumbia. Como ven, nada nuevo, nada que no estuviera ya en Narcos (y en tantas películas previas).
Pero si Narcos es el principal abrevadero al que recurre Griselda como fuente de inspiración, el otro manantial es El precio del poder (Brian de Palma, 1983), por más que la ‘Madrina’ bautizase como Michael Corleone a su último hijo y la serie incluya una cita directa al clásico de Coppola.
Situada en la Miami de los últimos años setenta –la historia arranca en 1978- y desarrollada a lo largo de la década siguiente –Blanco fue detenida en 1985-, ciudad, periodo y temática remiten a la versión de Scarface firmada por De Palma. El arco evolutivo del personaje, una mujer hecha a sí misma que alcanza la cima (nevada) del éxito y que, desde la cumbre, se marca un vertiginoso slalom hasta la cárcel y/o la tumba, son casi idénticas (aunque aquí el clímax venga rebajado por un especie de redención por vía del amor filial).
Las pulsiones adictivas del Tony Montana encarnado por Al Pacino y de Griselda son tan iguales como sus respectivas trayectorias -esa mezcla entre enterpreneur avispado y self-(wo)man-made sin escrúpulos- y desembocan en delirios paranoicos que conducen a asesinatos en masa como paso previo a la autodestrucción (por más que está siempre llegue por cuenta ajena).
Digamos que el parecido se limita a la construcción de los protagonistas, pues pese al barroquismo de ambas propuestas no encontrarán en Griselda secuencias de la finezza de aquel desencuentro en la gran bañera entre Montana, Elvira Hancock (Michelle Pfeiffer) y Manny (Steven Bauer), en el que el movimiento de grúa indica la opulenta soledad de un capo al que nadie soporta.
La transformación de la narca está bien medida y su paseo hacía el lado oscuro de la vida se produce ya superado el ecuador de la serie, cuando ella misma ajusticia de un tiro en la cabeza a un sicario que previamente había decapitado al ejército de mujeres que la ayudaron a asentar su negocio de tráfico de estupefacientes en Miami.
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Probado el sabor de la muerte, atosigada por los clanes rivales y víctima de un cada vez más atinado acoso policial (les cuesta asumir que una mujer pueda dirigir un cártel), la violencia se desata y ya no se detendrá hasta hacer de ella una mujer desquiciada que exhibe la garantía de futuro de sus hijos como único argumento de autoridad para justificar persecuciones y exterminios en los que la cercanía ya no es eximente para permanecer a salvo: Griselda mandó ejecutar a la mayoría de sus enemigos, también a quienes le fueron siempre leales.
Sofía Vergara asume un papel lleno de claroscuros –el de una mujer que lucha contra el sistema, por más ilegal que este sea, y la discriminación, para terminar siendo una líder obsesiva y desalmada- como parte de una operación muy calculada (ese reparto pensado para arrasar en Latinoamérica con la nada casual presencia de la cantante Karol G), respaldada por una campaña de promoción planetaria en la que la actriz se ha volcado a la búsqueda de un éxito tanto para Netflix como para sí misma.
Si la compañía presidida por Reed Hastings inventó el concepto de círculo de éxito probado, Griselda nos demostrará en los próximos días si la fórmula (Narcos+Vergara+Scarface) sigue funcionando.