Nuevas miradas para la vibrante y desgarradora artista Ana Mendieta
Utilizó su cuerpo como materia prima, fuego, sangre y arena en comunión con la naturaleza. El MUSAC inaugura una exposición muy esperada.
27 enero, 2024 02:00Corría tres millas todos los días. Era vegetariana, aunque comía pescado de vez en cuando. Le gustaba bailar y la música afrocubana. Era apasionada, comprometida, una trabajadora incansable. De Ana Mendieta (La Habana, 1948 - Nueva York, 1985) lo sabemos casi todo. Hizo saltar los límites del arte por los aires cruzando en su obra el Body Art y la performance, el Land Art, el arte primitivo y el conceptual. Huyó de las etiquetas y fue fiel a su materia prima más preciada, su cuerpo, en una búsqueda constante de su origen en la naturaleza.
Su vida y su obra están documentadísimos por su Estate y por la todopoderosa Galerie Lelong. Creció en la Cuba prerrevolucionada, entre La Habana y la casa de su abuela en Varadero, donde todavía la recuerdan haciendo dibujos con arena. Llegó con la Operación Peter Pan a EE. UU. junto a su hermana, huyendo de Fidel Castro, y Iowa fue su destino final, pasando por varios orfanatos, casas de acogida y colegios.
Estudió francés y arte en la universidad y se especializó en pintura, una técnica de la que esta exposición en el MUSAC trae buenos ejemplos. "Cuando me di cuenta de que mis pinturas no eran lo suficientemente reales para lo que yo quería que transmitiera la imagen (...), decidí que tenía que trabajar directamente con la naturaleza".
Las marcas de su cuerpo en el paisaje, convertidas casi en rituales, son quizá su obra más reconocible
La exposición Ana Mendieta. En búsqueda del origen, que firma en el MUSAC Álvaro Fominaya y viene del MO.CO. de Montpellier y viajará después al Musée des Beaux-Arts La Chaux-de-Fonds, en Suiza, recoge un centenar de obras que, realizadas en tan solo 17 años (1968-1985), abarcan toda la trayectoria de la artista. Se muestran por primera vez esas pinturas iniciales, retratos con rasgos de máscaras, colores intensos y una pincelada gruesa. Muy pronto se entregará a la performance, con la ayuda de la fotografía y el vídeo. Es el momento de sus autorretratos con el cuerpo aplastado contra un vidrio que recoge esta primera sala del recorrido.
Después vinieron sus viajes a México, fascinada con sus paisajes y sus restos arqueológicos. Ahí se fotografió en un nicho de Cuilapán cubierta por una sábana, convertida en una escultura efímera. Trabajó con las rocas a la intemperie e hizo en Yagul su primera Silueta cubierta con flores silvestres.
Esas marcas de su cuerpo en el paisaje, convertidas casi en rituales, son quizá su obra más reconocible. De algunas de ellas sale humo, otras se consumen en llamas, están hechas con sangre o explosionan en fuegos artificiales. Los formatos y los lugares eran diversos pero el mensaje, único: "Exploro la relación entre mi persona, la tierra y el arte. Utilizando mi cuerpo como referencia en la creación de las obras".
La acción con la que reconstruye una violación marcando con sus manos ensangrentadas la pared, arrodillándose al ritmo de los timbales, es estremecedora. Hizo más de 100 películas entre principios de los 70 y 1981, a las que la muestra dedica un pequeño espacio.
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Se mudó a Nueva York con 30 años y entró en contacto con la A.I.R., la primera cooperativa de mujeres artistas donde conoció, entre otras, a Nancy Spero y expuso en varias ocasiones. Desde ahí volvió a Cuba –"Mi obra tiene mucho que ver con Cuba. A mí me ha atraído la naturaleza porque como no tenía tierra, no tenía patria…".
En comunión absoluta con la isla, talla figuras en la roca de Jaruco, muchas de ellas con formas de Venus, como las 16 fotografías que se muestran en la exposición. Es también el momento de su famoso Ochún (1981), el dibujado en la orilla del mar que recoge en uno de sus pocos vídeos con sonido.
En sus últimos años fue becaria de la Academia Americana de Roma, lo que le permite tener estudio y hacer otro tipo de obra, esculturas portátiles con troncos de árboles. Participa en la Primera Bienal de La Habana (1984) y se casa con el artista Carl Andre. Su muerte, ese mismo año, en una caída desde un 34 piso con su marido en casa, siempre estará rodeada de misterio.
Dos años después, Kate Horsfield y Nereida García-Ferraz le dedican un emocionante documental, Ana Mendieta: Fuego De Tierra, y el New Museum una retrospectiva. En España el CGAC y la Fundación Tàpies recorrieron su trabajo en 1996 y 1997. Revisitarlo ahora, 25 años después –tras el pequeño aperitivo de la galería Nogueras Blanchard en 2020– es todo un lujo. Permite mirarlo con las lentes de 2024 y conectarlo con el trabajo de otras artistas de la época como Cecilia Vicuña y Fina Miralles. El catálogo es también una maravilla.